sábado, abril 02, 2022

SOBRE LA HECATOMBE Y EL CHIVO EXPIATORIO

 


Con la excusa de que este año se cumple un centenario de la publicación de Ulises, la novela de Joyce, me he propuesto emprender su relectura utilizando la edición conmemorativa que ha sacado Lumen, con traducción de José María Valverde. Ya de paso, le digo a Zalabardo, no es mal momento para volver a leer la Odisea y me acojo a una edición también reciente, la versión de Samuel Butler publicada por Blackie Books en su colección Clásicos liberados.

            Zalabardo me dice que se niega a leer la novela de Joyce, pero que le parece bien echarle una ojeada a las peripecias de Ulises. Y no ha tenido que avanzar muchas páginas para lanzarme un comentario: «¡Hay que ver estos griegos, que no eran capaces de dar un paso sin celebrar una hecatombe!» Su comentario nos da pie para hablar acerca del importante valor que en todas las culturas tiene la religión. La palabra religión, de modo general, es el nombre que se da al conjunto de creencias, comportamientos y ritos con los que una comunidad quiere establecer su relación con una o varias divinidades. El hecho religioso, presente en todas las culturas y en todos los tiempos, posee un elevando componente de misterio y miedo, ya que nace de la curiosidad por saber si hay algo después de la muerte.

            Pero no es el hecho religioso el que nos atrae en este momento a Zalabardo y a mí, sino dos ritos concretos en que se manifiesta esa religiosidad. Por ejemplo, entre los griegos, la hecatombe a que aludía Zalabardo y, entre los judíos, el chivo expiatorio. Los dos ritos son formas de sacrificio con que contentar a la divinidad y pedir su protección; pero los dos, en la época actual, han pasado a tener un significado más profano, aunque, si los analizamos, vemos la clara relación que mantienen con el significado primitivo.

 


           En el canto III de la Odisea, por escoger un único ejemplo, leemos que, deseoso Menelao de emprender cuanto antes el viaje de regreso, «Agamenón pensaba que debíamos esperar hasta ofrecer hecatombes para aplacar la cólera de Atenea». Hecatombe significa literalmente ‘cien bueyes’ y designaba el sacrificio que se hacía a algún dios para recabar su ayuda. Hesiodo cuenta que el origen de este rito se remonta a un episodio en que Prometeo, tras sacrificar un buey hizo dos lotes: en uno, bajo las pieles, colocó las mejores piezas del animal; en el otro, colocó los huesos, recubiertos de brillante grasa. Pidió a Zeus que escogiera uno y el rey del Olimpo se dejó llevar por las apariencias y escogió el de los huesos. Molesto por este engaño, obligó a que cada año los hombres tuvieran que ofrecer a los dioses el sacrificio de cien reses. Con el tiempo, la costumbre fue degenerando y no fue necesario sacrificar cien animales ni que estos fuesen bueyes. En cualquier caso, para muchos resultaba gravoso este sacrificio y su significado se unió al de katastrophé, ‘ruina, trastorno grave’ y, ya en el siglo XVIII, ‘cualquier clase de desastre natural, mortandad grande, desgracia’, significado que ha perdurado hasta hoy.


            Con chivo expiatorio entendemos en la actualidad ‘la persona o personas sobre quienes, sean o no inocentes, se hace recaer una culpa, de manera que se convierten en excusa con la que los verdaderos culpables se liberan de cualquier acusación’. El origen hay que buscarlo en la religión judía y el Levítico lo explica muy bien. En la conocida como Fiesta de la Expiación, el Yom Kippur, se seleccionaban dos chivos. Mediante un sorteo, se decidía cuál de ellos sería sacrificado y ofrecido a Yavhé; el otro, que sería el chivo expiatorio, se convertía en depositario de todos los pecados y faltas de las personas y era abandonado en el desierto, donde, falto de comida y bebida, moría prontamente. Con su muerte, esa era la creencia, las personas se liberaban de sus culpas, expiaban sus pecados. Se cuenta así en el capítulo 16 del Levítico: «Pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra deshabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto».

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