En unos tiempos en los que la televisión
parece andar bastante revuelta en cuanto al tratamiento de determinados asuntos
(se diría que solo nos interesan los chismorreos y los sucesos), hay ocasiones
en las que se agradece un soplo de aire fresco y nos asombramos (por la falta
de costumbre) de que haya aún personas celosas por conservar la dignidad y no
se presten a servir de alimento a los tiburones.
Con frecuencia asistimos al empeño por
presentar como debates, como entrevistas o, lo que resulta más risible, como
periodismo de investigación lo que no es más que el obsceno acto de hurgar en
las intimidades de cualquier persona célebre (Zalabardo duda de cuál sea la
procedencia de la celebridad de algunos) con fines bastantes veces
inconfesables. Todo ello, en un ambiente que no se separa ni un ápice de lo que
no es sino cotilleo, habladuría, alcahuetería de la más baja estofa y más
propia de los antiguos patios de vecindad que de un plató de televisión.
Lo peor de todo en este asunto, continúa
metiendo baza Zalabardo, es que a ese juego de información barriobajera se
presta un no escaso número de personas, a las que habría que catalogar más como
personajillos que como personajes, que no tienen reparo, no se sabe bien a
cambio de qué, en abrir sus entrañas para que en ellas picoteen los buitres de
esta televisión que llamamos basura.
Sin embargo, no debemos caer en el desánimo
de creer que en nuestras televisiones no hay buenos entrevistadores. Es posible
que a Pablo Motos se le estimara más
si no abusara tanto de las entrevistas-promoción, que son más publicidad que
otra cosa, y quitara algo de ruido en su programa (aun así, su reciente charla
con Jordi Évole resultó muy
interesante). Este último citado, con esa áurea de irreverencia de sus entrevistas,
también es digno de tener en cuenta. Y a Andreu
Buenafuente le han cortado la cabeza a las primeras de cambio por mor de
las audiencias.
Por eso nos han dejado un buen sabor de boca
las primeras entregas de Entrevista a
la carta, programa de Televisión
Española que presenta, con estimables dosis de buen hacer, Julia Otero. Los entrevistados de los
primeros días, el torero Cayetano Rivera,
el escritor Mario Vargas Llosa y la
pareja formada por Serrat y Sabina dieron una lección de elegancia
al encarar preguntas muy variadas sin torcer nunca el gesto, sin incurrir en la
chabacanería y con una educación no exenta de rotundidad cuando ha hecho falta.
Cuando surgieron preguntas “no pertinentes”,
que no es lo mismo que “impertinentes” los entrevistados supieron salir del
paso sin necesidad de hacer ningún drama. Cayetano,
desde su aparente timidez, defendió con firmeza la inviolabilidad de su faceta
íntima, que no falta aunque él sea una figura pública. Vargas Llosa, con suma elegancia, sorteó la curiosidad por conocer
su enfrentamiento con García Márquez
argumentando que ambos han alcanzado el acuerdo de no hablar del tema y dejar
que lo hagan sus biógrafos, llegado el momento y si lo creen de interés. Y Serrat, pese a su aspecto bonachón,
supo manifestar un sereno enojo ante algunas cuestiones, ya fueran estas referidas
a los derechos de autor, a su catalanismo o a la situación económica del país. Pero,
como digo, todos ellos hicieron gala de buenas maneras incluso frente a las
preguntas que consideraban que no aportaban nada al interés que el público pudiera
sentir hacia ellos. Y todos dejaron alguna que otra frase y alguna que otra
opinión que refrendaban su valor como personas y como artistas.
He querido esperar para escribir este apunte
a que pasaran más invitados por el programa. Con la presencia de Ana García Obregón, me pareció notar que
algo chirriaba, porque esta mujer tiene tan asumido su personaje que a veces
cuesta deslindarlo de la persona. Pero con Alejandro
Sanz se ha recobrado el tono sereno y reposado de los primeros días.
Me resisto a creer que este tipo de
programas no interese a esa entelequia que llamamos la audiencia; en ellos se
habla en tono relajado, se guardan las formas y no se oye ni un solo grito. Ni la
“irritación” de Serrat ni las “alegrías” de la Obregón elevaron los decibelios por encima del nivel tolerable por
los oídos y siempre se mantuvo en ese tono de susurro con que fluye el
programa. Pero las audiencias, desgraciadamente, parece que se inclinan más
hacia espectáculos más zafios en los que se ofrece carnaza y se grita hasta
enronquecer, como si la razón la tuviera quien demuestre mayor capacidad
pulmonar. Ni a Zalabardo ni a mí nos gustan esas riñas de gallos en las que, al
menor descuido, siempre hay un jaque dispuesto a sacar la navaja. Nos gustan
más programas como este de Julia Otero
o serenos debates como los de aquel recordado La clave, programa de la prehistoria de nuestra televisión,
que tan bien dirigía José Luis Balbín.
Y como llegan las vacaciones, también esta Agenda se toma unas vacaciones.
Al menos durante el mes de julio y ya veremos qué pasa con agosto. Que disfrutéis
de un buen descanso allá donde estéis.
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