Así está en muchas ocasiones Zalabardo (ocioso, y ya se sabe eso de que el ocio es la madre de todos los vicios), pese a que él no quiera reconocerlo, y por esa razón siempre espera mi llegada para comenzar a darme la tabarra con cualquier asunto. Él dice que es por distraerme y hacerme compañía, al tiempo que por no aburrirse, pero yo insisto en que es más por fastidiar. Como cuando Joaquín Martínez me espera cada vez con "la pregunta del día"
Lo que a Zalabardo preocupaba (?) hoy era señalar un rasgo distintivo que diferencie a la lengua coloquial frente a lo que se pueda considerar el "modelo oficial" de habla. La papeleta es peliaguda si no queremos meternos en exquisiteces eruditas. Yo le digo que cualquier grupo de hablantes tiene clara conciencia de que existe (aunque no la conozca del todo ni la domine) una norma que nos indica cuáles son los modos correctos de hablar y escribir y nos exhorta a abandonar aquellos otros que no lo son tanto.
¿Dónde está esa norma y quién la crea? Según Fernando Varela y Hugo Kubarth, los escritores de cada época imponen un modelo (siempre partiendo de modelos anteriores aunque se llegue a soluciones diferentes), las academias fijan y conservan ese modelo (componen las gramáticas y los diccionarios correspondientes) y en los centros escolares nos encargamos de difundirlo y controlarlo. Parece que la cosa funciona más o menos respecto a la faceta escrita de cada idioma, aunque sucede, con frecuencia, que la lengua hablada se escapa de esa senda.
Porque salta a la vista que el habla con bastante asiduidad se salta a la torera esta norma. Es consustancial con la lengua coloquial abandonar la comunicación objetiva (que es denotativa y respetuosa con la norma) para coger el camino de la comunicación subjetiva (que es connotativa y libre como un pájaro). La lengua coloquial se refugia en lo emocional, en la facultad de expresarse mediante imágenes (yo ya he dicho antes saltarse a la torera y ser libre como un pájaro, expresiones coloquiales). Así surgen los modismos, las frases hechas, las locuciones o como queramos llamarlos. Son combinaciones fijas que responden a la necesidad expresiva de un momento concreto, sin tener que echar mano de los modelos cultos de decir. Por ejemplo, el estar mano sobre mano del título de este apunte.
Y puesto que hablamos de mano, le digo a Zalabardo que el Diccionario fraseológico del español moderno, de los dos autores citados más arriba, recoge 63 modismos formados sobre dicha palabra. Creo, pues, que los modismos son, sin ser la única, una de las características más definitorias del lenguaje coloquial. Como no es cuestión de reproducir los 63 aludidos, ni caben aquí, reproduzco solo algunos menos comunes: tener (o ser) mano de santo (ser buen remedio o solución); ser largo de manos (ladrón); hacer algo bajo mano (de manera no oficial, de modo oculto); de manos a boca (de repente); darse la mano con algo (estar próximo); dejar algo de la mano (abandonar o desentenderse de ello); no saber dónde se tiene la mano derecha (ser incapaz de algo, ser un inepto); venírsele a uno algo a las manos (conseguirlo sin esfuerzo).
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