APUNTES DE UNAS VACACIONES: 2. ELS BOUS A LA MAR
Siempre ha sido partidario Zalabardo de aplicar aquel refrán que dice que donde fueres, haz lo que vieres, que él aplica al deseo de conocer bien un lugar no solo visitando los monumentos y disfrutando de los paisajes marcados por las guías, sino procurando probar su gastronomía, intentando comprender sus tradiciones y participando de sus fiestas. La mejor forma para conseguir esto es guardarse la guía en el bolsillo y hablar todo lo que se pueda con los lugareños. Todavía recuerdo la de vueltas que hubimos de dar por montes y aldeas de Pontevedra hasta encontrar la aldea de Sabucedo, donde nos fue posible disfrutar del inigualable espectáculo de a rapa das bestas, una de las más interesantes tradiciones que yo haya contemplado jamás por la carga de emociones y atavismos que comporta. Otras veces, estas fiestas se presentan casi por casualidad, sin buscarlas, como nos ocurrió con el desembarco vikingo, en Catoira, también en Galicia. Algunas fiestas tienen un no sé qué de misterio en su origen y, en parecidas circunstancias, se repiten en lugares diferentes; tal sucede con la fiesta del chopo, en Los Marines, en la Sierra de Aracena, en Huelva. Cada año, en vísperas del Corpus, los mozos bajan a hombros, desde el monte un impresionante chopo, a veces es un pino, que, tras pasearlo por toda la población, será 'plantado' en la plaza y, posteriormente quemado en las fiestas de San Juan. Con variantes, esto mismo lo he encontrado en Celorio, Asturias, y en Altea, el bello pueblo alicantino de la Costa Blanca.
A mediados de julio pasado, en Denia, nos llamó la atención un palenque montado en determinadas calles y que terminaba en un recinto cerrado que se alzaba en el puerto. Preguntamos y un agente de la policía local sació nuestra curiosidad. Habíamos llegado coincidiendo con las fiestas locales y uno de los actos centrales de estas no eran otra cosa que els bous a la mar, o sea, los toros al mar. No nos costó mucho decidirnos a entrar. La plaza, como la llaman, es un recinto rectangular del que tres de los lados están ocupados por sendas graderías que llenaban, hasta rebosar, un público variopinto integrado por gente del lugar y forasteros curiosos que, como nosotros, querían saber qué era aquello. El cuarto lado era el mar, sin más.
El desarrollo de la fiesta es simple. Sueltan una vaquilla y los mozos del pueblo, en camiseta y bañador, a cuerpo limpio y solo en casos raros con un paño a modo de capote, citan y tratan de provocar la embestida con la intención de que la res se lance al agua llevada por la inercia de su embestida. Si tal ocurre, unas personas especialmente preparadas para ello la rescatarán, sacarán del agua y conducirán a los corrales. Luego, se soltará otra vaquilla. Pero lo particular del caso es que quienes más van al agua son los mozos forzados por el empuje de las reses, que saben pararse antes de precipitarse al agua. En lo que podríamos llamar coso, enarenado para evitar los resbalones de reses y mozos, se colocan también unos estrados y barreras que sirven de defensa para protegerse de las embestidas; salvo que alguna de las vaquillas, inopinadamente, suba de un salto a ellos, provocando la general desbandada.
Hablo con Zalabardo de esta fiesta y, de modo inevitable, salen a relucir las posturas de ciertos grupos contra cualquier celebración de este tipo en la que participen animales. Coincidimos en que en el desarrollo de estos bous de Denia no apreciamos ninguna clase de maltrato hacia el animal. No se utilizan palos ni ninguna clase de arma con la que infligir daño al animal, ni se los mata. No hay alanceamiento cruel como en el toro de la Vega, de Tordesillas, ni toros embolados. Se trata simplemente de un enfrentamiento entre el ingenio de los mozos contra el instinto de los animales. Incluso lo que más aplaude el público es la capacidad de la res para enviar al agua a quienes pretenden que caiga ella; cuantos más mozos caen al agua empujados por las embestidas y mayor es el instinto del animal para frenar en la misma orilla sin caer, más fuertes son los aplausos. Después de un tiempo prudencial, la vaquilla es devuelta a los corrales y sustituida por otra.
Me decía Zalabardo, refiriéndose a quienes denigran estos espectáculos, que no se pueden condenar indiscriminadamente todas las fiestas en las que intervienen animales, aparte de que hay muchos prohibicionistas que podríamos llamar "a la violeta", superficiales y a la moda; como aquellos que consideran que fiestas como la de Denia estresan a los toros. Claro que estos no consideran estresante ni condenan la vida de los animales en las granjas y establos donde se los somete a un brutal proceso intensivo, y artificial por demás, de engorde o cría para producir carne, leche, huevos o el mismo foie que luego consumiremos sin ningún tipo de reserva.
Le digo a Zalabardo que, puesto que hablamos de vacaciones, deje eso y piense, por el contrario, en el sentido ritual y festivo que, desde el principio de los tiempos, ha tenido en el Mediterráneo la relación entre hombres y toros.
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