Conversamos Zalabardo y yo sobre si, en las obras de ficción, los
personajes que solemos calificar como villanos atraen con más fuerza el
interés de los espectadores o de los lectores, según hablemos de literatura o
de cine. Él sostiene que sobre nosotros siempre ha ejercido mayor atractivo el
bien que el mal. Y me pide que recuerde cómo, cuando de niños íbamos al cine,
las palmas echaban humo en cuanto por el horizonte aparecía el séptimo de
caballería que acudía en auxilio de los desvalidos colonos o cuando se truncaban
los malintencionados planes del archimalvado Fu Manchú.
Yo, que me posiciono
en el bando opuesto, lo reto a que me diga, si es que lo recuerda, cuál era el
nombre de aquel doctor que se empeñaba en desbaratar los planes de Fu Manchú, cuyo nombre nunca se
nos olvidará; o que me reconozca cómo, aparte del general Custer, somos incapaces de recordar ningún otro jefe de la
caballería de los Estados Unidos, mientras que Caballo Loco, Cochise,
Toro Sentado, Gerónimo o Nube Roja permanecerán por siempre en nuestra memoria
(aunque, hablando de indios y la caballería, creo los conceptos bueno y malo se
salen de los caminos trillados).
La conversación deriva
hacia lo que dijo Calisto a Melibea (aunque con otra
intención y en otro contexto) sobre que nuestra naturaleza es mixta, compuesta de dos partes. Siendo así, lo que habría que ver es si en
nosotros predomina la atracción hacia el bien o hacia el mal (si acaso tenemos
algo más de Hyde que de Jeckyll). También en esto mi
amigo y yo diferimos. Le digo entonces que uno de los grandes personajes de la
literatura universal, Macbeth,
es un malo de primera línea, quizás el único que Shakespeare haya convertido en protagonista de una de sus obras.
Y si nos bajamos al
mundo de la literatura infantil y juvenil, continúo, debo confesar que, para
mí, poseen más encanto Lex Luthor
o The Joker que sus oponentes
Supermán y Batman, que no dejan de
parecerme boys scouts un tanto pedantes y melindrosos. Planteadas de
este modo las cosas, me contesta entonces, que tiene que reconocer que él, que
es aún mayor que yo, recuerda la admiración que sentía hacia Ali Kan aunque solo fuera porque
su lucha nacía del sentimiento que le inspiraba aquel a quien siempre había
considerado como hijo, el ingrato Adolfo
de Moncada que se ocultaba tras el seudónimo de Guerrero del Antifaz.
Puestos, así, de
acuerdo, conveníamos en que tiene más fuerza Drácula que el doctor Van
Helsing o en que John Silver
es quien mantiene viva la novela de Stevenson
La isla del tesoro y
terminábamos entusiasmándonos al recordar cómo el pirata Sandokán se las ingeniaba para humillar al Imperio
británico.
En un momento de la
charla, Zalabardo da un salto al mundo real y me pregunta: ¿Te acuerdas de la
actriz Mae West, primer símbolo
sexual del cine mundial? Le contesto que, por mi edad, no tuve ocasión de
conocerla, aunque haya oído hablar de ella. Pues mira, me dice, a ella se deben
muchas de esas frases que quedan para siempre y que conectan en parte con lo
que hablamos: una es aquella de que las
chicas buenas van al cielo… mientras que las malas van a todas partes;
en otra ocasión, dijo: Cuando soy
buena, soy buena; pero cuando soy mala, soy mucho mejor.
Esto me hace recordar
una anécdota, real, de un sobrino. No sé si tenía entonces algo así como cinco
o seis años; la cosa es que un día, hablando con su madre, le dijo: Mamá, tú dices que yo soy muy bueno y
que me quieres mucho; pero a mí me parece que los niños malos se divierten más.
1 comentario:
Decir que nos gustan mas los malos, es políticamente incorrecto. Por eso, hasta usted, con mucha soltura y diplomacia, se refugia en su sobrino de 5 años para dejarlo sentado.
Gran artículo. Saludos.
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