martes, septiembre 29, 2009


EL ERUCTO DE LAS VACAS


A Zalabardo le ha gustado siempre recoger y guardar todas aquellas informaciones que resultan curiosas y que no alterarían la marcha del mundo caso de no haberse publicado. Me dice que de las que ha podido reunir durante el periodo estival que ya se nos ha quedado atrás, las que le han parecido más originales son dos que tienen unos mismos protagonistas: las vacas y el cambio climático.
Porque resulta, puede leerse en dichos reportajes, que comer un kilo de carne de vacuno supone haber permitido la emisión a la atmósfera de una cantidad de CO2 equivalente a la que genera un automóvil en un recorrido de 250 kilómetros. Y ya estamos en el quid de la cuestión: las vacas son productoras de gases que provocan el tan peligroso efecto invernadero que actúa sobre el cambio climático: el mencionado CO2 y el no menos peligroso metano. Me dice Zalabardo que siempre ha sido conveniente tener a alguien o algo a quienes echarles las culpas con las que nosotros no queremos cargar, que toda sociedad ha aspirado siempre a que en el grupo haya alguien que cargue con lo que los demás no queremos tener nada que ver; es decir, que haya ese payaso que, indefectiblemente, ha de recibir todas las bofetadas. Claro está, ahora son las vacas las causantes del cambio climático; solo que ellas, por desgracia, no pueden defenderse de la acusación.
Argumentos a favor de la tesis no faltan, como cada vez que se ha pretendido imponer una línea de actuación que genere beneficios a alguien. Zalabardo me dice acordarse bien de cuando, por citar un solo ejemplo, se argumentaba sobre lo nefasto que era para la salud el consumo de aceite de oliva, cuya ingesta debía evitarse en pro de consumo de aceite de girasol o de otras semillas. Así, leo que el conjunto de las vacas es más peligroso para la atmósfera que todos los coches y camiones existentes en el mundo. Porque las vacas, sigo leyendo, exigen para su cría una cada vez mayor deforestación de amplias superficies. Y porque cada vaca, como consecuencia de su tipo de alimentación, expele a la atmósfera, ya sea por sus eructos u otras ventosidades, entre 90 y 180 kilos de metano y eso no hay atmósfera que lo soporte.
Parece, me dice Zalabardo, que la deforestación de nuestro planeta solo sea culpa de las vacas y que en ella nada tenga que ver la explotación de maderas finas y exóticas para muebles con los que engalanar nuestras viviendas, ni la tala de árboles para abrir carreteras o para implantar cultivos que resultan más rentables. O que tampoco tenga nada que ver la proliferación de incendios forestales, consecuencia en las más de las ocasiones, de oscuros intereses especulativos o de otra naturaleza no menos inconfesable.
¿Y qué soluciones se pueden dar a este problema, ya que parece que problema es, y de los gordos? Curiosamente, se han dado dos que en el fondo vienen a ser una y la misma, aunque aplicada a diferentes sujetos. Sí, porque todo radica en el cambio de dieta. Para unos, somos los humanos quienes debemos alterar la nuestra: reducir nuestro consumo de carne, lo que significa menos cabaña; que, a su vez, tendrá otra consecuencia: menos emisión de gases. Pues ya sabemos lo que hay que hacer: comer menos carne y pasarse a la dieta vegetariana. De paso, vayamos exterminando la ganadería vacuna, nefasta a más no poder.
Y, como decía, para otros no es nuestra dieta la que debe cambiar, sino la de las vacas. Porque resulta que en Vermont (USA), un estado conocido por la calidad de sus productos lácteos, hay unas granjas en las que se está experimentando con la dieta de las vacas. Y se han dado cuenta de que incluyendo en la alimentación de estas más cantidad de alfalfa y linaza, en detrimento del maíz o la soja, el nivel de producción de metano se ha reducido en un 18%. Guy Choiniere, granjero implicado en tales experimentos, opina que los resultados son tan buenos que ahora sus vacas "están más sanas, sus pieles brillan más y su aliento es dulce". Vamos, vacas que expelen eructos y ventosidades fragantes. Algo es algo.
Hablando de eructos y ventosidades, le cuento a Zalabardo que iba a tener razón el padre de aquel compañero, allá por los años de mi bachillerato, que resumía los síntomas del buen estado de salud en esta breve sentencia: Mea claro y pee bien: No creáis que andaba descaminado, pues esa es sentencia mantenida desde tiempos inmemoriales no solo por el vulgo. No en vano Gonzalo de Correas recogía en su refranero este: Quien mea claro y pee fuerte, enseña los huevos a la muerte. Y Rodríguez Marín, mi paisano, recoge este otro: Quien mea y no pee es como quien va a la escuela y no lee. Tal vez la culpa no sea toda de las vacas.

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