martes, marzo 22, 2011


EL HABLA MALAGUEÑA


Hay unos grandes almacenes que fundamentan toda su propaganda en el eslogan que afirma que, si no queda satisfecho, se le devolverá su dinero. Hace unos días que me compré un libro cuyo contenido es suficiente para poner en práctica tal eslogan. El libro se titula El habla malagueña y lleva por subtítulo Compilación de voces y dichos populares del habla de Málaga. Su autor, digámoslo ya todo, es Alfredo Leyva. Quienes me conocen, saben la afición que siento por la dialectología, no en vano fui discípulo de Manuel Alvar y Antonio Llorente, autores del impagable Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía. Ello hace que no me resista a adquirir cualquier libro que trate esa temática y la curiosidad con la que reviso aquellos libros que exponen el vocabulario o las peculiaridades lingüísticas de una zona.
Pero, le comento a Zalabardo, algunas veces se lleva uno un chasco muy grande al enfrentarse con una de estas obras, pues la dialectología es una disciplina lo suficientemente complicada como para que caiga en manos de simples diletantes.
El libro empieza por ser descuidado en su redacción, pues incurre bastantes veces en confusiones ortográficas (se escribe echa en lugar de hecha varias veces, se confunde sino con si no o se escribe el presente de saber, , sin la preceptiva tilde) y gramaticales, la más grosera la de llamar artículo a la preposición de.
Lo que más me ha llamado la atención de esta obrita es su declarado carácter de texto bilingüe. Cuando veo la cara de extrañeza que Zalabardo pone le digo que ha oído bien, que todo, o casi todo, el texto está escrito en idioma malagueño, como lo llama el autor, seguido de la correspondiente traslación al español. Para que os hagáis una idea, sirva de ejemplo el contenido de la primera palabra del Vocabulario, que es la parte fundamental del libro: Abanto: personahe inzenzible, ehtirao, orgullozo. Y, a continuación, dice que personahe significa en español persona y que los adjetivos andaluces inzenzible, ehtirao y orgullozo significan respectivamente insensible, creído y presuntuoso. ¡Mire usted qué bien!
No deja de ser curioso el capítulo dedicado a la caracterización de nuestro ‘idioma’. Me conformo con dar unas breves muestras del mismo. Cuando habla de semántica, por ejemplo, dice que “la utilización de los verbos en el ‘idioma’ malagueño es muy particular, cambiando unos por otros a su antojo de forma que a un vallisoletano le puede complicar su comprensión”. Vaya por Dios, no podía faltar el tópico de Valladolid como paradigma de buen uso del castellano. Pero es que uno de los ejemplos que da es Zi zigueh calentándome la perola, cojo la puerta y me voy, tras el cual afirma que el consabido vallisoletano no entenderá que calentar la perola (cabeza) significa molestar, dar la lata más de la cuenta ni que coger la puerta es irse.
En otra parte, al hablar de fonética, nos hace la siguiente “interesante” exposición sobre la aspiración: A veces, la “h” sustituye a la “j”, pero no se pronuncia; teheringo (tejeringo). O, también: En otros casos, la “h” se pronuncia como una vocal larga en sustitución de otra consonante; paloduh (palodul). A propósito, podría haber buscado una palabra más malagueña que ese extraño (aquí) tejeringo.
Pero entremos de lleno en el Vocabulario, que ya digo que es la parte fundamental del libro, que no es tanto un estudio del habla de Málaga cuanto una recopilación de vocabulario malagueño. Lo que más me ha llamado la atención es la ortografía utilizada. Me causa extrañeza el disparatado criterio empleado. Así, de forma sistemática marca el ceceo de la zona escribiendo indiscriminadamente z donde habría que escribir c, ya que ambas letras representan el mismo sonido, aparte de que la segunda letra es obligada cuando le siguen e o i (siendo el caso, además, de que la mayoría de palabras que él menciona no se pueden dar como ejemplos de ceceo). Y de esta forma nos encontramos con zarzilloh, zebollón, zembrao, zenachero, zierro, zinohoh o zipote. Y de la misma manera, si por un lado trata de esmerarse tanto el autor en dejar muestra de las aspiraciones de s o de j, resulta que nos encontramos con jersey, jubón, jábega, jamacuco, jaramagoh, jiñaera o jofifa, por citar algunos casos.
Pero, para terminar, los fallos más graves se cometen, a mi juicio, en el ya mencionado Vocabulario, cuando se ofrecen como malagueñas, palabras que no lo son. Ya he hablado en otras ocasiones de la dificultad de hacer un vocabulario malagueño, o sevillano, o cordobés, o de donde sea, porque resulta muy complicado establecer los límites de las zonas y porque, salvo unas cuantas, casi todas las zonas andaluzas utilizan las mismas palabras. Una cosa es que una palabra se use en Málaga, por ejemplo, y otra muy distinta que sea específica y exclusiva de aquí.
Por eso, y repito que quiero dar pocos ejemplos para no cansar, debe saberse que chavea, pinrel o andoba no son malagueñismos, sino gitanismos. Que barda, bardal o bardilla (‘valla, pared de separación’) es un aragonesismo que se usa en toda Andalucía. Que ajilimójili no es una zarza (salsa) malagueña, pues, como especialidad culinaria, se da en toda Andalucía, aunque hay quienes dicen que procede de Jaén; de cualquier forma, el significado peculiar de ajilimójili en Andalucía no es el que se relaciona con la cocina, sino gracia, donaire, garbo, con que ya lo utilizaron los hermanos Álvarez Quintero. Que picoleto es un término de argot para designar al guardia civil. Que almóndiga es un vulgarismo general de toda España. Que pleita, hatillo o jeta, como muchos otros que aparecen, son términos castellanos y no solo andaluces ni, mucho menos, malagueños.
Y acabo con un ejemplo peculiar, muestra de ese descuido general con que está compuesto el libro. Quebrao es el término que se utiliza también para designar al herniado. Una hernia, según los lugares, es una quebradura, quebrancía o potra. Ignoro qué relación tiene eso con la suerte, pero hay dos expresiones coloquiales que son tener potra, ‘tener suerte’ y tener más suerte que un quebrao. Por ello extraña que el autor de este libro redacte tal artículo del siguiente modo: quebrao: m. ehpr. 1. Tenéh máh suerte cun quebrao. Tenéh potra. 2. Herniao, roto. Ehem. Me quebrao un brazo.
Ah, las abreviaturas que utilizo son las que él usa: ehem. es ehemplo, ehpr. es ehprezión, tal como ehz. es etzétera.
Me indica Zalabardo que tal vez haya sido muy duro en la reseña que hago del libro y le respondo que, cuando uno no domina un tema, lo mejor es no meterse en berenjenales y que bastante hago con no ir a la librería para que me devuelvan mi dinero.

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