domingo, abril 26, 2015

LA RUTA DE DON QUIJOTE, 2. LOS CAMINOS DE LA MANCHA



Por el Camino del Cristo

            Alonso Quijano vivía en un lugar de cuyo nombre Cervantes prefiere no acordarse; Dulcinea vivía en El Toboso, lugar próximo al del hidalgo. Apenas si se menciona algún otro topónimo en la novela, aunque parece claro que la mayor parte de los hechos suceden en el Campo de Montiel, comarca que se extiende por tierras de Ciudad Real y Albacete, pues ya en las primeras páginas lo leemos: “…comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel”. Y era verdad que por él caminaba…
            La Mancha, y más concretamente el Campo de Montiel, es una casi inextricable red de caminos. En tiempos de Cervantes, era el cruce de los que iban o venían de o hacia Toledo, Madrid, Córdoba, Murcia, Valencia, Granada, Zaragoza… Y Cervantes conocía aquella auténtica tela de araña. Sin embargo, en la actualidad, algunos caminos, como pudimos comprobar en Herrera de la Mancha, no llevan a ninguna parte. Sobre ese mapa complicado, han abundado los intentos de situar las andanzas de don Quijote. De las diferentes tesis sobre qué ruta siguió el hidalgo, le digo a Zalabardo que me he inclinado por la de Justiniano Rodríguez Castillo. Dos razones lo explican: me parece coherente con la lectura de la novela y me resultaba más cómoda en mi proyecto, que todo hay que decirlo.
Bello camino... si condujera a alguna parte (entrada a Herrera de la Mancha)
            Vaya por delante que recorrer la ruta del Quijote —no olvidemos que se trata de una novela, que Cervantes da pocas pistas y que en ocasiones cuesta ubicar las andanzas del caballero— requiere buenas dosis de imaginación. Nada nos da certeza de que el autor pensara en tal o cual zona para situar un episodio.
            Así que, sin ser la del alba, sino más tarde, y elegida Argamasilla de Alba como patria de un Alonso Quijano trasmutado en don Quijote, creí conveniente dirigirme hacia donde debió estar la venta en la que se hizo armar caballero. Rodríguez Castillo la sitúa al sur de Villarta de San Juan. Para acortar camino, nos recomendaron ir por Herrera y de allí a Los Llanos del Caudillo, junto a la actual autovía de Andalucía. Zalabardo se ríe cuando se lo cuento porque el caso es que Herrera de la Mancha, perfectamente localizado en las señales de carretera y en los mapas, es un pueblo fantasma, deshabitado (salvo por dos feroces y enormes perros que nos salieron al paso y nos obligaron a refugiarnos en el coche a toda prisa) y del que no sale camino a ninguna parte, pues lo impide el trazado del tren.
Por aquí debió estar la venta en que fue armado caballero
            Eso nos obligó a dar un largo rodeo para llegar a Los Llanos. En un restaurante a orillas de la autovía (herederos de antiguas ventas y caminos), solicitamos información a un empleado. El pobre se sintió como si sufriera un atraco: “Si le digo la verdad, yo tuve que ponerme a trabajar muy joven y del Quijote no sé nada”. Un taxista que tomaba café en la barra nos confirmó que la carretera de Herrera a Los Llanos, aunque venga en los mapas, no existe. Pero que a cosa de quinientos metros de allí había una zona que llaman Las Ventas. Todo coincidía con la documentación de que disponíamos, pero ni rastro de Venta Quesada.
            No obstante, por allí debió ser armado caballero don Quijote; por allí tuvo el encuentro con los mercaderes que iban hacia Murcia; en una de las escasas encinas que se ven pudo Juan Haldudo tener atado al joven Andrés para azotarlo por descuidado con el ganado y por aquellos llanos debió trabar la sin igual lucha con el Vizcaíno.
Junto al Azuer, entre esos árboles, se elogió la Edad de Oro
            Algo mohínos, partimos hacia Membrilla. En las afueras del pueblo, junto a un puentecillo sobre el río Azuer, se extiende un llano y se levantan unos árboles que ofrecen amena sombra. Buen marco para la majada de los pastores que acogieron a caballero y escudero y compartieron con ellos su comida. No cuesta imaginar en aquel ambiente el eco del famoso discurso: Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados
            En tan plácido lugar llegó a sus oídos llegó la noticia del triste fin de Grisóstomo, muerto de amores por la bella Marcela. Algunos pastores tomaron la decisión de asistir al entierro que tendría lugar junto a unas peñas en que mana una fuente. En la zona no hay otras peñas que las laderas de la sierra del Cristo, sobre la que hoy se asienta San Carlos del Valle, población a la que todos siguen llamando El Cristo.
            Supuestamente, deberían haber cogido el todavía conocido como Camino del Cristo y por él preguntamos. La gente nos decía: “¿Por qué van a ir ustedes por ahí si por la carretera se llega antes y mejor?” Si les indicábamos la razón de nuestro propósito, torcían el gesto y ponían cara de considerarnos locos.
¿Dónde está el camino?
            Primero nos dieron una información equivocada y, después de mucho circular entre viñas, y viendo que nos alejábamos de la sierra, tuvimos la suerte de encontrar a un campesino (La Mancha es una llanura inmensa donde resulta difícil encontrar una casa o a una persona) que nos avisó de que íbamos mal orientados y aquel no era el Camino del Cristo. Vuelta atrás hasta Membrilla y a seguir indagando. Por fin encontramos a alguien que sí conocía el Camino, pero que insistía: “¡Pero si por la carretera se llega en un momento!”


