martes, septiembre 22, 2009


APUNTES DE UNAS VACACIONES: Y 3. GUADALEST

Muchas veces se ha dicho en esta agenda que tanto Zalabardo como yo somos de pueblo y que nos sentimos dichosos por ello. Aparte de que, objetivamente todo pueblo tiene algún encanto especial, lo cierto es que cada uno es único para los nacidos en él. El mío, Osuna, no se queda atrás. Es más, en él podemos encontrar la considerada segunda calle más bella del mundo. Vaya por delante que ignoro cuál sea la primera o quién haya fijado tal clasificación. De cualquier manera, os recomiendo que, si pasáis por Osuna, no temáis perder al menos medio día para visitar sus monumentos. Y, entre ellos, la impresionante calle de San Pedro
Pero hoy no toca en esta agenda hablar de mi pueblo, puesto que este es el tercero y último apunte de mis impresiones de las vacaciones recientes. Si he hablado de pueblos es porque deseo tratar de uno en concreto. Creo que anteriormente he dejado dicho, y si no, lo digo aquí, que, aparte de buscar descanso, en mis viajes procuro conocer pueblos que tengan un especial encanto y tradiciones que ayuden a conocer la idiosincrasia de la gente.
Me gusta buscar, preferentemente, pueblos pequeños, de difícil acceso, alejados, de ser posible, de la riada turística que despersonaliza cualquier lugar por donde pase. Pero también me gustan los pueblos que guarden un misterio, o que tengan una historia que contar y que sirva para que conservemos por siempre su nombre en nuestro recuerdo.

Daré unos ejemplos para ilustrar lo que digo. No sé si el primer pueblo que deba citar sea Bulnes, al que solo era posible acceder, antes de que construyeran el funicular, por un arriscado y pendiente sendero. Cuando uno se atreve a recorrerlo, una vez llegado arriba, la panorámica de los Picos de Europa es majestuosa. También en Asturias, se puede ir hasta Pedroveya, pero no por la carretera, sino atravesando a pie el Desfiladero de las Xanas. Vale la pena esa caminata de una hora y media, aunque solo sea para degustar una sabrosísima fabada cobijados bajo un hórreo en el bar de Genoveva. Cerbí es un pueblo de Lérida, en las faldas del Pirineo, que, cuando yo lo visité, tenía solo dos habitantes permanentes y donde hay un bar regentado por un señor de León que, durante el verano, organiza un festival de cine clásico cómico. O Calatañazor, en Soria, pueblo donde la Edad Media parece haberse detenido y donde, si nos lo proponemos, oímos aún los ecos de la batalla en la que fue derrotado Almanzor. O Almagro, en cuya Plaza Mayor puede recrearse nuestro espíritu y en cuyo Corral de Comedias podemos revivir la magia del teatro del Siglo de Oro. La lista seguiría, y sería larga. ¿Conocéis Castellar Viejo, en la provincia de Cádiz?

Este año, a esa larga relación de pueblos que permanecen en la memoria se ha unido otro, situado a escasos kilómetros de uno de los enclaves más turísticos del Mediterráneo: Benidorm. Eso hace, acaso, que sea un lugar que, estadísticamente, recibe casi tantas visitas como la Alhambra o el Teide. Ese pueblo del que hablo, que no tiene nada que ver con la costa y las playas, porque se levanta en plena sierra, se llama Guadalest y tiene escasamente doscientos habitantes. Guadalest lo constituyen, estrictamente, dos núcleos asentados a ambos lados de la carretera que sube desde Benidorm. El núcleo asentado en la margen derecha es un conjunto de construcciones modernas que no se diferencian en nada de cualquier otro pueblo de los del montón. Pero lo que de verdad hay que ver es el núcleo de población que se alza en la margen izquierda. Ese es el Guadalest tradicional, vedado a la vista por una alta pared de rocas. Apenas si consta de una sola y única calle a la que se accede por un estrecho y bajo túnel excavado en la pared de piedra y que no permite el paso de vehículos. Guadalest es una calle, una iglesia, el Palacio de Casa Orduña y el castillo de l'Alcoçaiba, al que se accede desde el propio palacio.
Entre las curiosidades que esta población ofrece, aparte de su emplazamiento, tal vez la primera sea la de su iglesia y campanario, que se halla exento, separado, de la misma. No es un caso único en el mundo, pues hay más campanarios exentos, incluso más famosos que este. Lo característico es que este se encuentra encaramado, como si de un águila o buitre se tratase, en lo alto de un empinado risco, al que resulta casi imposible subir.
Otra cosa más puede colmar la curiosidad del visitante de este pueblo. Guadalest dispone de ocho museos (el Etnológico, el de Casa Orduña, el de Casas de Muñecas, el Medieval y de instrumentos de tortura, el de Vehículos históricos, el Microgigante y el de Microminiaturas). A espaldas de la población, y casi cortado a pico, abajo queda la refrescante vista del embalse que remansa las aguas del río Algar. Hasta un catamarán hay para quien desee un placentero paseo por ellas.
Puestos a elegir entre Guadalest y Benidorm, tan próximos en el espacio y tan distantes en todo lo demás, Zalabardo y yo nos quedaremos siempre con Guadalest.

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