sábado, octubre 14, 2023

CUESTIÓN DE FE

 


He paseado este viernes por el sendero que une Parauta y Cartajima, atraído, como otras muchas personas, por publicidad en torno al llamado Bosque Encantado. La sensación que traigo es agridulce, más agria que dulce. La belleza del Valle del Genal es innegable y, en cualquier estación, podemos gozar de un paisaje de ensueño. Dentro de pocos días, esa masa de castaños adquirirá el característico y maravilloso color que le ha valido el nombre de Bosque de Cobre.

            ¿Pero qué es el Bosque Encantado de Parauta? Sinceramente, le digo a Zalabardo, me ha parecido un pastiche, un intento de convertir la naturaleza en parque propio de la factoría Disney. Con el agravante de que siempre quedará la duda de hasta qué punto lo hecho allí ―tallar y pintar de chillones colorines unos cuantos árboles― no provocará daño en esos árboles. El Valle del Genal es un paraje lo suficientemente bello que no necesita artificios que agreden su más fiel esencia.


            De un sendero tranquilo, delicia de senderistas y paso obligado de quienes faenan sus parcelas de castañares, han hecho una feria. Incluso el Ayuntamiento ha adaptado el polideportivo como aparcamiento. ¿Por qué esa avalancha de visitantes? Está claro: por la publicidad, por cuanto se ha dicho acerca de las «maravillas» de un sendero cuyo encanto se ha sustituido por otro de guardarropía. No se acude para apreciar la belleza de los castaños; se va a ver muñequitos de colorines que jalonan el camino. Se diría que en cualquier ocasión y ambiente, así se lo digo a mi amigo, se cumple lo que decía Goebbels sobre que repetir una mentira con insistencia la convierte en verdad. Claro que le contraargumento con una frase de Isaac Bashevis Singer en Keyle la Pelirroja: «Que una mentira perdure en el tiempo no demuestra que sea verdad.

            ¿Cuál pudiera ser la razón―me pregunta Zalabardo― de que acuda tanta gente como dices? Le contesto que no estoy muy seguro, pero que, me temo, sea la fuerza persuasiva de las redes sociales. Facebook, WhatsApp, Tik-Tok, Twitter (ahora X) no paran de bombardearnos con mensajes que, reenviados tantas veces, acaban por calar en la gente. No culpo a las redes, culpo al uso inadecuado que hacemos de ellas. Rosa Montero habla de esas numerosas personas temerosas de que «el decorado de la vida se les desmorone». ¿Vivimos quizá en un decorado? Muchas veces pienso que sí y que no cejamos en el afán de buscar nuevos decorados por si perdemos este en que estamos. Y ese decorado, que puede ser una mentira repetida miles de veces, acabamos por sentirlo como verdad: «Si tantos lo dicen…» Esa es la frase que nos hace creer aun sin la evidencia de que sea cierto lo que se dice. O sea, que es cuestión de fe. Vivimos en un mundo en el que se valora la fe muy por encima del análisis.

 


           Hubo un tiempo en que se censuraba que los medios de comunicación empleasen el llamado condicional de rumor porque tal cosa significa presentar suposiciones o rumores como si fuesen noticias. Un mensaje como el oído hoy en televisión: En la contraofensiva israelí habrían muerto… no contiene certeza ninguna si no hay confirmación de lo que se dice. En la actualidad, son las redes la vía por la que discurren suposiciones, rumores e incluso desvergonzadas mentiras. Y los desprevenidos usuarios acaban creyendo tantas informaciones carentes de confirmación. Tantas, que la Comisión Europea para investigar la Ley de Servicios Digitales ha llamado la atención de las principales empresas del sector y les pide que corten el flujo masivo de informaciones sin contrastar que circulan a través de internet.

            Has mencionado la fe ―me dice Zalabardo―. ¿Pero qué es la fe? Y yo le contesté que ojalá lo supiera. De pequeño, me inculcaron que fe es «creer lo que no vemos». A falta de argumento más sólido, en el más aséptico de los diccionarios, valga el de Manuel Seco, leemos que la fe es la «creencia [en algo de lo que no se tienen pruebas o evidencia]». Y en Wikipedia, esa especie de chistera que nos permite extraer conejos como cualquier mago, se dice que la fe es la «seguridad o confianza en una persona, cosa, deidad, opinión o doctrina».

