sábado, marzo 13, 2021

CUESTIÓN DE ESTILO

 

  


          El País fue el primer diario español, en 1977, que publicó un Libro de estilo. No tardaron otros en seguir el ejemplo e incluso lo hicieron algunas instituciones públicas. En este asunto, le digo a Zalabardo, tal vez lo importante no estribe en ser el primero, sino materializar un compromiso ético de cara a los lectores definiendo la línea de pensamiento del medio y comprometiéndose a utilizar el idioma de la manera más recta posible. Ante eso, solo cabe esperar que están sujetos a ese Libro de estilo respeten sus postulados.

            Hablamos de esto porque El País, saca estos días una nueva edición del suyo y nos anuncia algunas de sus novedades. La evolución de nuestra sociedad, y de modo especial en la consideración del papel de la mujer, recomienda una puesta al día de estos libros, pues aún persisten bastantes tics sexistas que habría que desterrar.

            Le comento a Zalabardo que, por lo anunciado, encuentro en este Libro de estilo algunos detalles que me parecen merecedores de matización, así como otros que, sinceramente, me provocan estupor. Hablando del tratamiento de la violencia machista, no entiendo que a estas alturas un diario serio como juzgo que es El País haga a sus redactores estas dos recomendaciones: desechar las opiniones de vecinos y conocidos que, por falta de información, tienden a ofrecer una óptica poco fiable de los hechos, y no mencionar injustificados detonantes de la agresión que puedan inclinar a disculpar o justificar la agresión o a volcar sospechas sobre quien bien pudiera ser inocente. Siempre he considerado estos recursos propios de la prensa sensacionalista y de la televisión basura.

 


           Las matizaciones a que me refiero afectan a dos normas: la de evitar la expresión crimen pasional y la de no utilizar la voz pasiva (una mujer ha sido asesinada) para no añadir dolor innecesario a la víctima. Como es cierto que la oración pasiva destaca a quien padece la acción verbal sobre quien la ejecuta, nada tengo que objetar. Pero, si ya desde 1976, El País viene defendiendo el uso de la activa en sus informaciones, debería explicar con claridad que no se trata solo de una razón ética, sino también estilística. El profesor de la Universidad San Francisco de Quito Juan Manuel Rodríguez razonaba en un breve artículo de 2001 que la voz pasiva es un cáncer del lenguaje periodístico que el periodista, por su responsabilidad ante el público lector, debe evitar. ¿Por qué? Primero, porque nuestra lengua prefiere la información directa y sin rodeos (lo que es propio de la voz activa), argumento que se confirma con el hecho de que en el habla coloquial muy rara vez se utiliza la pasiva. Y, segundo, porque la pasiva encierra muchos matices éticos; en efecto, la pasiva puede interpretarse como una manera de ocultar, exculpar, esconder o incluso justificar al agente de la acción. Decir una mujer ha sido asesinada…, colocando la víctima en el lugar más visible del discurso, pudiera entenderse que resta importancia a la acción del agente.

 


           Pero es que, además, la Gramática de la Academia, que no es normativa (pues no obliga), sino descriptiva, abunda en lo mismo, aunque lo haga de manera más técnica y fría. Todo discurso, leemos en ella, comporta un tema o información temática y un rema o información remática. La primera es la que el hablante supone conocida por el interlocutor, aquello de lo que se va a hablar; la segunda es la que se considera relevante para completar el tema. El tema, además, suele colocarse al comienzo de la frase, que se cierra con el rema. Dos frases pueden decir exactamente lo mismo, pero presentar una carga informativa diferente. La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945 y En 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial son enunciados idénticos. Sin embargo, en el primero, La Segunda Guerra Mundial es el tema, mientras que en el segundo lo es En 1945. Lo que caracteriza a la voz pasiva es que se coloca primero el tema, una mujer ha sido asesinada (quien padece la acción); lo que se dirá de ella, lo relevante (quién ejecuta esa acción), el rema, se deja para el final, o se silencia. Por eso se desaconseja.

            ¿Habrá entonces que desterrar la pasiva? No en todos los casos, pues el protagonista pasivo puede, en ocasiones, tener más importancia que el agente de la acción, dice Rodríguez. Y la Gramática académica, por su lado, añade que también será preferible la pasiva cuando se carece de información sobre el agente (en este caso, se desconoce al asesino). Estas cosas, digo a Zalabardo, debiera conocerlas bien un periodista.

            La supresión de crimen pasional me parece innecesaria. Si siempre hay un móvil (económico, religioso, político, odio…) tras un delito, ¿qué nos hará pensar que la alteración de la conciencia originada por celos, ira o engaño signifique justificación de la violencia empleada?



            Y pasamos al lenguaje sexista. Me ocurre algo parecido. Veo bien unas cosas y otras no tanto. Si es necesario que un Libro de estilo nos señale que hay que evitar las asimetrías del lenguaje y que debemos escribir con una perspectiva más igualitaria es porque nuestra sociedad necesita recorrer aún un trecho hacia una conciencia de igualdad. Los ejemplos son claros: si al hablar de personas que cumplen funciones semejantes no nos interesa la vestimenta del varón, tampoco debería interesarnos la de la mujer. Y si es normal citar a un hombre por su apellido (el presidente Sánchez) no habría que añadir el nombre a una mujer (la ministra Irene Montero).

            Me parece bien que se considere desaconsejable la duplicación repetitiva del género, que crea enunciados cacofónicos; o que se rechacen formas como lxs lectorxs o l@s lector@s, por la sencilla razón de que es imposible leerlos. Ya no veo tan claro que se pida sustituir hombre (genérico, no en su acepción de ‘varón’) por otras formas. Evitar el hombre llegará pronto a Marte y decir en su lugar la humanidad, o la gente, llegará pronto a Marte, aparte de poco adecuado me parece erróneo. Abogaría más por la doctrina que defiende Fundéu: con independencia de lo que la gramática haya venido sosteniendo sobre los nombres comunes en cuanto a género, para aceptar jueza, edila, médica, fiscala, cónsula, abogada, arquitecta, etc., solo se necesitan dos cosas: que exista tal función y que haya una mujer que la desempeñe.

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