lunes, septiembre 03, 2018

LOS LAZOS AMARILLOS (SOBRE LOS SÍMBOLOS)



           Acaba agosto y finalizan las vacaciones. Puede sonar irónico que algunos nos expresemos así. Por ejemplo, Zalabardo y yo, ya jubilados hace años, tenemos vacaciones indefinidas y mal podemos hablar de regreso al trabajo. Pero nos gusta hablar así y ajustar nuestras vidas a un ritmo que nos recuerde el que un día nos venía impuesto.
            Retomamos nuestra Agenda y, para este primer apunte de la temporada, la idea me la ha proporcionado una pregunta de Zalabardo: “¿Qué piensas de esto de los lazos amarillos?” Me cuesta responderle, porque son muchas las respuestas posibles y todas ellas igual de válidas o inútiles. Sin embargo, le digo, que no me gusta el uso que de ellos se está haciendo.
            Y me creo en la necesidad de explicarle que hablar de este tema requiere entrar en el tema de los símbolos. Es fácil comprobar que toda nuestra vida gira en torno de los signos; casi todo lo que nos rodea tiene un sentido, un significado y le damos un valor. La mejor prueba de todas, los signos lingüísticos, que hacen posible que nos comuniquemos y nos entendamos. Son los elementos que mejor sustentan la vida social.

Fasces etruscas
Pero hay otros signos de naturaleza diferente, aunque también comunicativos. Charles S. Peirce habla de ellos. Un indicio es algo que percibimos de manera inmediata y nos informa de algo que no lo es tanto; vemos humo y sabemos que existe un fuego, aunque no lo veamos. Los iconos presentan una relación de semejanza con la realidad que quieren significar; Véase si no, una fotografía o cualquier dibujo. Por fin, hay que considerar el símbolo, que es un signo figurativo de algo que no perceptible por los sentidos; ejemplo, una balanza representa la idea abstracta de la justicia.
            Peirce establece entre ellos una diferencia notable: el icono reproduce una realidad (un retrato nos recuerda a la persona fotografiada); el indicio supone un razonamiento mediante el que inferimos algo (si hay humo, debe haber fuego); pero en el símbolo, la relación entre los elementos procede siempre de una convención, aunque pudiésemos hallarle una razón más o menos remota. Podríamos, pues, decir que el símbolo es caprichoso y voluble. Por esa razón no siempre es fiable y la relación que expresa puede ser alterada con los años.

           Los símbolos, digo cambian con el tiempo. Le pido a Zalabardo que se fije bien en la esta imagen, una estela de un enterramiento paleocristiano. Podemos observar que los cristianos primitivos no tenían reparos, al morir, en encomendarse también a los dioses paganos tradicionales (pues D. M. significa Diis Manibus, es decir, “a los Dioses Manes”). Pero a continuación hallamos lo que de verdad interesa: una inscripción en griego: IXTHYS ZOONTOON (“pez de los vivientes”) y debajo dos peces y un ancla. Suele afirmarse que los cristianos primitivos, que debían esconderse, adoptaron el pez como forma de reconocimiento entre ellos. Ixthys, que en griego significa pez, forma curiosamente el acrónimo de Iesus Xristos Theou Ysos Soter, o sea, “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”. El pez se convirtió, pues, en símbolo del cristianismo, antes incluso que la cruz, que vino después a sustituirlo. Pero hay otras versiones sobre la simbología del pez que se remontan a tiempos anteriores al cristianismo, como sucede con el ancla que el cristianismo usó como símbolo de la firmeza. Todo lo anterior nos indica que esa estela es de una tumba cristiana. Sin embargo, hoy al pez no se le da tal valor, o al menos no de forma general, ya que ha sido apropiado por algunos grupos cristianos, como los evangelistas o los testigos de Jehová.

Caduceo
            La historia está llena de símbolos. Por ejemplo, también en el cristianismo, la palma se considera símbolo del martirio, aunque en otras culturas anteriores, simbolizaba la victoria y la fama. De ahí que aún hoy se hable de llevarse la palma. En los mismos evangelios se dice que Jesús fue recibido con palmas y ramos de olivo. Símbolos son el caduceo, que representa al comercio; el yugo, las flechas y el nudo gordiano de los Reyes Católicos; el triángulo negro o la bandera arcoíris de gays y feministas; la media luna del Islam…
            Podríamos estar años hablando de símbolos, pero vamos al que nos interesa. Los lazos amarillos que tantos conflictos provocan hoy en Cataluña. Al parecer, el lazo amarillo lo exportaron los colonos ingleses a las colonias de América. Allí, durante la guerra civil, se adoptó como símbolo de la esperanza. Recuerdo haber leído que tal cosa se hizo en homenaje a la caballería del norte, que llevaba de ese color, en su uniforme, un pañuelo y el galón del pantalón. Por eso, las esposas y novias de los soldados se ponían un pañuelo amarillo en señal de que esperaban su regreso.

           Más tarde, durante la guerra de Vietnam, se rescató la costumbre; pero, entonces, lo que se hacía era atar una cinta amarilla en un árbol, en una farola, en una ventana, como muestra de esperanza en el regreso de los soldados. Hay otras versiones diferentes, pero le digo a Zalabardo que me quedo con esta.
            Hoy, en Cataluña, los lazos amarillos son elemento de discordia, de división de fractura. Alguien podría decir que es el deseo de la vuelta de los que no están. Pero esos que no están no se hallan cumpliendo un deber; son políticos irresponsables que nos han llevado hasta el estado de crispación actual y están por tal motivo en prisión. El amarillo, pues, lo han convertido en símbolo del separatismo. Por eso decía al principio que, dado que el símbolo es una convención, el valor que se le otorgue es tremendamente variable. Las primitivas fasces de los etruscos, símbolo del poder militar, fueron acogidas por los romanos, por la revolución francesa, por el fascismo de Mussolini, por la Guardia Civil española… y no en todos los casos se interpreta igual.
            Le digo a Zalabardo que, respetando el pensamiento político de cada cual, los lazos amarillos, estos lazos de ahora, no me gustan, ya que tanto ponerlos como quitarlos tiene algo de provocación. Diríamos que, queriendo ser símbolo de algo, comienzan a convertirse en indicio de algo peor. Ojalá me equivoque.

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