domingo, octubre 05, 2014

DICTADOS Y COPIADOS




           Cuando el tiempo se nos convierte en algo que deseamos no perder, porque somos conscientes de que ya nos va quedando menos, deben evitarse esas que llamamos horas muertas. Un solo minuto que pasemos desocupados significa tirar a la basura una fracción de tiempo que, a estas alturas, pudiera sernos fundamental. No importa en qué se ocupe. Zalabardo y yo procuramos no estar ociosos y, si no tenemos otra cosa que hacer, hablamos de cuanto nos interesa y preocupa. Hablar permite no solo poner en orden las ideas sino que ayuda a repasar toda la vida anterior, pues siempre hay algo de lo que arrepentirse e intentar procurar su reparación.
            Hace unos días recordábamos tiempos ya lejanos, cuando éramos escolares y se nos sometía a una interminable serie de ejercicios de copiado de textos, de lecturas en voz alta, de dictados, o de exposiciones y exámenes orales (de la lección del día o de cualquier otro tema). Pasados los años (no niego lo que este factor puede distorsionar el valor concedido a lo pretérito) coincidimos en que cuanto juzgábamos tediosa repetición tenía un fin: afirmar el estilo personal observando el de quienes, por prestigio y calidad, se nos proponía de modelo, reforzar el conocimiento del ritmo y musicalidad del lenguaje, remediar nuestras dudas en cuestiones de ortografía, perder el miedo a los auditorios y formar nuestra capacidad de comunicar a otros nuestras ideas. En fin, fijar en nuestras mentes lo que se consideraba que debía saberse para hablar y escribir con corrección. Parece que ese sistema ya no se estila. ¿Es mejor lo de ahora? ¿Era mejor aquello? La verdad es que no lo tengo seguro, le confieso a mi amigo. Lo que sí defendemos es que aquello que aprendíamos, lo aprendíamos para siempre. ¿Que en aquel magma se colaba bastante paja entre el trigo? También pudiera ser. Pero no olvidemos que la memoria es selectiva y desecha lo que no interesa. Y lo que decimos del aprendizaje de la lengua pudiera ser válido para el de otras materias.

           La conversación nacía de la impresión que tenemos (repito, podemos estar engañados por la lejanía de la perspectiva) sobre el hecho de que hoy, en cuestiones de competencia lingüística al menos, los niveles son bastante bajos. Un ejemplo muy simple: entonces, era muy raro que un alumno de bachillerato incurriese en faltas de ortografía; hoy, se discute cómo debe gravar la ortografía la nota en las pruebas de acceso a la Universidad y no es nada oculto la queja de los profesores universitarios sobre las deficiencias expresivas de sus alumnos (yo diría que es un mal que afecta también a no pocos profesores). Y no quiero ni analizar las palabras que algunos emiten sin rubor: “Si tuviera que atender a la ortografía de mis alumnos, no aprobaría a ninguno”.
            La cuestión es que hoy contamos como nunca con medios que nos auxilian a la hora de solventar cualquier duda (una magna y cuidada Gramática que recoge cuanto puede recogerse en torno al estado nuestra lengua, una Ortografía de la que se puede decir casi lo mismo, un Diccionario Panhispánico de Dudas bastante claro en sus planteamientos y toda clase de diccionarios en línea, plataformas y páginas en Internet que se prestan a contestar nuestras consultas, por ejemplo, la para mí ejemplar Fundéu.
            Y sin embargo… Sin embargo, no ya la gente común (que se pudiera entender), sino los medios de comunicación, que siempre han sido faro y guía para esta gente, patinan una y otra vez cometiendo tropelías que no deberían tener lugar y que serían fáciles de subsanar si atendiésemos a los instrumentos que menciono.
            En la edición digital del diario SUR, de aquí de Málaga, aparecía el otro día un artículo sobre un conflicto concreto entre Caballero Bonald y Camilo J. Cela. El problema es lo de menos; lo grave es la composición del texto. En portada se escribía el premio novel; ya en el interior, en la entradilla se escribía el premio nobel; por fin, en el desarrollo del texto, se escribía el premio Nobel. ¡Tres formas distintas para lo mismo! Se confunde Nobel (un premio) con novel, adjetivo que significa ‘principiante, inexperto’: se manifiesta el desconocimiento de que el nombre de un premio (Nobel, Cervantes, Ondas, etc.) se escribe con mayúscula y es invariable, pero que si dicha palabra funciona como nombre común (asistieron a la reunión varios nobeles) se escribirá con minúscula y admitirá plural. Pocos días después, en el mismo medio, nos encontramos, en un único artículo, Magestad, Angel (sin tilde), Nacional Geographic (por National Geographic), absoluto desorden en el uso de la coma. En fin, un desastre.

           Casi en las mismas fechas, presenciando por televisión un partido de fútbol tuvimos que soportar que un locutor dijera sobre un determinado jugador: recupera el balón y se dispone a circularlo. Y alguien tan fiable y admirado, al menos para mí, como Juan Cruz, en su blog Mira que te lo tengo dicho escribía: Es frecuente recurrir a escritores o a otros artistas para […] preguntarles [en lugar de por su obra] por lo que piensan de la mar y de los peces, a veces con la intención de incurrirlos en polémicas y controversias que poco tienen que ver con sus oficios. ¿Habrá que explicar a personas que viven de la pluma y la palabra, a personas a las que oyen y leen otras muchas personas, qué es un verbo transitivo o un verbo intransitivo? Evito hacer exposiciones teóricas que están al alcance de quien las quiera o necesite. Digamos solo que un tren circula, pero yo no puedo circular un tren. Del mismo modo que alguien puede incurrir en un error, aunque yo no puedo incurrir a nadie en nada.
            No deseo, le digo a Zalabardo, poner a nadie en la picota. Los errores no los cometen siempre ignorantes; también incurren en ellos quienes menos esperamos. Por eso me limito a denunciar la relajación con que hoy solemos manejar el lenguaje. Y sálvese quien pueda, pues nunca debe olvidarse aquello de que la primera piedra sea lanzada por quien se halle libre de culpa o de que es fácil ver la paja en el ojo ajeno olvidando la viga que hay en el propio.
             

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