domingo, febrero 07, 2021

INFODEMIA E INFOXICACIÓN

 

 


           Con frecuencia, repetimos tanto un concepto, un argumento, una idea, que corremos riesgo de vaciarlos de contenido hasta dejarlos en algo inútil. ¿Se habrá dicho y repetido—le indico a Zalabardo— que no es lo mismo información que conocimiento? Si así fuera, nuestra sociedad sería la más sabia de todos los tiempos por la cantidad de información que manejamos. Pero, y suena a paradoja, muchos auguran que caminamos precisamente en el sentido contrario.

            Tenemos toda la información imaginable, y hasta es posible que más, al alcance de un simple clic. Y, sin embargo, estamos expuestos, inermes, ante cualquier ataque de desaprensivos que llenan las redes de una ingente cantidad de información que no todo el mundo es capaz de procesar y, por tanto, se convierte en camino fácil para bulos, verdades alternativas, mentiras o como queramos llamarlas.

            Aquí entra en escena, le digo a Zalabardo, el término infodemia. Que el Diccionario de la Academia —tan proclive en los últimos años a aceptar cualquier palabra que alguien proponga— no recoja este término importa poco; la realidad está ahí y hay que darle nombre: infodemia cumple todos los requisitos de los acrónimos españoles, aunque su origen sea inglés. Se crea sobre información y pandemia. ¿Y qué hay tras ese nombre?: sobreabundancia de información (a veces veraz y rigurosa, pero otras muchas veces falsa) que dificulta que las personas encuentren fuentes de información fiables en el momento que las necesitan.

 

       Aunque no falta quien asocia esta situación con la pandemia actual, la palabra es anterior y abarca un campo más amplio que el de la covid-19. Sí es cierto que en estos últimos días ha cobrado especial vigor y hasta la propia OMS ha pedido que tomemos precauciones contra la infodemia que ha surgido en torno a la enfermedad; es decir, contra los bulos, mentiras, y falsas informaciones acerca del problema que padecemos.

       La organización Medicus Mundi se pregunta si el desconocimiento que tenemos del comportamiento y posibles efectos de la enfermedad es suficiente como para generar tanta alarma social. Y, sin quitar importancia a la pandemia, avisa de que la cantidad y naturaleza de las noticias que aparecen una y otra vez en todos los medios de comunicación y redes sociales generan en la población una sensación de angustia, inseguridad y de alarma que no ayuda, ni individual ni colectivamente, a encontrar las soluciones más adecuadas. Y nos recuerda que un bulo causó la muerte de 27 personas en Irán por ingerir alcohol industrial —ya pudimos oír a Trump hablar de la lejía—; que la gente acopia alimentos u otros productos sin que nada sostenga la necesidad de esas medidas; que se adelantan noticias —no confirmadas— sobre el posible cierre de una ciudad, originando con ello una huida masiva de sus habitantes que agrava el problema; que en zonas con situación similar, las autoridades toman medidas diferentes sin dar justificación de ello, por lo que la población no llega a tener noción clara de qué es la pandemia…



         Todo lo anterior, explico a Zalabardo, exige que tengamos que hablar de otra palabra emparentada con la infodemia y de la que tampoco se hace cargo la RAE, infoxicación. Mi amigo pone cara rara y debo decirle que infoxicación no es más que “enfermar” de exceso de información. Tampoco de esto tiene culpa la covid-19. ¿Cómo puede alguien notar que está infoxicado? Hay un artículo muy interesante de Alfons Cornella que lo explica perfectamente: cuando se está expuesto a recibir más información de la que se es capaz de procesar, cuando no se puede profundizar en ella porque importa más la exhaustividad que la relevancia y se valora más la cantidad que la calidad, cuando nos puede el ansia de recibir mensajes para luego reenviarlos, estamos infoxicados.

            Mantiene Cornella, y yo creo lo que dice porque lo veo a diario en los medios y en las redes, que acumular demasiada información limita la capacidad de comprensión. Ese exceso de información nos arrastra a creer que somos expertos cuando lo cierto es que no pasamos de ser “comepalabras”, que ni siquiera digerimos bien lo que leemos. Una vez que caemos en el irresponsable acto de reenviar a todos nuestros contactos de las redes todo aquello que, a la vez, hemos recibido de otros, sin pararnos a analizar su contenido, no solo estamos infoxicados, sino que nos hemos convertido en peligrosos focos de contagio.


            Entonces —me pregunta Zalabardo— el “caso” del sueldo de Messi, ¿es ejemplo de infodemia o de infoxicación? Le contesto que, en mi opinión, es un claro ejemplo de ambas cosas: alguien, con un objetivo malicioso que calla, lo que muestra su deseo de infoxicar, lanza una información en la que, sin mentir, se ocultan bastantes verdades. A partir de ahí, de todo se encarga la infodemia. Quien lo lee, que no tiene por qué conocer el fondo de la cuestión, se escandaliza y un mensaje que no ha sido entendido en su fondo es reenviado millones de veces. Infoxicados de esa manera nosotros, tal vez sin quererlo, empezamos a contagiar a otros.

            Sobre este último caso, le pido a mi amigo que se lea el artículo de Jorge Valdano publicado el viernes y titulado ¿Cuánto vale Messi? Ahí va a encontrar la información que muchos otros ocultan por ignorancia o por malicia.

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