Estos son los molinos que don Quijote encontraría hoy
            Andando y desandando entre viñedos, temiendo en ocasiones que el coche quedara atascado, descubrimos tres cosas. Una, que la gente no conoce los caminos y siempre nos soltaban la misma letanía: “¡Si por la carretera se va mejor…!” Otra, que muchos caminos han sido invadidos por los cultivos. Como por encanto de magos y hechiceros, de pronto, el camino desaparecía. Y la tercera, que no solo los caminos han cambiado en La Mancha. El paisaje se va poblando de unos molinos que poco se parecen a los que exaltaron la imaginación de don Quijote. Pudimos al fin llegar al hipotético lugar del entierro de Grisóstomo, pero ya no quedaban ni parientes ni amigos a los que dar el pésame.
 
Entre esas peñas enterraron a Grisóstomo
          
También a San Carlos llegamos, pero casi rodeando por Valdepeñas. Poco antes de entrar, un pastor se nos mostró apoyado sobre su báculo mientras cuidaba de su rebaño. Zalabardo, irónico, me dice: “¿No embestiríais a las ovejas con el coche, verdad?” He preferido no contestarle pensando el día tan asendereado (nunca mejor dicho) que tuvimos. Todo quedó compensado por el placer que para la vista supuso la contemplación de la bellísima plaza de San Carlos del Valle.
¿Qué ejércitos son estos?
            En Alcubillas hicimos un nuevo intento de retomar el Camino del Cristo hasta Villanueva de los Infantes para poder visitar las ruinas de La Casa del Capitán, supuesta Venta de Juan Palomeque, donde Sancho sufrió tan humillante manteo. Nuevo fracaso. Idas y venidas, avances y retrocesos, cruces de caminos sin señalización alguna, extravíos entre viñedos sin fin… No me extraña que don Quijote, más de una vez, ante cualquiera de estas infinitas encrucijadas, dejara que Rocinante fuera quien decidiera por dónde seguir.
La Casa del Capitán, ¿Venta de Juan Palomeque?


1 comentario:

Jesús dijo...

La Venta de Quesada estaba, justo detrás de donde echaste la foto. Solo queda un amontonamiento de piedras arrinconado. En las fotos aereas del llamado Vuelo Americano del 56, todavía se aprecian restos de paredes y cimientos. Un saludo