martes, diciembre 01, 2009

SOBRE DIOS Y EL CÉSAR

Hablo con Zalabardo de que, cuando una situación se dilata durante mucho tiempo, se crean unos tics que son difíciles de eliminar y que, en consecuencia, perduran, también, durante mucho tiempo. No excluimos a nadie, pues las personas somos animales de costumbres y ya se sabe que algunas de estas costumbres cuesta desterrarlas.
Cuando en clase explicaba a mis alumnos la resistencia al cambio del lenguaje administrativo y jurídico, solía contarles aquella anécdota del Ayuntamiento de Córdoba tras el triunfo del Partido Comunista en las primeras elecciones municipales de nuestra moderna democracia. El grupo municipal comunista presentó una moción para que se suprimiera de los escritos oficiales aquella fórmula de despedida que decía Dios guarde a usted muchos años, porque no la consideraban propia de un ayuntamiento comunista y ateo. No hubo ningún problema para aprobar la moción; el problema vino después, cuando se vieron incapaces de encontrar otra fórmula que la sustituyera. Ese D.g.u.m.a. era un tic difícil de suprimir.
La Iglesia Católica española, ignoro qué pasará en las de otros lugares, sigue apegada a muchos tics heredados de aquella larga serie de años en que anduvo brazo con brazo unida a las jerarquías civiles. Ni el Estado era capaz de dar un paso sin contar con la Iglesia ni esta dejaba que lo diese. Su poder alcanzaba cotas que hoy cuesta trabajo imaginar.
En un Estado aconfesional y laico no tendría por qué contar la Iglesia, no ya la católica, ninguna de las iglesias, con ningún peso. El estado representa al mundo civil, temporal, mientras que las iglesias representan a un mundo espiritual, supraterreno. Ámbitos diferentes. Así debiera ser y así es en los estados que pudiésemos llamar modernos. Pero sabemos que hay otros en que lo terrenal y lo espiritual se confunden, como las churras con las merinas. Los estados legislan para una sociedad civil; las iglesias, para una sociedad espiritual. ¿Casos en que esto no se da? Por ejemplo, en Italia con la cuestión sobre los crucifijos y otros símbolos religiosos en las aulas de los centros públicos; en España, con el conflicto actualmente planteado en torno al tema del aborto.
Parece que los rectores de nuestra Iglesia Católica se olvidan de aquello que dijo Jesucristo sobre lo que se debía dar a Dios y lo que correspondía al César. De lo que no se olvidan, ya digo eso de los tics, es del poder que en otro tiempo tenían. Parecen añorarlo. Hay quien no se acuerda, hablo a los jóvenes, de la fuerza que tenía la censura eclesiástica no solo en los años inmediatamente siguientes a la guerra civil, sino también en aquellos llamados del tardofranquismo. Quiero traer aquí dos ejemplos para quienes no recuerden aquella época.
El primero me vino al recuerdo al ver el cierre metálico de una tienda de la calle Pozos Dulces, esquina a Compañía. Hubo en tiempos, no sé si perdura, una marca de prendas vaqueras que era Jesus, así, sin tilde. En Italia, uno de sus productos se anunció con la imagen que sirve de cabecera al apunte de hoy. Pues bien, en nuestro país, ese eslogan, Chi mi ama me segua. Jesus, pareció blasfemo por sus connotaciones evangélicas y hubo que sustituirlo por un simple y soso Sígueme, que es el que todavía persiste en la tienda de que hablo.
Al hilo de esta actuación de la censura me vino el otro ejemplo, este de una novela, Tiempo de silencio, escrita por Luis Martín-Santos y que se publicó en 1961 extensamente mutilada. Habría que esperar a la decimosexta edición, de 1980, casi veinte años después, para disfrutar del texto completo, sin los cortes de la censura. Valga este ejemplo de la secuencia 23: el protagonista, Pedro, después de una noche de borrachera ha llegado a la pensión donde vive y la dueña, doña Dora, le ha tendido una trampa para que entre en la habitación de su hija y se acueste con ella, para así obligarlo a que se case. Todavía presa de los vapores del alcohol, Pedro regresa a su habitación y decide echarse agua para espabilar y aclarar las ideas. En el texto de 1961 se leía: Agua fría. Remedios primitivos: la telaraña en la herida, la sábana entre las piernas, la saliva en el mordisco, el pichón abierto en la fluxión de pecho, la sanguijuela en la apoplejía, la purga en el cólico miserere. Los baños purificativos, la resurrección del muerto llevado en el carro que cae al vadear el río, el taurobolio, el baño de sangre bajo el gran ídolo de los sacrificios, la lluvia, la lluvia.
Lo que el autor había escrito, y que no se pudo leer hasta 1980, fue: Agua fría. Remedios primitivos: la telaraña en la herida, la sábana entre las piernas, la saliva en el mordisco, el pichón abierto en la fluxión de pecho, la sanguijuela en la apoplejía, la purga en el cólico miserere. Los baños purificativos, el bautizo, la resurrección del muerto llevado en el carro que cae al vadear el río, la piscina de Siloé, la inmersión de la muchacha jorobada con el mal de Pott en el gluglú de la gruta de lurdes, el taurobolio, el baño de sangre bajo el gran ídolo de los sacrificios, el Jordán con una concha venida de un mar que no está muerto, la voz desde lo alto explicando que este es su hijo muy amado, la lluvia, la lluvia.
Era muy largo el brazo de la censura. Y parece que quiere volver por su fueros. De forma machacona, sigue regresando a mi mente aquello de que lo que no se puede decir no se debe decir. Me comenta Zalabardo que lo peor del caso es que no solo parece querer renacer esta censura eclesial, sino que hay otros muchos tipos de censura que también pugnan por el regreso.

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