sábado, marzo 06, 2021

SOBRE “PROPONIDO” Y OTROS LAPSUS

 


            Don Antonio Llorente, catedrático de Gramática Histórica de la Universidad de Granada cuando yo andaba por en la Facultad de la calle Puentezuelas, dedicó alguna clase a hablarnos de un antiguo gramático griego preocupado por dilucidar si en el lenguaje predomina la analogía o la anomalía, la excepción o la regla, la regularidad o la irregularidad. En los cuadernos de apuntes de aquellas clases, que conservo más por nostalgia que por utilidad, aparece el nombre de ese gramático cuyo nombre no recuerdo.

            Por aquellos años aún no conocía a Zalabardo, pero mi amigo coincide conmigo, alguna vez que ha salido el tema, en que dicho problema aún no se ha resuelto y que el enfrentamiento entre la regla y la excepción es piedra angular de toda nuestra existencia y no solo del lenguaje. No en vano vemos como casi todas las lenguas poseen una frase proverbial semejante, La excepción confirma la regla, que lo que fielmente significa es que la existencia de excepciones no invalida ni desecha ninguna regla, sino que la matiza e incluso precisa. Y, sin embargo, ¡qué duro se hace a veces apartar la regla y admitir la excepción!

            ¿Quién no se ha parado nunca a pensar en el habla de los niños? Mientras viven la feliz etapa en la que sus mentes aún no se han visto maleadas por el acontecer social, son los más correctos y coherentes hablantes, puesto que, siguiendo la regularidad más lógica imaginable, dicen cabo, sabo, hacido, etc., en lugar de quepo, o hecho, transgresiones de la regularidad normativa, anomalías que viven en pacífica relación con las analogías, en este proceso al que estamos acostumbrados.

            La lengua abunda en anomalías que aceptamos con toda naturalidad, sin conocer incluso que lo son ni la razón de su existencia. Algunas resultan difíciles de explicar; otras son consecuencia de algún inocente error o de una falsa interpretación. Le cuento a Zalabardo, a modo de ejemplo, un caso curioso, el de una palabra tan simple como cerrojo. Esta palabra procede del latín veruculum, ‘barrita pequeña de hierro’, diminutivo de veru, ‘dardo corto’ y ‘espeto, hierro para asar’. Siguiendo la evolución normal de la lengua, veruculum debería haber terminado en verrojo; pero como aquella pequeña barrita se utilizaba para cerrar (de origen diferente), por etimología popular acabó contagiándose de la forma de esta última y ahí tenemos el cerrojo y todos sus derivados.

            Zalabardo sabe que defiendo el correcto y adecuado uso del lenguaje, pero que no me escandalizo cuando alguien da un patinazo, o cuando, aun contraviniendo la propia naturaleza de la lengua, propone una forma que podría aceptarse como lógica. Pero en estos años en que la información, que no el conocimiento, circula con vertiginosa rapidez, siempre hay personas de piel muy fina dispuestos a escandalizarse sin razón; estas personas abundan más cada día y, lo que es peor, militan entre quienes no cesan de reenviar en sus whatsapps frases mal construidas, palabras incorrectas o juicios atribuidos falsamente a quienes nunca dijeron ni opinaron tal cosa. En la mayoría de los casos, lo hacen por simple ignorancia, aunque a veces actúen movidos por la malicia hipócrita de los fanáticos.

 


           Ahí entra el caso del hemos proponido que soltó hace unos días el ministro Garzón. Bien sabe mi amigo que no simpatizo con el señor Garzón ni con el partido en que milita, IU, por defender postulados que no comparto en muchos casos. Pero de ahí a juzgarlo y criticarlo por ese proponido media un abismo. Simplemente padeció un lapsus que se explica por la existencia en nuestra lengua de participios irregulares, anómalos, junto a los regulares que son mayoría. Es un error, el de Garzón, justificable; su mente actuó como si hubiese padecido una regresión a los inocentes años de la infancia y dijo lo que la coherencia pide, proponido, hasta reparar en que dicha regla la rompen las excepciones de participios como dicho, hecho, propuesto y tantos otros; no olvidemos que también hay muchos casos en los que regularidad e irregularidad coexisten, como vemos en bendecido/bendito, freído/frito, elegido/electo, prendido/preso, etc.

            En nuestra historia más reciente no faltan casos semejantes de lapsus cometidos por un sano e inconsciente deseo (fallido, claro está) de restablecer una analogía. Carmen Romero, a quien tuve como compañera de curso en la Universidad de Sevilla y terminó siendo primera esposa del expresidente Felipe González, ya dio que hablar con aquel famoso jóvenes y jóvenas; más tarde, en la misma línea nos hemos encontrado los casos de miembra, portavoza y cosas así. O sea, que Garzón no es sino uno más en una larga lista que debería movernos más a sonreír que a criticar. El caso revestiría gravedad si quien comete el indeseado patinazo persistiese en su error, como aquel sacristán del chiste que, contando la historia de Lázaro soltó: Y Lázaro andó, y al corregirlo el párroco: ¡Anduvo, idiota!, el rapavelas añadió: Bueno, anduvo idiota unos días, pero luego andó.


            Si condenásemos a Garzón por decir proponido, ¿qué deberíamos haber hecho con Zapatero cuando afirmó tener un plan para follar (en lugar de apoyar) a Rusia? ¿O con María Dolores de Cospedal cuando declaró lo de hemos hecho mucho para saquear (sacar) a este país… ¿O con Leire Pajín, que recomendó que todos teníamos que rezar (remar) en la misma dirección? ¿Y qué hacer con Pablo Iglesias que, en un debate televisado, reconoció que había que dar la razón a las mujeres indignadas por lo que hemos visto con tantas mamadas (manadas)? ¿Y, para terminar, con Ana Pastor, que se quedó tan pancha tras responder a una pregunta que es (por no es) incompatible ser político y ser honrado?

            O sea, le digo a Zalabardo, vamos a reírnos de estos lapsus; hagamos chistes, pero quedémonos en eso. No caigamos en la acritud, palabra que popularizó Felipe González y mostremos buen talante, palabra que popularizó Zapatero; y, aunque sea en el ámbito familiar, hablemos algunas veces en catalán, según nos confesó Aznar. Seguro que, con independencia de excepciones y reglas, a todos nos iría mejor. Zalabardo me mira y se ríe.

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