sábado, febrero 03, 2024

HISTORIAS DE PALABRAS: GRIFO



 ¿Quién, entre nosotros, no ha oído alguna vez la expresión abrir o cerrar el grifo? La primera alude a ‘permitir que algo fluya o se desarrolle libremente’; con la segunda, en cambio, se manifiesta el ‘impedimento a ese libre desarrollo o fluencia de algo’ y, también, ‘dejar de proporcionar dinero o ayuda a alguien’. En este tiempo que vivimos, no cabe duda de la necesidad que hay de cerrar el grifo, pero no metafóricamente, sino en el más literal sentido de la palabra. La falta de agua nos pide prudencia, ahorro, evitar el despilfarro, cerrar el grifo en suma.

        Grifo es una de esas palabras tan cercanas y simples, tan de uso continuado que apenas si nos ofrece la menor duda. Le pregunto a Zalabardo: ¿te has planteado alguna vez por qué al grifo se le llama grifo y no de otra forma? Lo invito a consultar, juntos, el DEL. En la primera acepción encontramos: ‘crespo o enmarañado’; en la 3, ‘entonado, presuntuoso’; en la 4, en ciertos países sudamericanos, ‘que está bajo los efectos de la marihuana’; en la 7, en México, ‘ebrio’; en la 8, ‘animal fabuloso, de medio cuerpo arriba, y de medio abajo león’; y hemos de llegar a la 9 para leer: ‘Llave colocada en la boca de las cañerías, en depósitos de líquidos, etc., a fin de regular el paso de estos’.

            Lo anterior debería hacernos pensar que ese grifo, su nombre, puede que tenga una historia más o menos oculta en la que no solemos reparar. Nos vamos al primer diccionario importante de nuestra lengua, el de Sebastián de Covarrubias, de 1611. Allí leemos que grifo es ‘un animal monstruoso fingido, con pico y cabeza de águila, alas de buitre, cuerpo de león y uñas, cola de serpiente’. Y continúa explicando que los griegos, a partir de ahí, entendieron también por tal palabra una quimera o esfinge, ‘lo que nosotros llamamos… cosicosa, que por entretenimiento los antiguos, después de mesas alzadas en los convites, se proponían unos a otros, y a la primera vista parecían como monstruos compuestos de cosas incompatibles…’


            Parece que ese segundo significado debió tener bastante aceptación. La cosicosa no es sino lo que hoy llamamos el acertijo o enigma conocido como logogrifo, una proposición enredada que hay que adivinar. En su versión más común, se formula mediante anagramas, es decir, presentando palabras diferentes que contienen las mismas letras. Se dan las definiciones y hay que adivinarlas. Por ejemplo: «Ordenadas de una manera, puede ser la moldura que remata una construcción o la faja horizontal que bordea un precipicio; pero si se ordenan de otra, es nombre tanto de flor como de persona. ¿De qué hablamos?» La solución a la primera parte es cornisa; a la segunda, Narciso. Otro ejemplo: «El recopilador de hechos de actualidad se escondía tras ellas» (cronista / cortinas). Lo enredado de este juego nos lleva a entender que el Diccionario académico nos hable, en primer lugar, de ‘crespo o enmarañado’.

            Lo otro parece no tener complicación: un grifo es un animal fabuloso. El Diccionario de Autoridades (1734) solo acoge esta versión, defendiendo la forma grypho como más acertada. Consulto y veo que la palabra proviene del latín griphus, que Apuleyo utiliza como ‘enigma’, la cual, a su vez, viene de γρύϕ y posteriormente γρύπός, que significa ‘curvo, aquilino’.

            De acuerdo ―me dice Zalabardo―, pero ¿cómo se llega a lo que comúnmente llamamos grifo y cómo se llamaba antes? En nuestra lengua ―le digo―, esta llave que abre o cierra el paso de un líquido, se llamó siempre canilla o espita, indistintamente, y los más clásicos diccionarios así lo demuestran. Curiosamente, Covarrubias define canilla como ‘la espita que se pone a la cuba o tinaja para ir sacando por ella el vino’; y define la espita como ‘la canilla que se pone a la cuba…’

            Sería preciso que llegásemos a 1884 para que el Diccionario de la Academia recogiese grifo en entrada diferente a la del animal fabuloso. Lo define así: ‘llave, generalmente de bronce, colocada en la boca de las cañerías y en calderas y otros depósitos de líquidos’. Lo que sí se conocía y desde 1803 era grifón: ‘cañón de metal con su llave, agujereada en un extremo, que dándole una media vuelta sirve para sacar el agua de las fuentes’. Pero notemos que se da ese nombre al conjunto de la cañería y la llave.

 


           Me parece muy bien ―insiste Zalabardo―. Lo que me interesa es la razón o motivo por el que lo que designaba a un animal o un acertijo acabase por ser el grifo tal como hoy lo entendemos. Y tengo que decirle que no hay una seguridad total en lo que se dice, aunque sí algunas teorías. Corominas, por ejemplo, dice que tal cosa acaeció por la costumbre ―que algunos sostienen que se remonta a la época romana― de adornar las cañerías de salida de agua de las fuentes con cabezas de animales fabulosos e incluso de personas. Y cuando el suministro de agua se fue extendiendo por edificios y ciudades haciendo necesario un sistema de control para abrir o cerrar el flujo, a esa llave se le siguió llamando grifo.

            Aquí no acaba todo. Pero le digo a mi amigo que, continuar, exigiría más tiempo y espacio. Por ejemplo, que en muchos países sudamericanos se emplea grifo, -a como adjetivo, para señalar a quien está ebrio o bajo los efectos de la marihuana. Eso nos llevaría a buscar la razón de que uno de los nombres del cannabis sea grifa. Y nos ayudaría a entender el significado de un refrán mexicano: lente oscuro, grifo seguro que se aplica a quien desea ocultar el enrojecimiento de los ojos mediante gafas oscuras.

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