sábado, enero 15, 2022

LOS PALOS DE LA BARAJA (Y LOS DEL FLAMENCO)

 


Zalabardo es persona inquieta, curiosa y poco dada a estar mano sobre mano. Aunque nunca ha hecho ascos a sentarse ante una cerveza y entablar amena conversación mientras disfruta del fresco en una tarde de verano o del calorcito de un brasero en las mañanas invernales, nunca se podrá decir de él que le guste estar mano sobre mano, es decir, ‘sin hacer nada’. De hecho, con frecuencia me repite que el reposo, mal entendido, es la rendija por la que se cuelan todas las malas ideas. Le pregunto si sabe que ya los clásicos acuñaron una sentencia que afirma que el ocio es madre de todos los vicios porque el ocio, ‘tiempo en que no se realiza una actividad precisa o se descansa del trabajo’ puede ser el origen de muy buenas ideas; pero, a la vez, puede inclinarnos a otras de menor provecho.

            Lo que quiero decir es que a mi amigo le va poco la inactividad y no ceja a la hora de empujarme para que también yo me mantenga activo. Por eso él, que vigila cuanto vuelco en la Agenda que me prestó ―«para eso es mía», me dice en ocasiones― no hace más que sugerirme temas. Ayer me decía que, cuando la semana pasada escribía sobre no dar palos al agua y otros palos olvidé referirme a algunos que nada tienen que ver con la marinería, como los palos de la baraja o los palos del flamenco.

            Le contesto que no fue olvido, sino prudente silencio aconsejado por la ignorancia. De hecho, en mis papeles tengo anotadas muchas expresiones con palo (Todo se andará si no se rompe el palo; A consejo malo, campana de palo; A tu palo, gavilán, y a tu matorral, conejo…) sobre las que no comenté nada por no alargar demasiado el apunte; y también, le insisto, tengo anotados los palos de los naipes y del flamenco, que silencié por desconocer su origen. Entonces, Zalabardo me soltó; «¿Pues sabes qué? Con un palo y una caña, hasta las más verdes caen». No sé si mi amigo es conocedor de que ese refrán, en distintas formas, está bastante extendido en tiempo y espacio: Con el tiempo y una caña, todo se alcanza; A la corta o a la larga, todo se alcanza; Con paciencia y un garabato, hasta las verdes caen…, con el que se exhorta a no ser impaciente, porque todo se logra si uno pone tesón y paciencia en cualquier tarea. El garabato, creo que es conocido, ‘es un palo largo con un gancho al final para alcanzar cosas altas o sacar otras de un pozo, por ejemplo’.


            Haciendo caso a mi amigo, he dedicado algunos ratos de la semana a buscar una pista sobre por qué ‘cada una de las clases o símbolos de los naipes’ recibe el nombre de palo, igual que sucede con ‘cada uno de los estilos o variedades del cante flamenco’. He de confesar que he tenido poco éxito. Así se lo hago saber a Zalabardo, que, defensor del principio de que ningún esfuerzo es vano si se realiza con interés, me anima a que deje aquí cuenta de mis hallazgos por escasos que sean y aunque no pasen de ser improbable hipótesis.

            Comencé mi búsqueda por la palabra naipe, sin resultado alguno; de ahí pasé a baraja y creí encontrar algo. Por ejemplo, que, en sus orígenes, la palabra barajar significó ‘luchar, competir, contender’. Pensé que, si en la baraja hay bastos, que son palos, objeto agresivo, eso podría haber dado motivo a generalizar el nombre para otras figuras. Pronto deseché la idea, ya que pensé que, si puede ser válida para la baraja española, resulta más complicada de ajustar a la francesa, por ejemplo, en la que las figuras son distintas.


           Regresé al punto de partida, palo. Y en el Diccionario de Autoridades encontré una acepción del término que antes se me había pasado por alto: que, en heráldica, palo es el ‘espacio o superficie entre dos líneas perpendiculares’ y que se le da este nombre precisamente porque recuerda la rectitud y verticalidad de un palo. Siguiendo por esta senda, encontré que a la pieza o figura que aparece en un blasón, posiblemente por influencia de lo anterior, se le llama precisamente así, palo. Una de las teorías más aceptadas sobre el diseño de los naipes es la de que cada grupo de figuras representa uno de los estados que componían la sociedad medieval: los oros (diamantes) son el comercio, la riqueza; las espadas (picas), el rey, la nobleza, la milicia; las copas (corazones), la iglesia, los clérigos; y los bastos (tréboles), la agricultura, el campesinado.

            Por tanto, esta es la hipótesis que cobró cuerpo en mi cabeza: las diferentes figuras representan el escudo, es decir, el palo, de cada clase social. Si estoy o no equivocado es harina de otro costal. Yo tengo grandes reservas de que tal interpretación sea válida, pero Zalabardo me dice: «¿Y no le das valor al placer proporcionado por el tiempo que has estado ocupado en la búsqueda?». Ahí le doy la razón.


            Queda, pues, el flamenco. Ahí he encontrado menos fuentes aún. Por eso, aferrándome a la hipótesis de los naipes, me digo: si los diferentes grupos de figuras que integran una baraja son palos, ¿qué impide que alguien, por comparación, llamara un día palo a cada uno de los estilos del flamenco? Me ayudó a pensar esto recordar que hay una expresión, tocar muchos palos, que indica que una persona es capaz de realizar actividades de muy diferente naturaleza. Nada impide, por tanto, que palo signifique ‘variedades o clases que puede presentar cualquier cosa’. En estas estoy cuando Zalabardo me acerca Cantes flamencos, libro de Antonio Machado Álvarez, Demófilo, padre de los otros Machado más conocidos, e impulsor de los estudios sobre el flamenco. La introducción me hace sospechar que el palo flamenco se podría explicar mejor por la genealogía que por la heráldica. Demófilo decía, y nadie lo ha desmentido después, que todos los estilos flamencos nacen de un tronco común: la toná, el martinete, la carcelera y la seguiriya. Así que todos los demás serían ramas, palos, salidos de ese tronco original. Curiosamente, a estos cantes primitivos, sin acompañamiento, llaman algunos cantos a palo seco. Esto nos llevaría, otra vez, ¡ay!, a la influencia del lenguaje marinero.

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