sábado, enero 08, 2022

A PALO SECO (Y OTROS PALOS)

 


Pocos deben ignorar qué significa la expresión a palo seco y menos una vez que han concluido los festejos navideños. ¿Alguien podrá decir que se ha limitado en estos días a tomar cualquier alimento o bebida a palo seco? Muy al contrario, si de algo hemos abusado en estos días es del excesivo complemento para acompañar cualquier ingesta. Desde los aperitivos a los dulces típicos, todo ha destacado por su abundancia.

            Sin embargo, le aclaro a Zalabardo, este significado, ‘sin ningún complemento que acompañe una comida o bebida’, así como otros que se le han sumado, ‘sin nada accesorio’, o incluso, hablando de flamenco, ‘sin acompañamiento instrumental’, son nuevos, surgidos con posterioridad por derivación y comparación del primitivo, que hay que buscar en el lenguaje marítimo. Se dice que va a palo seco el buque ‘que lleva recogidas sus velas para mejor afrontar un temporal’. El palo de que se habla es el nombre común de los mástiles, llamados también árboles, según se desprende del término arboladura, ‘conjunto de mástiles y vergas ―perchas perpendiculares― de un buque’ y desarbolar, ‘derribar los mástiles o árboles de una embarcación’. De hecho, la expresión primitiva debió ser a árbol seco, que ya encontramos utilizada en los diarios de a bordo de Cristóbal Colón, quien anotó el 13 de febrero de 1492: «…dixo ser señal de gran tempestad que havía de venir de aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol seco lo más de la noche…»

            La técnica náutica ha avanzado mucho desde entonces y gran parte de la terminología marinera ha caído en desuso, lo que no impide que el lenguaje común se halle repleto de expresiones que tienen su origen en él, aunque los hablantes no lo sepan: salvarse por los pelos, ir viento en popa, bandearse, cambiar de rumbo, estar con el agua al cuello, ir contra corriente, salir a flote, echar un ancla, capear un temporal… Precisamente con palo hay otras expresiones que tienen la misma procedencia: no dar un palo al agua y que cada palo aguante su vela.


           A quien se le pregunte, sabrá que no da un palo al agua aquel que es un ‘vago, que no colabora o que está completamente ocioso’. ¿Y qué tiene eso que ver con el lenguaje marinero? Lo cierto es que hay que remontarse no años, sino siglos atrás, a la época en que las embarcaciones se movían gracias a la fuerza del viento que hinchaba sus velas y a la de los brazos de quienes manejaban los remos, palas… o palos. Y quienes esta función realizaban eran, por lo general, esclavos o delincuentes a los que, por sus delitos, imponían como castigo remar en galeras. En uno de los más recordados episodios del Quijote, capítulo XXII de la primera parte, el caballero y su escudero se cruzan con una hilera de encadenados sobre los que Sancho dice que son «gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza». Pues bien, entre estos había quienes, por lo duro de la faena, el cansancio o la poca destreza, movían el remo sin que llegara a tocar el agua, prestando con ello poca ayuda a sus compañeros de fatigas. Pasa el tiempo, pero quien no participa en un trabajo colectivo, o simplemente no acierta a hacer nada con provecho, sigue siendo alguien que no da un palo al agua.

            La segunda expresión es más fácil de entender. Ya hemos dicho que, en marinería, palo es mástil y que la misión de este es sujetar la vela y soportar la presión que sobre esta ejerce el viento. Por eso, que cada palo aguante su vela ha pasado a significar ‘que cada uno ha de resignarse con lo que le ha tocado en suerte’ y también, ‘que cada uno ha de asumir su responsabilidad’.


           Pero le cuento a Zalabardo que hay otras expresiones con palo que nada tienen que ver con el mar. Una es dar palos de ciego, que tiene dos sentidos diferentes. Uno, el que predomina en la actualidad, se aplica a la ‘acción titubeante y desorientada que no logra alcanzar los fines perseguidos’. Sin embargo, su sentido verdadero es ‘golpear a tientas y con mucha furia’. Pudiera ser que su origen haya que buscarlo en las fiestas celebradas durante la boda del Emperador Alfonso VII (1105-1157). Cuentan las crónicas que, para celebrar su enlace con doña Urraca, hubo, entre otras diversiones, la de un alanceamiento de toros. Pero, una vez acabado este, alguien tuvo la ocurrencia de añadir una bufa imitación: «finalmente, en medio del llano dispusieron para los ciegos un puerco para que lo hicieran suyo matándolo y, queriendo matar al puerco, las más de las veces se herían mutuamente». Esta hiriente burla en que unos ciegos daban desatentadamente y con fuerza golpes en su intento de acertar con el animal parece que contentó mucho a los asistentes, lo que sirvió para repetirla en otras ocasiones. Algunos sostienen que, pasados los años, daría lugar a las actuales piñatas en las que, con los ojos vendados, hay que acertar a golpear y romper un recipiente de barro que guarda en su interior regalos.

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