Que todo el mundo permanezca tranquilo. Ni yo poseo un sexto sentido que me lleve a ver lo que otros no alcanzan, ni lo posee Zalabardo; al menos que yo sepa. A estas alturas, sería una sorpresa bien grande para mí, después de andar tantos años juntos por ahí.
Simplemente sucede que noto de un tiempo a esta parte que algunos de los apuntes tienen un aire de seriedad algo extrema que se desdice con lo que en su origen esta agenda quería ser. Cuando Zalabardo decidió cedérmela para que yo fuese rellenando sus hojas, prometí no adoptar actitudes excesivamente trascendentalistas, que los contenidos se expondrían con un aire desenfadado y más tirando hacia la sonrisa que hacia el rostro serio.
También decía que los apuntes versarían básicamente sobre cuestiones relacionadas con el lenguaje aunque no descartaba, por supuesto, comentarios sobre actualidad, medio ambiente y otros temas diferentes. En ese aspecto creo que voy cumpliendo, pese a esa actitud que digo que resulta posiblemente más seria de lo que debiera. Y mira que Zalabardo, que vigila hoja por hoja todas las que escribo, no deja de avisar, especie de conciencia a lo Pepito Grillo, cada una de mis desviaciones del camino al inicio prometido.
Yo bien quisiera hacerle caso en cada una de las ocasiones en que me da un tirón de orejas, porque nada me disgustaría más que aparecer aquí como un censor severo o un impertinente crítico de costumbres y usos. Ya hay otros que se dedican a eso y que lo hacen bien (o al menos se lo creen), con su chispita de acrimonia y todo. Aunque luego metan la pata como estamos comprobando por algunos casos recientes.
Pero, ya digo, a veces veo cosas. Puede ser en la calle o en la tele. O las leo en la prensa o las oigo en la radio. Y algo me lleva a dejar, también yo, mi comentario, como cualquier tertuliano de esos de los que tantos hay por ahí. Zalabardo me dice en tales ocasiones: "Contente, cuenta hasta diez y, luego, decide." Y cuento, a veces, hasta veinte incluso. Pero la carne es débil y cedo a la tentación. Luego, a lo mejor me digo: "Te deberías haber quedado callado." O me suelta Zalabardo: "¿Ves lo que te decía?"
En cambio, cuando uno se dedica solo a comentar, digamos, por ejemplo, el papel de los semicultismos, o de las etimologías populares, o de las metátesis (o sea, el cambio de lugar de una sílaba o un fonema dentro de una palabra) en la formación del español, podría conseguir hasta que lo tildaran de ocurrente por contar determinadas historias. Como la de que el semicultismo Mérida, procedente del latín Emérita, evitó que el nombre de la bella ciudad extremeña deviniese en Mierda, que era el proceso fonético lógico. O la de que destornillarse (en lugar de desternillarse) no es más que una etimología popular porque se piensa derivada de tornillo y no de ternilla, que es lo suyo.
Cualquiera que haya estudiado filología, y yo lo hice utilizando como manual la Gramática histórica del español, de don Ramón Menéndez Pidal, sabe estas cosas. Como también que, a causa de una metátesis, parábola dio en español palabra en lugar de *parabla, que era lo que procedía; o que periculu derivó en peligro en lugar de en *periglo; o que de appetorare nos viene apretar y no *apetrar y de bifera, breva y no *bevra. Todo ello, ya digo, por la metátesis, mire usted por dónde.
¿Y qué fue de esta señora metátesis, tan juguetona? ¿Se jubiló ya como estos dos carcamales que somos Zalabardo y yo? Pues no, que sigue vivita y coleando y más lozana que un clavel en abril. Lo que sucede es que los cambios en la lengua se producen con mucha lentitud. Cada día con más, porque la lengua escrita hace que las formas tiendan a permanecer inamovibles. Y en nuestros tiempos, la influencia de la norma escrita y hablada (la fuerza de los libros, la prensa, la radio, etc.) es tanta, que resulta más complicado que triunfe cualquier cambio de estos de los que hablamos.
Sin embargo (¿por qué siempre habrá un sin embargo?), la metátesis, como digo, sigue terne entre la gente común y corriente y eso es lo que nos lleva a decir muchas veces Grabiel, cocreta, dentrífico, metereólogo, presignarse, en lugar de Gabriel, croqueta, dentífrico, meteorólogo o persignarse, que son las formas correctas.
Zalabardo se ha plantado ante mí y me espeta muy ufano: "¿Te ha costado tanto? ¿Ves cómo es posible escribir también de cosas intrascendentes e irrelevantes?" No tengo respuesta porque, como casi siempre, sé que tiene razón. Pero le digo que comprenda también mi postura, porque, a veces, es inevitable ver cosas y no sé si se deben cerrar los ojos ante ellas.
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