domingo, abril 17, 2022

TRADICIONES, SEMANA SANTA Y “CORRER LA VEGA” EN ANTEQUERA


Definir con exactitud qué sea una tradición no es cosa fácil. Muchos estudiosos discrepan y defienden nociones diferentes. Aun así, sabemos que comer turrón en Navidad es una tradición. O, en Alemania, despedir el año fundiendo en una cuchara una pequeña figura de plomo que, una vez derretida, se verterá en un vaso de agua para interpretar la forma resultante como augurio del nuevo año. También es tradición granadina comer habas crudas el Día de la Cruz. Pues bien, hace unos días, un diputado ultraderechista sorprendió al Perlament catalán con una alocución en la que se mostraba contrario a felicitar las fiestas primaverales o «cualquier festividad extranjera ajena a nuestra tradición». Acabó su intervención afirmando que él solo felicita la Semana Santa y gritando: «¡Viva Cristo Rey!».

No seré yo, y menos aún Zalabardo, quienes discutamos el derecho que asiste a cada persona a practicar una religión. O a hacer pública ostentación de ello. Sin embargo, coincidimos en pensar que este diputado cometía errores de bulto en su intervención. Por ejemplo, el de que, en un estado laico, declaraciones de ese tono sobran en la tribuna de un parlamento. Segundo, que tales palabras reflejan una idea no muy clara sobre lo que sea la Semana Santa, conmemoración cristiana de los últimos días de Jesucristo, los de su pasión y su muerte; ¿tiene sentido que alguien felicite a nadie por ello? Y, por último, que es discutible considerar la Semana Santa “una tradición nuestra”, como si fuese una propiedad de los españoles y nada tuvieran que ver con ella otras sociedades “extranjeras”.


           Zalabardo y yo pensamos que la Semana Santa es conmemoración tan importante para el cristianismo, como es importante la Pascua para los judíos o el Ramadán para los islámicos. Cada una recuerda un hecho crucial para sus culturas. Conocido lo que es la Semana Santa, le explico a Zalabardo que el Ramadán, noveno mes del calendario islámico, recuerda la aparición del ángel Gabriel y la revelación a Mahoma del Corán. Para los creyentes de esa fe es un periodo de ayuno y expiación mediante el que se logra la liberación de los pecados. Y que la Pascua judía, la única que de verdad es fiesta, celebra la liberación del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto. En resumen, son conmemoraciones a las que se unen determinadas tradiciones que no han de confundirse con ellas.

            La Semana Santa es algo que rebasa la simplista consideración de “tradición española”. Ya en sus orígenes observamos su relación con la cultura judía y la celebración de la Pascua. La última cena, que podemos ver como instauración de la eucaristía y fundamento de una nueva religión, lo prueba. Jesús envió a sus apóstoles a que prepararan el lugar para celebrar la Pascua y comer. El cristianismo primitivo, que no duda en llamar Cordero a Jesús, por comparación con el que se sacrificaba en aquella fiesta, se esforzó, sin embargo, en romper cualquier relación con el judaísmo. En el primer concilio de Nicea, siglo IV, se estableció que la Pascua (de resurrección) tuviese lugar obligadamente en domingo y que no coincidiera con la Pascua judía; el asunto de la determinación de la fecha se resolvió en el siglo VI: la Pascua cristiana tendría lugar el domingo inmediatamente posterior a la primera luna llena del equinoccio de marzo, lo que tiene lugar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. El diputado que desligaba la Semana Santa de cualquier celebración primaveral debería saber esto.

            Estas festividades de las que hablamos tienen sus propias tradiciones, costumbres, formas de expresión adoptadas por una comunidad, que varían de un lugar a otro. Para seguir llevando la contraria al diputado catalán, Alberto Tarradas es su nombre, le digo a Zalabardo que, en Antequera, una tradición arraigada es la costumbre de correr la Vega durante los días centrales de la Semana Santa. Tenía ganas de presenciar esa fiesta, pues fiesta es y como tradición la defienden los antequeranos, y el Viernes Santo me fui a ver las procesiones de la Virgen de la Paz y de la del Socorro y a compartir la emoción de los antequeranos viendo correr la Vega en la Cuesta de la Paz y en la Cuesta de Zapateros. Muchos jóvenes, y no pocos mayores, que tal vez no sean religiosos, que no siguen las procesiones de la Paz o del Socorro, a la hora precisa se concentran en la plaza de san Sebastián ansiosos de que los tronos enfilen las cuestas para correr ante ellos. Al concluir, se sentirán orgullosos por haber corrido la Vega jaleados por una multitud enfervorizada que los animaba.

 


           Contagiado de ese entusiasmo general, apretujado en la estrecha acera de la cuesta, primero la Paz, luego Zapateros, aprovechaba los intervalos entre la subida de un trono y otro para hablar con la gente y pedirles que me contaran qué es eso de llamar correr la Vega a una subida desenfrenada por una cuesta en la que no faltaban caídas y accidentes. Nunca graves, un desollón en la rodilla o perder un zapato, nada más. Me daban versiones distintas, aunque coincidentes en el fondo. No sabían dar fechas ni explicar su evolución hasta la forma actual. Pero todos hablaban de una época lejana en que la procesión iba por otro lado hasta llegar a un cerrillo, la cuesta de Archidona, desde donde se divisa toda la vega antequerana. Allí, pedían a las imágenes que bendijesen la vega para que las próximas cosechas fuesen buenas. Con el tiempo, los recorridos procesionales cambiaron y se inició la costumbre de ese ascenso desenfrenado, que alguien califica como «algo que se ha hecho toda la vida». Pero ninguna razón histórica importaba a los que hablaban conmigo. Era Viernes Santo y, en aquel momento, solo contaba el latido acelerado de los corredores de la Vega y la admiración de los espectadores. Correr la Vega es una tradición con la que todos los antequeranos se identifican, sin atender a la condición ni creencia de nadie.



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