Nôtre Dame. Grabado del s. XVII |
¡Ay!
Esto matará aquello. Conversábamos Zalabardo y yo sobre libros. No sobre
libros concretos, sino sobre el concepto mismo de libro, lo que significa y ha
significado para el progreso de la humanidad. En un momento de la conversación,
solicitó mi opinión acerca de la relación entre las nuevas tecnologías y los
libros, los de papel, los de toda la vida. Quería saber si me integro en el
bando de quienes dan por sentado que los de papel tienen los días contados y
que los formatos electrónicos acabarán desterrándolos al olvido o pertenezco al
grupo de los nostálgicos que aún prefieren el formato tradicional.
Recordé entonces un pasaje de la
monumental novela Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo. Jacques Coictier y Claude
Frollo hablan sobre libros. Frollo vive encerrado entre el
silencio y la soledad. Entregado al estudio, lo domina la indefinida angustia del
hombre romántico. En su carácter se mezclan el bien y el mal. En su interior, fe
y razón debaten continuamente. Capaz de cualquier sacrificio altruista —recogió
al abandonado Quasimodo y amparó a la gitana Esmeralda— no elude mostrarse
egoísta y dispuesto a cualquier maldad cuando esta le niega sus favores.
En
un momento, Frollo abre una ventana y ante ellos se despliega la mole impresionante
de Nôtre Dame. Extiende su mano izquierda hacia la fachada de la catedral y la
derecha hacia el libro que tiene abierto encima de su mesa. Y exclama: Hélas! Ceci tuera cela, o sea, ¡Ay, esto matará aquello! Cuando Coictier
se extraña de la exclamación, porque piensa que se trata de un libro inocente, pregunta:
¿Es acaso por estar impreso?, Frollo
responde: ¡Ay, ay, ay! ¡Las cosas
pequeñas acaban con las grandes; un diente triunfa sobre una masa. La rata del
Nilo mata al cocodrilo; el pez espada mata a la ballena; el libro matará al
edificio!
El
capítulo siguiente se inicia exponiendo el narrador las interpretaciones que
podrían darse a las palabras de Frollo. Era el pensamiento
de un cura que muestra su espanto ante una circunstancia nueva cual era la
imprenta. Era el miedo del púlpito y el manuscrito —la palabra hablada y la
palabra escrita— hacia la palabra impresa. Los cambios en la forma del
pensamiento humano llevarían a un cambio en la expresión. Ya nada se podría expresar
de la misma manera; el libro de piedra, tan duro y perdurable, cedería la plaza
al libro de papel, más sólido y perdurable aún. Pero había una segunda
interpretación que se resumía de manera muy simple: un arte iba a destronar a
otro arte. La imprenta mataría a la arquitectura.
Pórtico de la Gloria |
Zalabardo se queda pensando en mis
palabras como si no terminara de ver la relación entre lo que me preguntaba y
lo que le cuento. Aprovecho para decirle que, en mi opinión, y sin ser en
absoluto partidario de que cualquier tiempo pasado haya sido mejor —aunque no
siempre sea más valioso lo último que nos llega—, pienso que no hay razón para
que lo nuevo tenga que suplantar necesariamente a lo viejo. Y le pongo un ejemplo:
cualquiera de nosotros, le digo, puede coger una guía —plagada de ilustraciones y
de rutilante colorido— o ver un documental que nos expliquen cada uno de los detalles del Pórtico de
la Gloria de la catedral de Santiago: la ciudad celeste, el premio de los
justos y el castigo de los impíos, la genealogía de Cristo, el Antiguo y el
Nuevo Testamentos, los profetas y los apóstoles, esos músicos de los que Rosalía de Castro escribió: ¡Miradlos! Parece que mueven sus labios, que
hablan quedamente unos con otros; que va a dar comienzo el concierto celestial,
pues ya, risueños, afinan sus instrumentos.
Pues bien, nunca esa guía sustituirá
el placer que me provoca contemplar in situ la obra que el maestro Mateo realizó en el siglo xii, ni comprenderé su significado mejor
que mirándolo frente a frente, como lo miraban los hombres del Medievo que carecían
de otros medios de aprendizaje. Lo mismo podría decir del Coliseo de Roma, o de
tantos otros monumentos. Y yendo a cosas más prosaicas: ¿qué guía suplirá el
placer de gozar de una fabada en Casa Generosa, en Pedroveya,
Asturias, después de haber recorrido a pie el encantador y mágico Desfiladero
de las Xanas?
“¿Y los libros?”, me sigue
preguntando Zalabardo. Es entonces cuando trato de convencerlo de que pasa
igual, que nunca se perderán, que Claude Frollo estaba equivocado porque todo tiene su espacio y su función. Disponemos de muchos adelantos, bienvenidos
sean. El libro electrónico ha supuesto un gran avance, y nunca negaré que lo
empleo con frecuencia y disfruto de las comodidades que me ofrece. Hacia el año
2000, Michel del Castillo escribió: En realidad, nadie sabe a qué se parecerá el
mundo del libro dentro de un cuarto de siglo. Ya llevamos la mitad del
tiempo por él contemplado y en esas estamos. Pero el libro de papel, espero no
equivocarme, no desaparecerá. El libro de papel, independientemente de la magia
de su tacto y de la agradable sensación del olor de la tinta, todavía es capaz
de aportarnos cosas que el libro electrónico no puede.
Aunque todo dependerá, le digo a
Zalabardo, de la mayor o menor altura de miras, del grado de sensibilidad (lo
que redundará en que triunfe el interés por la cultura o solo un desmedido afán
de lucro) que muestren las grandes firmas editoriales ante el reto. El maestro Mateo pensaba en el valor didáctico de
su obra en una sociedad en la que predominaba el analfabetismo. Gutenberg puso el libro al alcance de
muchas personas para quienes, antes de su invento, estaba vedado. Las
editoriales de hoy, me temo, piensan más en sus cuentas de resultados;
consideran el libro, con independencia de su formato, como un negocio, no como
un bien social o como un objeto de placer.
1 comentario:
Excelente apostillado de la famosa frase "ceci tuera cela"-
Verdaderamente me ilustrò y me encantó la interpretaciòn del texto, mejor dicho, las varias interpretaciones que pudiera tener.
El comentario final sobre el libro impreso lo comparto íntegramente, más con el alma que con el pensamiento.
Saludos y gracias por el placer de haberlo leído.
Jorge W. Álvarez (otro Álvarez allende el Atlántico, Montevideo, Uruguay.
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