No voy a negar que los
acontecimientos de mayo del 68 en Francia apenas si tuvieron eco entre nosotros.
Zalabardo me confiesa que él ni se enteró. Yo me encontraba cursando mi último
año en la Facultad de Letras de una ciudad pequeña, Granada, y la feroz censura
de prensa difícilmente permitía que nos llegaran noticias no ya del exterior,
sino ni siquiera de lo que ocurría en Madrid. Todo eran rumores que se transmitían
oralmente. Supimos, sí, de aquel concierto de Raimon en la Autónoma de Madrid. Se produjeron los primeros
atentados de ETA que culminaron en
el proceso de Burgos de 1970. Participábamos en manifestaciones que los grises,
nombre que se daba a la policía por el color de sus uniformes, disolvían
rápidamente y de manera expeditiva. Poco más.
A mí, sin embargo, lo que me más me
caló del mayo francés fue aquel utópico lema que rezaba Prohibido prohibir, con
el que se atacaban las sutiles formas de sometimiento que el poder empleaba con
el único afán de perpetuar los privilegios de los grupos sociales dominantes. Y
digo que era utópico porque de aquel rechazo a una determinada forma de
autoridad no ha devenido el estado de feliz liberación que se pretendía. En
algunas cosas, incluso hemos empeorado. A la realidad del momento me remito.
Pero hay algo que me ha devuelto las
sensaciones de aquellos días. La publicación en Francia, en la revista Causeur
(que significa Charlatán), del Manifieste des 343 salauds,
‘Manifiesto de los 343 cabrones’, subtitulado Touche pas à ma pute!,
‘¡No toques a mi puta!’, me ha hecho reflexionar. Comento a Zalabardo que
vivimos una situación en la que, por unos u otros motivos, todo se vuelve
prohibiciones o condenas que afectan a todos los órdenes de nuestra vida. Cada
día se nos quiere imponer con mayor fuerza un pensamiento único y una única
forma de actuación (en la política, en el lenguaje, en la vestimenta, en las
diversiones…). Lo malo es que estas imposiciones y condenas no proceden de un
solo foco, sino que son múltiples grupúsculos, unos mayores y otros menores, los
que pretenden que su concepción de la realidad sea la única verdadera.
Con ello, le digo a Zalabardo, lo
que se resiente es la libertad individual, si esta se entiende como el derecho
a ser nosotros mismos siempre que respetemos ese mismo derecho en los demás.
Mas resulta que vivimos en una sociedad nacida de otra en que la norma básica
de conducta (los mandamientos que Dios
entregó a Moisés) consta de tres enunciados
positivos frente a siete prohibiciones); y, además, da la coincidencia de que
una de las dos partes de la coletilla final en que se quiere resumir ese
decálogo, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, con bastante frecuencia la
olvidamos.
En Francia, esta es la razón de este
apunte, una controvertida ley contra la prostitución en la que destaca la
penalización a los clientes con una multa de hasta 3000 euros ha llevado a un
grupo de intelectuales a redactar un manifiesto en el que imitan otro publicado
en 1971 en Le Nouvel Observateur y cuya redactora y primera firmante era Simone de Beauvoir (Manifeste
des 343 salopes, ‘Manifiesto de las 343 putas’) en el que se proclamaba
el derecho al aborto y se defendía la condición femenina .
No voy a detenerme a decir si estoy
o no de acuerdo con el manifiesto de ahora, que, en definitiva, trata de
defender el derecho a la prostitución (a ejercerla, libremente, y a servirse de
ella,sin ser perseguido). Hay cosas que, desde luego, no me gustan. Como que dicho
manifiesto lo firmen solo hombres, con olvido de que hay una prostitución masculina
que, a los datos me remito, cada día es más solicitada. El puterío, suele decir
Zalabardo, no tiene género. Como tampoco me gusta ese giro empleado, mi
puta, pues nadie puede ser propiedad de nadie.
Pero hay otras cosas que, al menos a Zalabardo y a mí nos
hacen pensar. Por ejemplo, los firmantes del manifiesto (defensores de una
prostitución libremente aceptada y asumida) dicen, más o menos: Que estemos dispuestos o no a pagar por las
relaciones carnales no nos hace bajo ningún pretexto obviar el consentimiento
de nuestros acompañantes… Creemos que cada persona tiene derecho a vender libremente
sus encantos, y que ello le agrade… No nos gusta la violencia, ni la explotación,
ni el tráfico de seres humanos. Por ello esperamos que la fuerza pública ponga
todo su interés en luchar contra las redes [de prostitución] y en castigar a los proxenetas… Somos amantes de la libertad, la literatura
y la intimidad. Y cuando el Estado se ocupa de nuestros culos, las tres cosas
corren peligro… Hoy, la prostitución, mañana la pornografía: ¿qué se prohibirá
pasado mañana?
El texto dice más, aunque no mucho,
pues es breve. Os recomiendo que lo leáis (http://www.causeur.fr/touche-pas-a-ma-pute,24765)
y que cada uno forme su propia opinión. Zalabardo y yo tenemos ya muchos años y
hay asuntos en los que nos sentimos desbordados. Pero si desde tantos ambientes
se proclama que cada mujer (y cada hombre, no lo olvidemos) es libre de hacer
lo que quiera con su cuerpo (repito, sin conculcar los derechos ni libertades
de nadie), ¿por qué tanto empeño en prohibir la prostitución si esta se ejerce
de modo libre y consentido? ¿No sería mejor regularla y perseguir la actuación,
como denuncian los firmantes del manifiesto, de las redes mafiosas y los
proxenetas que violentan la voluntad de las mujeres (y hombres) que hacen de
ella un modo de vida?
Zalabardo me da una respuesta: para
muchos, dice, prohibir es el mayor placer que hay.
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