sábado, octubre 11, 2014

¿QUÉ CRITERIOS GUÍAN AL DRAE?




           ¿No te ha sucedido nunca, pregunto a Zalabardo, que algo atrae tu atención al mismo tiempo que a otras personas aunque desde ópticas diferentes? Esa sensación he tenido al leer un artículo de Álex Grijelmo, Palabras en busca de diccionario, escrito con ocasión de la inminente aparición de la última edición del DRAE. Lo de las ópticas opuestas va porque él plantea la situación de muchas palabras que, dotadas de un uso más o menos extendido, carecen, sin embargo, de entrada en la obra académica, mientras que yo pensaba en otras que, estando, quizá deberían ir planteándose dejar su lugar. Grijelmo, al denunciar a quienes sostienen que tal o cual palabra no existe solo porque no está en el diccionario, escribe algo que nos debería hacer pensar: El Diccionario no debe ser la única referencia para criticar el empleo concreto de una palabra. También se ha de analizar si las personas a quienes nos dirigimos la entenderán o no.
            La denuncia-queja de Álex Grijelmo la amplío yo manifestando que el Diccionario, si bien no debe acoger indiscriminadamente cualquier palabra sin que cumpla unos determinados requisitos (y esto sería tema para otro apunte), tampoco debe ser el baúl en que se apilan todos los trastos inservibles (entendamos aquí palabras) con los que ya no sabemos qué hacer.
            Ante la publicación inminente del Diccionario académico, Grijelmo, se pregunta por unos términos que, teniendo realidad innegable, no entran en la obra de la Academia, como si fueran hijos no deseados. De las que cita (cotolengo, vallenato, viejuno…) me centraré solo en una: estaribel. Cierto que no es palabra de las de andar por casa, vamos que no es un selfie o cualquiera de esas barbaridades que hoy nos atosigan. Cierto que no aparece en ninguno de los diccionarios académicos y, por tanto, sería uno de esos vocablos que algunos espabilados sostienen que no existe.
            Sin embargo, es portadora de un nada despreciable grupo de valedores que la hacen digna de ser tenida en cuenta. La encuentro en el Diccionario del Español Actual de Manuel Seco (1999) y en el Diccionario de argot español de Víctor León (1980). Y consultando el CREA (Corpus de Referencia del Español Actual) y el CORDE (Corpus Diacrónico del Español) veo que ha sido utilizada por Valle-Inclán, Pérez Galdós, Luis Mateo Díez, Rafael Dieste o Juan Madrid, por no hablar de sus usos orales. En otros lugares, hallo que también se han servido de ella el dramaturgo Alfonso Sastre o el periodista Alfredo Relaño. Y, como final, hay cinco personas, cuyos nombres ignoro aunque se podrían encontrar, que la proponían en una encuesta que hace unos años surgió en Internet bajo el nombre Apadrina a una palabra.

            ¿Tiene algún pecado esta palabra para ser despreciada por el DRAE? Creo que no. Si acaso, la envuelve un pequeño misterio: su significado. Lo digo porque su origen es caló y su documentación más antigua la encuentro en el Vocabulario del dialecto jitano que, en 1846, publicó en Sevilla D. Augusto Jiménez, aunque con ortografía diferente, estarivé. Allí se dice que significa ‘cárcel’. Sin embargo, con el tiempo ha ido siendo usada como ‘confusión’, ‘estantería’, ‘cómoda con cajones’ e, incluso, ‘tinglado’. De hecho, en Madrid existe una tienda especializada en labores que se llama, precisamente, Estaribel, lo que abunda en ese significado de ‘lugar para guardar o exponer algo’. ¿Razón de este desplazamiento significativo? La ignoro.
            Pero decía al principio que, ante la aparición del DRAE, mi interés se dirigió hacia aquellas palabras que siguen campeando por sus páginas sin que nos expliquemos el porqué. Siempre que he tenido oportunidad, he dejado clara mi postura de que el DRAE debiera ser sometido a una revisión a fondo, sin prisas pero sin pausas. He criticado que lance ediciones, actualizaciones, tras periodos tan breves, y ponía el ejemplo contrario, el del Diccionario francés. Motivo: en un idioma, en cualquier idioma, los cambios se producen con lentitud (rara vez sucede lo contrario) y es preciso que pase un dilatado tiempo para que una palabra, un giro, un cambio ortográfico, sintáctico o de cualquier naturaleza se asiente. La Academia no debe tener la prisa, pese a las presiones, que a veces parece sufrir. Y esta prisa molesta más si, con frecuencia, va acompañada, paradójicamente, de un sorprendente inmovilismo en otros aspectos. Grijelmo defiende palabras a las que no se da cobijo. Yo, en cambio, me admiro de que permanezcan otras que nadie usa.
            Como Zalabardo me solicita que vaya al grano, dejemos la corteza, en el meollo entremos, que dijo Gonzalo de Berceo. El DRAE recoge una serie de palabras, que cataloga como anticuadas, que no han sido documentadas después de 1500, es decir, hace más que quinientos años. Y otras, llamadas desusadas, cuya última documentación es anterior a 1900.
            Zalabardo ha podido comprobar que me he tomado el trabajo de ver cuántas palabras anticuadas siguen apareciendo. Su número se aproxima a 4000. Es decir, cuatro mil palabras no utilizadas con posterioridad al año 1500. Si cuento solo las que empiezan por a, el número ronda las 480. 

            No se me pasa que hay palabras que son muy antiguas y que han ido evolucionando y hoy se emplean con otro valor. Por ejemplo, el verbo adobar (que comenzó a utilizarse en el siglo xii) goza de plena vigencia, aunque ya nadie lo emplee con el valor con que, por ejemplo, aparece en el Poema del Cid. Lo mismo podría decir de otras muchas. Nada tengo contra ellas; ya digo que el lenguaje evoluciona y cambia y eso es inevitable. ¿Pero quién emplea hoy abés, adeliñar, adieso, adutaque, afacer, afiblar, ahé, alhanía o alier, y corto la relación por no seguir? El CREA y el CORDE nos dan noticia de que ahé, ‘helo ahí’ fue una vez utilizada por Blas de Otero en 1958 y alhanía, ‘dormitorio o alacena’, otra por Salvador González Anaya en 1929. Pero eso no permite a nadie negar que ambas, y las demás, son auténticos fósiles, recipientes vacíos de contenido para el hablante de hoy.
            ¿No podría la Academia proceder a una tarea de desbroce el DRAE y sacar estos términos en lugar abrir los brazos tan sin sonrojo a short, footing o jogging y tantos otros de la misma calaña? El DRAE no debe pretender ser un club exclusivista; pero  tampoco la casa de Tócame Roque. Las palabras que ya no tienen cabida en el uso, sea común o culto, podrían, y deberían, pasar a otros tipos de diccionarios. No por ello dejarían de estar al servicio de los hablantes. Internet nos ofrece hoy múltiples facilidades para ello y no hay que desaprovecharlas.

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