viernes, mayo 08, 2009


¿AHORA YA TOCA?
Las filias y las fobias no se rigen por ninguna normativa o regla preestablecidas, o al menos eso es lo que me parece a mí. Obedecen a unos sentimientos de atracción o repulsión que portamos siempre muy adentro de nosotros, de manera larvada, pero dispuestos a aflorar en cualquier momento. En nosotros los españoles parece que esto es así de modo más patente y son muchos los que han hablado de nuestra permanente tendencia al cainismo y de un acendrado maniqueísmo.
Me interrumpe un momento Zalabardo y me pregunta, mirándome a los ojos, de qué pienso hablar hoy en esta su agenda que hago tan, para él, trágico exordio. Le contesto que quiero hablar de nuestra tendencia a encumbrar a algunos compatriotas, muchas veces sin analizar demasiado cuáles sean sus méritos, comparable, la tendencia, tan solo a aquella otra de derribar de la peana a quienes antes hemos elevado a ella, igualmente sin analizar cuáles pudieran ser los deméritos que han provocado el derrocamiento. Parece, le digo, como si esto fuera por tocas: ahora hay que ensalzar; ahora es tiempo de denigrar.
Me pregunta entonces Zalabardo si pienso en alguien concreto o es que hablo por hablar. Y la verdad es que estoy pensando en una persona bien concreta; Camilo José Cela. ¿No habéis notado que de un tiempo a esta parte parece como si ahora correspondiera hacer la crónica negra del gallego tal como en tiempos no muy lejanos tocó hacer la alabanza? Quien en un momento fue merecedor de toda clase de panegíricos (ganó el Nobel y ganó el Cervantes) parece que debe afrontar por estos tiempos la hora de las vacas flacas. Y ni tanto ni tan calvo, ¿no crees?, le pregunto a Zalabardo, que me hace gestos de asentimiento.
Porque vamos a ver: si somos sinceros, Cela, desde siempre, junto a su persona, llevó el acompañamiento de las figuras, y bien que las cuidó, del escritor y del personaje. Y las tres vertientes de su ser, la de la persona, la del personaje y la del escritor están llenas de luces y de sombras (¿más sombras que luces o al revés?, lo ignoro); llenas de límpidas superficies y de agudas y peligrosas aristas. Y de él podremos decir lo que queramos, pero su obra está ahí. Aunque muchos, ahora, pretendan negarle el pan y la sal y alardeen de pregonar que nada de ella será recordada con el tiempo. Y yo digo: demos tiempo al tiempo.
Pudiera sugerir lo que llevo escrito que soy un incondicional de Cela y no es así; quienes me hayan oído hablar de él saben que siempre he mantenido lo que significó su crecimiento a la sombra del franquismo. Que mientras otros muchos hubieron de exiliarse, él aprovechó la situación para medrar en su propio beneficio. Que trabajó de censor a sueldo del Ministerio de Información, aunque más tarde pretendiera disimular su tarea. Que se dice -se dice- que se ofreció como delator. Todo eso son negros brochazos de su biografía. Como personaje, nadie pondrá en duda que fue maestro en el arte de escandalizar para obtener algún beneficio (¿quién no recuerda aquel episodio bufo-literario de la historia de El Cipote de Archidona?; ¿alguien ha olvidado la entrevista en televisión en la que se prestó a demostrar que era capaz de sorber toda el agua de una palangana por vía anal?). Su último escándalo fue el de la victoria en el Premio Planeta con una novela, La cruz de San Andrés, que fue acusada de plagio; el asunto aún está en los juzgados. La historia se resume así: a Cela -se dice- no solo le encargaron una novela a la que se otorgaría el premio, sino que le dieron otra presentada al mismo certamen para que la "reescribiera". A mí no me extraña nada que todo ello sea verdad. Cela era capaz de eso y de más. También, antes, La catira había sido otro encargo del que obtuvo buen lucro.
Pero, dicho todo lo anterior, a Camilo José Cela no se le puede quitar lo que de bueno hubiese en su obra, que lo hay, y no poco. Por ejemplo, no se puede olvidar lo que significó la aparición, en 1942, de su novela La familia de Pascual Duarte, todo un prodigio de modelo narrativo y de claridad de estilo. En el terreno yermo de la literatura española, en España, de los primeros años de posguerra, Pascual Duarte constituyó una auténtica revelación. Y junto a Cela, no se puede olvidar la figura de Carmen Laforet, que publicó Nada poco después, en 1945. Si el gallego fijó su atención en un mundo popular y campesino en el que se daban los instintos más primarios y las más salvajes pasiones, la catalana dibujó la sordidez y miseria moral de la burguesía española del momento. Ambos autores retrataron una sociedad que los vencedores pretendían disimular y fueron el faro que alumbró el camino a los escritores de aquellos años.
Y más tarde, en torno a 1950, el novelista Camilo José Cela, con La colmena, formó trío con el poeta Blas de Otero, autor de Ángel fieramente humano, y el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, que estrenaría Historia de una escalera; entre los tres hicieron posible, cada uno en su género, la aparición de aquella generación, llamada del medio siglo, que tanto hizo en el terreno de la corriente realista, ya fuese en su vertiente objetivista o en su vertiente crítica.
Tampoco se pueden olvidar algunas otras de sus obras, como la claustrofóbica Oficio de tinieblas 5, o aquella que cuenta la historia de una venganza tras la guerra civil, Mazurca para dos muertos, o Madera de boj. ¿Y qué decir de sus incursiones en un género tan escasamente atendido en nuestra literatura como es el libro de viajes (véanse Viaje a la Alcarria y los que le siguieron)?
Y, para terminar, a todo ello habrá que unir la creación de la revista Papeles de Son Armadans, que sirvió, entre otras cosas, para que pudiesen publicar en España muchos exiliados que tenían vetadas cualesquiera otras vías para hacerlo. En estos días se ha publicado un epistolario de Cela que da fe de aquellos contactos.
Así que, si ahora toca, digamos todo lo malo que haya que decir de este escritor, no renunciemos a utilizar los más duros adjetivos que encontremos; pero no olvidemos que, entre tanta ropa sucia, de vez en cuando aparece alguna prenda limpia y no contaminada. Demos a cada uno lo suyo.

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