domingo, octubre 19, 2014

TE QUIERO VERDE (DEFENSA DE LOS VIEJOS VERDES)



            Transcurría el año 1968. Era mi último curso en la Universidad de Granada. Un profesor (de quien, por respeto, callo el nombre) nos había encargado la realización de un trabajo sobre un autor español que podíamos elegir con plena libertad. Yo elegí a Valle-Inclán, por quien sentía honda admiración Y recuerdo que Miguel García-Posada eligió trabajar sobre García Lorca. Ya entonces nos admiraban su profundo conocimiento y la pasión que ponía al hablar del poeta granadino. Cuando nos devolvieron, ya revisados, los trabajos, el profesor, que tenía fama de apropiarse de estudios de alumnos aventajados para reelaborarlos y publicarlos como propios, le dijo: “Miguel, ha hecho usted un trabajo magnífico; ¿le importaría que lo conservara como recuerdo?” En medio de la sorpresa general, García-Posada, con esa característica seriedad que mostraba casi siempre, respondió: “Claro que me importa. Si ese trabajo se publica alguna vez, será bajo mi nombre”. No sé si esas fueron sus palabras exactas, pero si, por casualidad, algún compañero de entonces me lee, podrá ratificar la anécdota.
            En uno de los apartados de mi trabajo, hablando sobre el color en el teatro de Valle-Inclán, con la osadía (y, en aquel caso, insensatez) propias de la juventud, negaba la validez de cualquier teoría sobre la simbología de los colores; no obstante, me lanzaba a demostrar la evolución del cromatismo en el teatro de Valle desde sus inicios hasta las últimas muestras del esperpento. Que los tonos claros del comienzo, en especial el azul y celeste, se iban tornando oscuros, sombríos, desembocando finalmente en un triunfo del negro. E incluso hacía una interpretación de tal hecho.
            ¿Habrá algún romance lorquiano que haya dado más ocasiones para comentar que el Romance sonámbulo, que comienza Verde que te quiero verde. / Verde viento, verdes ramas…? Todo en él nos atrae hacia el misterioso atractivo de la tragedia que nos narra. ¿Cuántas interpretaciones se habrán hecho de esos verde viento, pelo verde, carne verde, verdes ramas…?
            Zalabardo me dice que ya ha entendido que el apunte de hoy va de colores. Y yo le aclaro que, más concretamente, de cómo el significado que en una época se le da a un determinado color puede variar hasta otro muy diferente (muchas veces he hablado de la evolución del lenguaje y muchas de los cambios semánticos) y que una expresión a la que en un momento se le otorga un valor encomiástico y positivo pudiera llegar a sentirse como peyorativa. En ese momento le pregunto: “¿Te gustaría que te tildaran de ser un viejo verde?” “Hombre, la verdad es que no me gustaría”, me responde. “Pues bien”, termino yo, “hace siglos nos hubiese halagado que se dijera eso de nosotros”.
            Y es que hubo un tiempo en que verde se aplicaba a todo aquello que conservaba su lozanía. Dicho de una persona mayor, suponía un elogio, ya que significaba que, pese a la edad, se conservaba el vigor de los años mozos. No hay más que consultar diccionarios clásicos (españoles o bilingües) para comprobar lo que digo.
            Covarrubias (1611): ‘Estarse uno verde, no dejar la lozanía de mozo habiendo entrado en edad’. Lorenzo Franciosini (1620): ‘Estarse uno verde. Mantenersi uno tuttavia giovane, e con medesimi gusti di prima’ (Mantenerse joven, con las mismas aficiones de antes). Baltasar Henríquez (1679): ‘Está verde el viejo. Senex viridis est, viriditatis servat, repuerascit’ (El viejo está verde, conserva la fortaleza, vuelve a ser niño). John Stevens (1706): ‘Estarse uno verde. To continue youthful’. (Continuar joven). 

            Como vemos, ni en español ni en los otros idiomas citados, se observa matiz reprobatorio. Sin embargo, ya en el diccionario de Esteban de Terreros y Pando (1787) algo comienza a cambiar: ‘Verde vejez. Fr. Verte vieillese, saine, robuste’ (Verde vejez, sana, robusta). Lat. Senectus valida (Ancianidad saludable). En Cast. se suele usar también por vejez liviana, de poco juicio o asiento’. O sea, que frente a la elogiosa valoración que en todo nuestro entorno se hace del viejo verde, aquí notamos que empieza a no verse bien.
            ¿Y los diccionarios académicos? La primera vez que encuentro este cambio de tendencia es en el Diccionario de Autoridades (vol. vi, 1739): ‘Verde. Lo que está en su vigor, como opuesto a lo seco y marchito.[…] Viejo verde. Llaman al que mantiene o ejecuta modales y acciones de joven, impropias de su edad’. Y en el Diccionario usual, ya en 1837, en el lema verde, se puede leer: El que conserva inclinaciones o costumbres impropias de su edad o estado; como viejo verde, viuda verde’. El tono, ya, es claramente de censura.
            Pero hay algo más. Si atendemos a las expresiones chistes verdes, cuentos verdes, etc., nos llevamos una sorpresa, pues hasta 1852 no encontramos en el diccionario académico que verde pueda significar ‘libre, inmodesto, obsceno; se aplica a cuentos, escritos, poesías, etc.’ "¿Y cómo se llamaba antes a esos chistes y expresiones?", me pregunta Zalabardo. Pues colorados. Gonzalo de Correas, en su Vocabulario de refranes, de 1627, recoge: ‘Cantares y cuentos colorados (los deshonestos)’. En el Diccionario de Autoridades (vol. ii, 1729) leemos: ‘Palabras coloradas.  Son las deshonestas e impuras que se mezclan en la conversación por vía de chanza’. Y así se mantiene hasta que en la edición del usual de 1927 leemos: Colorado […] verde, libre, obsceno’. Y lo que se había venido llamando colorado, pasó a llamarse verde.
            ¿Por qué esos cambios? Pienso, le digo a Zalabardo (y es una suposición quizá osada) que todo se debe a la mojigatería de una época oscurantista en que no se aceptaba que una persona de años fuese otra cosa que un ser decrépito a quien no se le daba más esperanza que la de aguardar la muerte. Y si un viejo verde era alguien reprensible, todas aquellas expresiones igualmente reprobables deberían ser verdes en lugar de coloradas. Si hay mejor interpretación, no me costaría aceptarla.
            En fin, por lo menos disfrutemos de esta bella versión del Romance sonámbulo interpretada por Manzanita y Ana Belén. Yo hubiese preferido la de Manzanita y Raimundo Fagner, pero no he sido capaz de subirla aquí. Como me dice José Francisco, son misterios de Internet. De todas formas, os recomiendo que escuchéis esta última en YouTube.

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