sábado, marzo 11, 2017

LA BUENA Y LA MALA POLICÍA



            Siendo tantos y tan varios los objetos de la policía pública, ni es de extrañar que algunos, por escondidos o pequeños, se escapen de su vigilancia, ni tampoco que, ocupada en los medios, pierda alguna vez de vista los fines que debe proponerse en la dirección de los importantes (Gaspar Melchor de Jovellanos)

Concepción Arenal
            Aunque lo parezca, no tengo intención de hablar, dada la proximidad del Día de la Mujer, del manido tópico que tanto vemos en el cine del policía bueno y el policía malo aplicándolo a agentes del sexo femenino.
            Lo que ocurre es que difícilmente se me olvida el chasco sufrido por mi buen Zalabardo cuando, recién ingresados en el servicio militar obligatorio (los jóvenes de hoy no saben qué es eso) se encontró con que la primera tarea que le asignaron fue servicio de policía. Radiante de alegría, comentó: “Han visto que soy persona seria y sirvo para guardar el orden”. El desengaño fue inmenso cuando descubrió que lo que le adjudicaban no era otra cosa que la limpieza de las letrinas. Porque, si no estoy equivocado, el ejército ha sido la última institución en que se ha venido manteniendo el sentido más clásico y original de la palabra policía.
            Comencemos por aclarar, tal vez alguien no lo sepa, que esta palabra, policía, ha ido sufriendo una paulatina alteración, un proceso metonímico, que ha hecho que, con el tiempo, pierda su sentido más recto y elogiable y se quede solo con el más feo y desagradable.
            Ya en el Diccionario de Autoridades (1737), leemos esta definición de policía: 1. La buena orden que se observa en las Ciudades y Repúblicas, cumpliendo las leyes y ordenanzas establecidas para su mejor gobierno. 2. Cortesía buena crianza y urbanidad en el trato y costumbres. 3. Aseo, limpieza, curiosidad, pulidez. En cambio, si nos vamos a la más reciente edición del DRAE, la primera definición que leemos es: Cuerpo encargado de velar por el mantenimiento del orden público y la seguridad. De designar el buen orden y limpieza necesarios para las ciudades ha pasado, pues, a designar al cuerpo que vigila que ese orden se cumpla.
            Esos fenómenos, que no son raros en la lengua, hacen que en ocasiones nos extrañemos al leer textos clásicos. Por ejemplo, Jovellanos tituló el informe del que tomo la cita inicial, de 1790, Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, y sobre su origen en España. Por supuesto, don Gaspar Melchor no proponía ninguna reforma de los cuerpos de seguridad, sino la adecuación y ordenación de los espectáculos y diversiones que tenían lugar en su época.
            Concepción Arenal (1820-1893), escritora, investigadora, activista, defensora de la reforma del estado de las cárceles, defensora de los derechos de la mujer, impulsora del feminismo en el siglo xix, escribía en su Examen de las bases aprobadas por las Cortes para la reforma de las prisiones, de 1869: El Ministerio de la Gobernación podrá acordar la creación de destacamentos en cualquier parte de la Península… destinando a ellas, bajo las condiciones reglamentarias, a los sentenciados a penas aflictivas en las que sea forzoso el trabajo… Podrán conceder un número de los mismos a los pueblos que los soliciten para el servicio de policía local u obras de ornato público. Hoy se escandalizarían muchos al leer tales palabras y pensarían: “¿Qué es esa barbaridad de enviar reclusos a actuar de agentes del orden?” Pero lo que doña Concepción proponía, ella, que había sido la creadora de la frase Odia el delito, pero compadece al delincuente, no era sino la creación lo que hoy llamamos servicios a la comunidad, que se aceptase la redención de penas por el trabajo. Por eso pedía a las Cortes que se crearan cuadrillas de reclusos que fuesen enviados a las localidades que lo requiriesen para colaborar en las obras públicas y en la limpieza de las ciudades.
            Esta insigne mujer, en una época mucho más complicada que la nuestra para que a alguien de su sexo se la tuviese en cuenta a la hora de opinar sobre asuntos sociales, vivía volcada, aplicando todas sus fuerzas, en la defensa no solo de la condición femenina, sino de la de todos los necesitados. Y lo hacía a tiempo completo, proponiendo medidas lógicas y no con esas manifestaciones tan folclóricas como carentes de decoro, cuando no llenas de ordinariez, que vemos estos días en las procesiones del santísimo coño insumiso y cosas así. Porque la solución a problemas tan serios como los que se plantean solo se consigue luchando sin tregua todos los días de cada año, no reduciéndolos a la anécdota festiva yu soez de un solo día.

Policía baja de Huaral,. Perú (Foto de Huaralenlinea)
            Le digo a mi amigo que esto último ha sido un desahogo tras haber visto esta semana una serie de manifestaciones que considero muy poco serias.
            Retomo la línea principal. El escritor peruano Ricardo Palma (1833-1919) elogiaba al virrey de Perú Manuel Amat y Junyent diciendo de él: Amat cuidó mucho de la buena policía, limpieza y ornato de Lima, por cuantas obras promovió en beneficio de la ciudad.
            Y es en América, la de habla española, donde aún conserva este uso de policía para referirse a la limpieza. En un periódico digital de Huaral, Perú, leo la noticia de que ha sido dotada con medios más modernos y eficientes la policía baja de la ciudad (así se llama al servicio de limpieza)
            Pero ya digo, hoy identificamos policía más con represión que con urbanidad y limpieza. Y, lamentablemente, los propios agentes también se confunden. Por eso los vemos más preocupados en poner multas que en realizar una labor educativa para que se cumplan las buenas maneras, la urbanidad y el aseo de las ciudades, evitando que hayamos de ir por las aceras luchando para que no nos atropelle una bicicleta, mirando al suelo para no pisar los excrementos de perros, o haciendo que podamos pasear por las calles sin que nos obstaculicen el paso las terrazas de los bares o podamos dormir sin que nos robe el descanso el exceso de ruidos a cualquier hora del día o de la noche. Esa labor de policía (de urbanidad, de limpieza, de buen orden) es la que habría que fomentar. Esa sería la buena policía. La otra, la que tenemos, es en gran medida una mala policía.

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