sábado, septiembre 08, 2018

ARTE DE LAS PUTAS


            Me gustaría, le digo a Zalabardo, que se entendiera este título como un recuerdo, sin más, del poema así llamado, compuesto por Nicolás Fernández de Moratín hacia 1770 y solo publicado un siglo o poco más después. El poema pasó de inmediato a engrosar el ya amplio conjunto del Índice de libros prohibidos.
            De mismo modo, quisiera recordar las palabras de Cela cuando en su en Diccionario secreto dice la sociedad considera relativamente inconveniente la idea ‘puta’, en la conversación distinguida, pero rechaza la palabra puta haciéndola pagar las culpas que lo que cree que la idea expresa.
            Surge esto a cuento de que Zalabardo y yo hablamos de ese “gol metido por la escuadra” del que se queja la Ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, al ver cómo su departamento ha aceptado la inscripción de un sindicado de putas, siendo la prostitución, en España, una actividad ilegal.
            Le digo a Zalabardo que, lo primero que me da por pensar es que siempre la cuerda se rompe por el lado más débil; en el caso que hablamos, las putas (prostitutas, meretrices, rameras, busconas, cortesanas, heteras, pupilas, cocottes, pilinguis, piculinas, sotas, zorras, jineteras, fulanas, ficheras, huilas, pelanduscas y no sé cuántos nombres más que se les han dado). En efecto, la sociedad, creo que todas sociedades de todas las épocas, han sido hipócritas con ellas.
  
          La prostitución es ilegal en España y en otros muchos países. Se habla de esclavitud sexual, de explotación de la mujer y cosas así y no negaré que hay mucho de eso. Da igual que hablemos de países que prohíben, regulan, toleran sin más la regulación. También da igual que en bastantes lugares se castigue “la demanda sexual”, pero no la “oferta sexual”. Porque, en cualquier caso, da la impresión de que, cuando una administración se enfrenta a esta realidad, mira siempre hacia la “trabajadora sexual” pero no hacia la infinidad de establecimientos que se enriquecen gracias a esa actividad que, se dice, es ilegal. Si es ilegal y las prostitutas son víctimas, ¿por qué se actúa contra ellas y se siguen respetando las licencias de los lugares en que se las esclaviza y explota?
            Olvidamos muchas cosas (la sociedad olvida lo que no le interesa) que convendría tener presentes sobre la prostitución. Por ejemplo: que, siendo actividad ejercida mayormente por mujeres, también hay hombres; que es antigua casi como el mundo y jamás se ha conseguido erradicar; que, en sus orígenes, incluso se podría decir que fue considerada sagrada; que hay una prostitución, que podríamos llamar de lujo, ante la que casi nadie se escandaliza. Y algunas cosas más.
Veamos lo de ese “carácter sagrado”. Así fue en Sumeria, en Babilonia y en tantísimas otras culturas. Por ejemplo, que ya el Código de Hammurabi establecía los derechos de las hieródulas; que el nombre lupanar procede de los ritos que en Roma tenían lugar en honor de Fauno Luperco; o que eran, si no, las bacantes.
Hasta que un día comenzó a ser considerada “actividad inmoral”. Algunos sostienen que María Magdalena era una mujer de elevada posición y muy culta, pero que el cristianismo primitivo empezó a difundir la opinión de que era prostituta porque “no interesaba” reconocer que, junto a Cristo, había mujeres influyentes.

            En Grecia había tres tipos de prostitutas: las pornai, las independientes y las heteras. Las primeras simples esclavas dependientes en todo de un proxeneta; las independientes, ejercían con libertad su profesión, debían estar registradas y pagaban impuestos sobre sus ingresos; y las últimas eran mujeres refinadas, de alta categoría y educación esmerada, que podríamos comparar con las geishas japonesas o con las cortesanas de siglos más tarde.
            Pero hay más. En la Edad Media y en los inicios de la Edad Moderna, los propios Estados e incluso la Iglesia controlaban y se beneficiaban de la prostitución, que era fuente de abundantes ingresos. Ya lo hizo Alfonso XI y ya lo hicieron los RRCC. Le cuento a Zalabardo un caso curioso. En Málaga hay una calle llamada de las Cinco bolas. Entre las variadas interpretaciones que se dan a estas bolas de diferente color que aún pueden verse junto a la iglesia de San Juan (balas de cañón, símbolo azteca, recuerdo del cirio pascual…) hay una que dice que la pintura y diseño de estas bolas formaban una flecha que indicaba la presencia del mayor burdel de la ciudad. Cuando Isabel y Fernando conquistaron Málaga, otorgaron el control de la mancebía a Alonso Yáñez Fajardo quien, a su muerte, cedió el control a sus descendientes hasta que la madre de uno de ellos lo convenció para que transformara el prostíbulo en un beaterio de mujeres descarriadas. Esta mujer, a tal fin, construyó la iglesia de San Juan. Ya digo, es solo una interpretación más y la recoge en un libro Rafael Vertier. ¿Qué interés podían tener la Iglesia y el Estado en controlar la prostitución? Se dice que con ello pretendían controlar otros males nefandos: el bestialismo, la homosexualidad y la prostitución callejera.
  
          Hacia 1960, el movimiento de reivindicación de la libertad sexual de las mujeres inició el debate acerca de si la prostitución era libre aceptación de la mujer o había que abolirla de cuajo. Hacia 1972, un grupo de amas de casa, entre las que había también lesbianas y feministas, crearon una asociación con el objeto de combatir “la hipocresía de las leyes que controlan la sexualidad femenina, especialmente la prostitución.” El feminismo, a partir de ahí, se dividió en dos, el que consideraba la prostitución como una actividad liberadora de la mujer y el que la consideraba como una actividad opresiva. Sobre este asunto, aconsejo leer el trabajo de Marta Lamas, de 2016, Feminismo y prostitución: la persistencia de una amarga disputa.
            No sé, le digo a Zalabardo, si es mejor ilegalizar la prostitución o regularla. Lo que no me parece bien es que se persiga más a las prostitutas que a los proxenetas. Como no me parece bien que se tolere el “turismo sexual” o que se deje de lado la prostitución de lujo. Y, sobre todo, que no se combata con todos los medios posibles la trata de mujeres o la prostitución infantil; ahí sí que hay esclavitud y explotación.


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