            ¿Y qué es tener seguridad o confianza en algo? Llegaríamos a la conclusión de que es crearse (y creerse) una ilusión de verdad. Recurro de nuevo a Rosa Montero que nos tilda a casi todos de picajosos porque exigimos que cuanto se nos pone por delante sea verdadero dando a la palabra verdad un sentido notarial. Al exigir ese cien por cien de verdad en todo, piensa ella que estamos excluyendo lo que sea novela, ficción, lo que no pasa de imaginado. O sea, que nos empeñamos en que lo que no pasa de ser decorado, que es artificio, sea verdad. Lo que yo he visto hoy no es un bosque, ni está encantado. Es un decorado, una ficción; y he acudido a ella, como han acudido cuantos por allí pasan, movido por la fe, por una confianza que me ha defraudado.

            Si acudo a mentes más serias y preclaras que la mía, encontraremos definiciones demoledoras de la fe. Bertrand Russell (1872-1970), filósofo, matemático y escritor, premio Nobel de Literatura, nos pide que nos fijemos en que cuando hablamos de la seguridad, o confianza o creencia en algo, nunca nos referimos a que dos más dos son cuatro o a que la Tierra es redonda. Según su tesis, la fe aparece cuando, ante la falta de evidencias, recurrimos a las emociones. Por eso mantiene que la fe es dañina, porque la evidencia, que debería ser idéntica para todos los seres, es sustituida en diferentes culturas por emociones no coincidentes.

 


           Y Peter Boghossian (1966), filósofo y pedagogo, profesor universitario, duda de casi todas las definiciones que en la actualidad se dan de la fe, porque en nuestros días se comprueba que quien dice «yo tengo fe en tal cosa» no está expresando su confianza o esperanza de que tal cosa sea verdadera, sino que lo que afirma es «yo que tal cosa es verdadera». Le digo a Zalabardo que, en mi opinión, lo que nos empuja a lanzar tal aserto es la influencia de los medios y las redes que nos asedian: «lo ha dicho la tele, o la radio, o lo he visto en internet; ¿cómo va a ser mentira?» Pero eso es lo que digo yo. Lo que Boghossian mantiene es que, dado que la fe siempre se sostiene en la «ausencia de evidencias que apoyen la creencia», la mejor definición que de ella se podría dar es que la fe es «fingir saber algo que no se sabe». 

            ¿Y cómo se descubren y desarman los argumentos de quienes mienten? Ahí está la madre del borrego. Si alguien quiere entretenerse en averiguarlo, podría comenzar estudiando la paradoja del mentiroso, cuyo primer planteamiento se atribuye a Epimónides, en el siglo VI a.C. ―«Todos los cretenses mienten» y él era cretense; ¿mentía o no?― Y desde entonces no se ha dejado de volver a ella. Pablo de Tarso la utilizó en su epístola a Tito. Y Cervantes la reprodujo en el Quijote, en el episodio del puente, la horca y la pregunta que se haría a quien quisiera pasar. Quizá por esta dificultad aún nos aferremos tanto a la fe.

2 comentarios:

siroco-encuentrosyamistad dijo...

Magnífico ensayo, casi siempre tengo fe que lo que escribes me va a gustar. Enhorabuena.

youtube canal alopezprofe dijo...

Cuando era chaval estudiaba Historia Sagrada. La Historia Sagrada desafiaba cualquier concepto moderno de Historia. La Historia se basa en hechos científicamente demostrables, algo se lo que adolece la Historia Sagrada en su mayor parte. Como señalas muy bien, la fe se basa en la confianza. De hecho etimológicamente comparten raíz: "con-fido" y "fides". Confiamos en los historiadores porque no se fían de sí mismos, no vuelcan, o no deben hacerlo, su ideología, sino que procuran atender a las evidencias sin prejuicios, como un niño que se sorprende, como un científico que se asombra ante la naturaleza, sin pensar de inmediato que hay un Dios detrás de cada fenómeno.
Sin embargo, la fe es necesaria. La fé, la religión, extiende sus tentáculos a lo que la pobre ciencia no consigue alcanzar." "Fe es creer en lo que no vimos ", decía aquella escolástica que nos inculcaban en nuestras tiernas mentes. Ahora, ya adultos, se nos pide confianza, un presidente pide confianza a la Cámara, es decir, pide que los diputados tengan fe en él, porque confiar es proyectarse hacia el futuro. Nada podría hacerse sin fe, ni un gran edificio, ni un gran proyecto político, ni la compra de nuestra casa. Al fin y al cabo, el lema de los notarios es "Nihil prius fide", así reza el estampillado que acompaña a la fórmula final: "De lo que, como notario, doy fe.