Conversaba con Zalabardo sobre la fatuidad de quienes pregonan sus virtudes y son incapaces de reconocer sus propias limitaciones. Salió entonces a relucir la fábula del ganso que, al encontrarse con un caballo en un prado, quiso presumir de su superioridad. Así, le dijo al caballo: «Soy más noble y perfecto que tú, pues mientras solo muestras tus facultades en un único elemento, yo puedo valerme en varios: camino sobre el suelo, como tú; pero, a la vez, puedo nadar como los peces y volar como las aves». El caballo miró al presuntuoso ganso y le respondió: «Cierto es que tienes alas, pero tu vuelo es torpe y nunca comparable al majestuoso y alto de las águilas; te mueves sobre el agua, pero no alcanzas a vivir bajo ella como los peces y te limitas a la superficie. Y caminas sobre la tierra, mas tus andares son grotescos y, cuando paseas lanzando tu desagradable graznido, todos se burlan de ti».
Me pregunta entonces Zalabardo si puede estar relacionada con la
fábula la expresión hablar por boca de ganso. Le respondo que algo
tuviera que ver y que por eso se afirma en algunos lugares que la expresión
equivale a ‘decir tonterías’. Sin embargo, me parece más acertado que hablar
por boca de ganso señala a la persona que carece de criterio propio,
que no tiene conocimiento claro de aquello de lo que habla y, por tanto, se
limita a repetir lo que otros ya han dicho, bien sea por respeto a quien lo
dijo, por sumisión a ella o por vanidoso deseo de emulación. Abona esto el
comprobado hecho de que, cuando un ganso grazna, todos los demás
que se hallen junto a él lo siguen en el desagradable y alborotador graznido.
Lo que le digo a
Zalabardo hace que recordemos la antigua leyenda romana de los gansos
del Capitolio. En el siglo IV a.C. los galos saquearon Roma y obligaron a los
romanos a refugiarse en el Capitolio. Allí en un templo de Juno, había un grupo
de gansos que estaban consagrados a la diosa. Una noche, ocurrió un episodio
inesperado. Los galos pretendieron un asalto por sorpresa. Pero sucedió que los
gansos, asustados, comenzaron a graznar con gran jaleo, lo que despertó a los
soldados romanos, que repelieron el ataque. Aquel episodio dio lugar a un raro
ritual: el supplicia canum, o el sacrificio del perro. Para
conmemorar el fallido ataque, cada aniversario se sacrificaba un perro, como
castigo por no haber alertado a los soldados que dormían; y este acto era
presidido por un ganso, como reconocimiento de ellos fueron verdaderos héroes.
Sebastián de Covarrubias, autor del Tesoro de la lengua castellana o española (1611), al hablar de la palabra ganso, nos describe al animal y, recordando aquel hecho antiguo, dice que se lo considera «símbolo de la centinela que hace escolta, por ser de tan delicado oído». Poco más adelante, siguiendo con su descripción del ganso, nos da la pista de cuál sea el origen de la expresión que comentamos: «por alusión llamamos gansos a los pedagogos que crían algunos niños, porque cuando los sacan de casa para las escuelas, o para otra parte, los llevan delante de sí, como hace el ganso a sus pollos». Y los niños repiten lo que el ayo les dice.
Aunque hay muchos
autores que utilizan este modismo (Quevedo, Calderón, Tirso de
Molina, Gracián…), ningún diccionario contemporáneo lo recoge, así
como tampoco la acepción de ayo que le otorga Covarrubias.
En 1734, el Diccionario de Autoridades dice que se llama ganso
al ‘hombre alto y desvaído». Y tendrá que llegar el año 1803 para que un
diccionario académico recoja la opinión de Covarrubias acerca de que ganso
es ‘ayo o pedagogo de los niños’, aun avisando que es algo antiguo. Se trata, claro
es, de un uso metafórico. El Diccionario fraseológico documentado del
español actual (2004), acoge la expresión diciendo que significa ‘decir
lo que otro ha sugerido’.
La revista Rinconete,
del Centro Virtual Cervantes, ahonda más en el análisis y amplía incluso
su sentido: ‘expresarse sin ideas propias, repitiendo lo que otros han dicho o
al dictado de intereses ocultos’. Ya no es, pues, cuestión de respeto o
emulación de lo que otro ha dicho, sino que eso que se repite puede perseguir un
objetivo peor, malintencionado. Incluso se señala que hablar por boca de
ganso puede ser perfectamente equivalente a ser la voz de su amo,
con lo que se insiste en la actitud servil de quien así habla.
Me dice
Zalabardo, y no le niego la razón, que en este tiempo que vivimos, nos
encontramos, por desgracia, con muchas personas que, faltas de criterio válido
y nulas para cualquier análisis, se limitan a repetir lo que han oído, o aún
peor, a repetir los que se les ordena. Lo vemos en tertulias, en mítines, en
púlpitos, en declaraciones altisonantes… Lo que más sorprende es que esos
muchos que hablan por boca de ganso lo hacen refugiándose en una
mal entendida libertad de expresión. Ignoran que no es realmente libre quien
renuncia a tener un criterio propio y se aviene a ser vocero de lo que se le
impone.
1 comentario:
De ahí los lemas de los partidos, dirigidos a nuestro lado de ganso, tan humano...
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