No creo que haya nadie que tenga dudas cuando se habla de qué es el cinismo y quién es un cínico. En el DLE y cualquier otro diccionario lo leemos con claridad: ‘Dicho de una persona. Que actúa con falsedad o desvergüenza descarada’. ¿Pero cómo hemos llegado a eso? Hace unos días, José Luis Rodríguez Palomo y Javier López, buenos amigos, y yo visitamos la Vega de Mestanza, lugar señalado hace unos veinte años, cualquiera sabe por qué, para la construcción de la Estación Depuradora de Aguas Residuales de Málaga Norte. La construcción es necesaria porque la Unión Europea la viene exigiendo y Málaga es una de las provincias que más contamina. Lo que no queda tan claro es por qué se eligió este lugar, un vergel en el que se cultivan cítricos que se exportan a toda Europa, habiendo otros emplazamientos en los que el proyecto no solo era más viable, sino incluso más económico. La familia Mestanza ha luchado, y continúa luchando, por salvar lo que ha sido la vida de esta familia desde hace un siglo.
Por allí han
pasado políticos de todos los partidos ―blancos, verdes, amarillos o pardos― y,
todos sin excepción, coinciden en la barbaridad que supone destrozar aquel
vergel, que es el menos idóneo para la construcción de la depuradora y el que
exige un mayor gasto. Todos han prometido a la familia Mestanza «hacer cuanto
en su mano estuviera» para evitar el desaguisado. El día que estuvimos
nosotros, coincidió que visitaron la zona miembros destacados del PSOE.
Y repitieron las promesas que los Mestanza han escuchado de todas las bocas
políticas. Sin embargo, al día siguiente, desde la Junta de Andalucía los
tacharon de cínicos porque, dicen, el proyecto de ejecución de
aquella obra y la elección del lugar se decidió cuando los socialistas regían
la Junta.
Zalabardo se ríe
de la historia que cuento porque, me dice, nadie sale bien parado en ella,
pues, pese a las muchas promesas y buenas palabras, nadie en estos veinte años ―ni
blancos, ni verdes, ni amarillos ni pardos―, ha hecho nada por frenar lo que dicen
considerar un gran error, pero cada día parece más imparable. A la vez, me pide
que le aclare qué pretendo al comenzar el apunte de hoy con esta historia. Le
contesto que no tengo otro interés que contar el origen y evolución de la
palabra cínico.
Tengo que echar mano a mis recuerdos de cuando en el bachillerato había
una asignatura llamada Historia de la Filosofía y le aclaro que, hacia mediados
del siglo IV a.C. surgió una corriente filosófica a la que se conoció como escuela
cínica, porque Antístenes, su creador y discípulo de Sócrates,
comenzó a impartir sus enseñanzas en los locales del gimnasio conocido como Cinosargo,
de kýon argós, que puede traducirse como ‘perro blanco’. Así
pues, cínico tiene que ver con el sánscrito kwon,
‘perro’, raíz de la que se derivan también can, canalla,
cinegética, ‘caza con perros’ o canícula, ‘época de
más calor’. Esta última, en ocasiones, se utilizó para designar a la estrella Sirio,
la principal de la constelación del Can Mayor y que se observa en
el horizonte en los primeros días de agosto. Platón atribuye a Antístenes
la tesis de que en todas las cosas está ya implícito lo que ha de ser su
nombre, de modo que quien conoce su nombre es conocedor de la cosa. De ahí eso
de lo que no tiene nombre no existe.
¿Pero qué ideas
defendían estos filósofos? Los cínicos pretendían vivir de forma
austera para poner en evidencia todo lo que consideraban vanidad humana.
Enseñaban que la felicidad se logra si se vive acorde con la naturaleza y sin
ambicionar riqueza ni posesión de ninguna clase, reduciendo sus necesidades al
mínimo y se comparaban a sí mismos con los perros que se dejan guiar por su
instinto sin aspirar a nada más. Así pues, cínico significó en
los primeros tiempos ‘perteneciente a la escuela griega cuya doctrina preconiza
el desprecio a las convenciones sociales y a la moral comúnmente admitida’. Voluntariamente
aparecían en público desaseados y mal vestidos como forma de provocación para
fustigar a aquellos cuyas conductas afeaban. Eso les atrajo la animadversión de
quienes se sentían censurados y cínico comenzó a generalizarse
como ‘desvergonzado’. En el siglo XVII, Covarrubias los define así en su
Diccionario: Eran sucios porque de ninguna cosa se recataban,
teniendo por lícito todo lo que es natural y que se podía ejecutar públicamente
[…], de todos decían mal, echando sus faltas en la calle. ¡Plega a Dios que no
haya agora otros Menipos y Diógenes caninos!
De esta y otras
semejantes opiniones sobre estos filósofos, y por considerar que no pocos de
ellos no ajustaban sus conductas a la conducta que predicaban, el concepto cínico
fue modificándose y perdiendo su carácter crítico contra las malas costumbres para
terminar significando lo que aún hoy se entiende: ‘que actúa con falsedad o
desvergüenza descaradas’.
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