Me sugiere Zalabardo que, dado que llevamos algunos apuntes en los que más que centrados en comentar aspectos curiosos o interesantes referidos a la lengua parecemos comentaristas de estos que tanto proliferan en la tele debatiendo ―a veces desbarrando― sobre cuestiones políticas, no estaría mal que regresásemos al campo puramente filológico, que es el eje central de estos apuntes. Le digo que tiene razón en sus palabras, pero que repare en que no se puede vivir de espaldas a la realidad y en que, a fin de cuentas, cualquier acto de nuestra vida como ciudadanos ―incluso el tan básico de comunicarnos con los demás― es un acto político. No obstante, me pliego a su recomendación, porque intuyo que tiene una pregunta que hacerme.
Y,
en efecto, me la hace: «Alguna vez ―me dice― te he oído decir de algo que es un
foel. Y por mucho que busco, en ninguna parte encuentro qué es un
foel y de dónde viene tal palabra». Acierta en todo mi amigo. Tarea difícil hallar esa palabra. Cuando
llegué a Málaga hace ya bastantes años, alguien que me acompañaba dijo mientras señalaba a otra
persona: «¿No ves qué foel lleva esa?» Como desconocía la
palabra, pregunté qué quería decir: «Pues que parece que va vestida con harapos;
vamos, que va hecha un adefesio». Desde aquel momento ―le digo a
Zalabardo― no he oído esa palabra, foel, más que en el reducido
ámbito de personas al que pertenecía quien lo dijo al principio, una familia que
procede de Jaén.
Tiempo después, decidí buscar y encontré que Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz, recoge el término con el sentido de ‘cosa de poco valor’, aunque no da información sobre su zona de uso. No quedaba yo contento del todo, pues en la expresión que yo había oído, foel no se señalaba solo la calidad de la prenda, sino su inconveniencia, su apariencia extravagante, rara. Por eso la unía a adefesio.
Seguí la búsqueda y di con que en el Diccionario Enciclopédico de la Lengua Castellana, publicado en París en 1895 y cuyo autor es Elías Zerolo, aparecía la dichosa palabra con este significado: ‘guiñapo, jarambel, género de desecho’, apoyado en la opinión de Leopoldo de Eguilaz. Dado que jarambel, o arambel, es ‘jirón de tela que cuelga de una vestimenta’, tenía que dar por buena la información de Alcalá Venceslada. Así que me informo sobre quién es Eguilaz y me entero de que fue una persona de amplios conocimientos. Catedrático de la Universidad de Granada, historiador, abogado, arqueólogo y filólogo, especializado en lenguas orientales y, en especial, el árabe. Nacido en un pueblo de Murcia, vivió muchos años en Granada y escribió, entre otras obras, un Glosario etimológico de las palabras españolas (castellanas, catalanas, gallegas, mallorquinas, valencianas y vascongadas) de origen oriental (1886). Lo primero que me llama la atención ―le digo a Zalabardo― es que este hombre no necesitó de una Constitución para reconocer que España es un país multilingüe. Le bastaba mirar a su alrededor para saber que en España hay varias lenguas. Muchos deberían aprender de él. Pero, para lo que nos interesa ahora, en su Glosario aparece foel, palabra a la que otorga un origen árabe, hoféla, que significa ‘todo lo que hay de más bajo, vil, o malo, así en las cosas como en las personas’.
Me sigue intrigando cómo esa palabra pudo pasar a designar lo que yo había oído tras mi
llegada a Málaga, lo extravagante o estrafalario, lo que convierte a alguien o
algo en adefesio. Es la misma duda que asaltó a Miguel de
Unamuno al oír decir de alguien que estaba hecho un adefesio.
Porque, ¿qué es un adefesio? En un artículo de 1912 titulado Ad
Ephesios. Digresión lingüística, nos dice el rector salmantino que ha
leído en «el limpiafijada-esplendórico» Diccionario de 1899 de la
RAE esta definición ‘(De ad Ephesios, con alusión a la epístola
de san Pablo a los efesios). Despropósito, disparate, extravagancia. || Traje,
prenda de vestir ridícula y extravagante’.
Lo segundo me sirve para enlazar adefesio con foel. Aunque siga sin saber qué pero los hace sinónimos. Lo primero es lo que causa extrañeza a Unamuno, porque don Miguel, que no conocía la palabra foel, propia de una zona entre Murcia, Jaén y Granada, no se ocupó de este aspecto. ¿Cómo la epístola de san Pablo que contiene los consejos que, en las bodas, se dan a los contrayentes, pasa a ser un despropósito, una extravagancia? La respuesta la encontró en el Viaje en Turquía, de 1557, atribuido a Cristóbal de Villalón. En uno de los diálogos que componen el libro, tras unas palabras de uno de los personajes que conversan, otro responde: «Eso es hablar adefeseos, que ni se ha de hacer nada deso, ni habéis de ser oídos…».
Unamuno
piensa en lo que dice esa epístola: Las casadas estén sujetas a sus maridos
[…] El hombre es cabeza de la mujer […] Las mujeres han de estar sujetas a
sus maridos en todo […] Maridos, amad a vuestras mujeres […] cada uno, pues, de
vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y la mujer tema y respete a su marido […].
Y concluye en que el pueblo, que es quien hace la lengua, piensa ―como el
personaje de Villalón― que todos esos consejos, que apenas nadie
cumple, son disparates, extravagancias, adefesios. Como
vestir prendas ridículas, foeles, es también ser un adefesio.
Los caminos por los que circula la lengua ―le digo finalmente a Zalabardo― son
a veces ―como los del Señor― inescrutables.


