Sabido es que, cuando Zalabardo y yo
nos ponemos a hablar, saltamos de un tema a otro sin que a ninguno de los dos
nos preocupe el galimatías que en ocasiones organizamos. Le comentaba yo el
otro día que tanto él como yo, por la edad, fuimos educados en un ambiente
maniqueo en el que todo se reducía a determinar quiénes eran los buenos y
quiénes los malos. Pero Zalabardo no estaba muy de acuerdo y respondía que
siempre (bueno, él acostumbra a decir “toda la vida de Dios”) eso ha sido así y
no solo nos afecta a nosotros, sino a toda la humanidad.
Y empezó a darme ejemplos: Mira,
decía, ya desde el Génesis, Eva es mala
porque incita al pecado a Adán, que
pasa a ser el bueno; Caín lo es por
fratricida y hace que su hermano Abel
sea el bueno. Así, hasta el infinito. Lo malo, añadía, es que contagiamos este
maniqueísmo a cuanto nos rodea y ni el mismo lenguaje se libra de él y las
palabras comienzan a cargar con nuestros prejuicios. Fíjate, si no, en algo tan
neutro e inocente como los colores: si las cosas nos van mal, todo lo vemos negro; si bien, la vida
es de color rosa. A una persona mayor libidinosa la calificamos de viejo verde
y si nos culpan de algo, nos ha caído un marrón. Vemos, pues, que hay colores
buenos y colores malos. Incluso, añade, diría que algunos, por ejemplo el rojo,
son de lo peor que hay.
Le contesto que, dicho así, puede
que tenga razón, pero que no acabo de entender eso del rojo. Entonces, va y me
dice: ¿Te acuerdas de lo que me contabas el otro día sobre la anécdota que sacó
a relucir Pepe García durante el
desayuno? Claro que me acuerdo, le dije: era la historia de dos frailes, un
dominico y un jesuita que estaban picados entre sí y no hacían en sus sermones
más que lanzarse pullas. Aprovechándose de que el dominico era pelirrojo,
queriendo humillarlo, un día bramó el jesuita: “Rubicundus erat Judas” (‘Judas
era pelirrojo’). Enterado el dominico, respondió a la primera ocasión: “Et de
societate Jesu” (‘Y de la compañía de Jesús’). Yo le dije, entonces, que creía
que tal chascarrillo, si lo es, lo había leído en el Fray Gerundio del padre Isla. Pero, cuando he querido buscarlo,
no lo encuentro y sí lo hallo en las Tradiciones peruanas (1877) de Ricardo Palma, que convierte en
protagonistas al dominico padre Esteban
Dávila y al jesuita fray Diego
Angulo.
Déjate de citas eruditas y vamos a
lo que importa, me corta Zalabardo. Posiblemente recordarás el texto de El
buscón, de Quevedo, en el
que Pablos
dice: era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza
pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el refrán que dice,
ni gato ni perro de aquella color.
Como me empiezo a perder y no
alcanzo a comprender dónde quiere ir a parar, se lo digo y él, con gesto entre
condescendiente e irónico, me mira de arriba abajo, me contesta: Pues muy
simple. Dime, ¿por qué ese rechazo del refrán al pelo rojo? Parecería que la
anécdota de los frailes nos lo aclara. ