martes, mayo 12, 2009

¿EL HUEVO O LA GALLINA?
Hubo un tiempo en que las ciudades ofrecían un ritmo menos trepidante y angustioso que el que en nuestros días soportamos. Se podía andar por las calles sin especiales preocupaciones salvo la de evitar que te atropellara un tranvía, lo que también pasaba de vez en cuando. Luego, las ciudades aceleraron su ritmo de crecimiento, las personas empezamos a tener prisas para todo e hicieron su aparición los autobuses para suplir a los tranvías, acusados de ser un medio lento y poco o nada moderno.
Sin embargo, hubo ciudades que se negaron a desterrarlos y los mantuvieron a toda costa. E incluso hoy son muchas las ciudades que han decidido recuperarlos. Por citar un único ejemplo, el tranvía, aun con su diseño ultramoderno y pese a que sea de quita y pon, ha dado un cierto aire romántico al peatonalizado centro de Sevilla.
Yo aún conservo un entrañable recuerdo de aquellos últimos tranvías de Granada, que conocí cuando llegué a su Universidad, allá por 1965 (¡cuarenta y cuatro años ya!). El llamado tranvía de la sierra discurría por unos parajes realmente bellos. Y es Zalabardo quien me recuerda los rótulos que en su interior se podían leer. Junto al prescriptivo Prohibido hablar con el conductor, que nadie obedecía, había otros, como el que indicaba: Asientos reservados para caballeros mutilados de guerra, que insistía en mantenernos cercana, aunque quedase ya lejana en el tiempo, la época del conflicto civil; o el que, muestra del radical nacionalcatolicismo que imperaba en el país, rezaba: Prohibido usar palabras malsonantes y blasfemar.
Pero el apunte de hoy no pretende detenerse en los tranvías, ni en su desaparición ni en su recuperación, sino en el contenido del último de los rótulos recordados. No quiero entrar aquí en el terreno de la blasfemia ('palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos', según el Diccionario de la RAE), sino en el de lo que comúnmente se denomina taco (o, según otros ámbitos y países, palabrota, picardía, grosería, garabato, improperio, mala palabra o palabra sucia) y, más que en su sentido o contenido, en la moderna extensión de su uso.
Tengo que confesar que ni Zalabardo ni yo somos habituales en la utilización de palabrotas; o por decirlo con más claridad, es difícil que yo las emplee y no he escuchado nunca a Zalabardo servirse de ellas. Pero lo que importa ahora es que vivimos en una época que podemos llamar de liberación y difusión extrema de los tacos. A los españoles se nos acusa, creo que con razón, de no ser capaces de articular tres palabras seguidas sin que una de ellas lo sea, y no es excusa alegar que muchos extranjeros que vienen a nuestro país lo primero que deciden aprender es el amplio catálogo de nuestro tacos.
Vaya por delante que ni a Zalabardo ni a mí se nos podrá tachar de mojigatos ni tenemos ninguna clase de escrúpulo moral frente a este tipo de expresión. Sucede simplemente, al menos en mi caso, que, pese a la fuerza expresiva que se dice que tienen, considero que el taco resta precisión y galanura a nuestra habla al tiempo que le añade una sobretasa de grosería, le quita elegancia. Porque ahí está el quid de la cuestión, según mi parecer: en que la utilización indiscriminada de los tacos es síntoma de pobreza léxica y los utilizamos cuando no sabemos qué otra cosa decir. En casi todos los apuntes de esta agenda procuro dar ejemplos aunque, paradójicamente, hoy lo que pretendo es evitarlos. Pero alguno ha de haber para que quede bien sentado lo que digo: observemos que si de un amigo no atinamos a decir que sea leal, solidario, jovial, amable, divertido, inteligente, noble, fiel, simpático, elegante o alegre, cortamos por la tangente y decimos que es cojonudo, lo cual, por otro lado no aclara demasiado sobre lo que deseamos decir salvo dejar sentado nuestro afecto hacia su persona. Del mismo modo, si de una comida no acertamos a calificarla de excelente, exquisita, sabrosa o deliciosa, salimos del paso afirmando que ha estado de puta madre.
Lo que a mí me preocupa es que, si bien es verdad que en una situación concreta nada refuerza tanto como un taco lo que queremos decir, o la actitud que deseamos manifestar con lo que decimos (a ver, si no, el valor del ya famoso ¡Se sienten, coño! del esperpéntico y atrabilario Tejero), la indiscriminación de su empleo no demuestra más que, como digo, pobreza y vulgaridad.
De un tiempo a esta parte, el taco ha sentado sus reales en la radio y en la televisión. No hay película, serie, debate, retransmisión en las que no tenga papel más o menos estelar este lenguaje plagado de palabras malsonantes, que siempre se han usado, pero sobre las que parecía existir un tácito acuerdo acerca de cuándo y dónde se podían o no se podían usar. Ahora no importa el tema que se debata, que los diálogos de las series sean malos de solemnidad, o que el evento deportivo no depare mucho de sí; lo importante (?) es que no falte un buen trufado de tacos de principio a fin. Y esto provoca, lo que me crea mayor preocupación, que los niños hablen cada vez peor, porque imitan a los mayores y porque creen que lo que se oye en la tele y en las películas es lo que mola.
Y si alguien critica estos excesos verbales, nunca faltará, como leía hace unos días, quien los justifique alegando que todo ello no es sino un reflejo de la realidad de la calle. Ya estamos de nuevo en el eterno dilema del huevo o de la gallina, porque también podría alguien replicar que es al revés, que la calle imita lo que le ofrecen en la televisión.
Sin embargo, todavía hay quien siente algún rubor cuando descubre no haberse expresado de un modo debido. Un futbolista del Chelsea, Drogba, pidió perdón tras haber gritado ante las cámaras, en el sofoco consecuente de haber sido objeto de un mal arbitraje: ¡Esto es una jodida vergüenza! Dijo sentirse dolido porque su comportamiento y palabras fueron un mal ejemplo para muchos niños que siguen el fútbol. Esta reacción sí es un buen modelo que seguir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy de acuerdo, escritor, del todo muy de acuerdo con el contenido y el planteamiento que nos hace en este apunte. Los de La Colina también nos sumamos a esa idea de que los tacos no pueden desplazar al lenguaje, sino que deben ser una excepción, una exclamación propia de un momento.
Saludos cordiales.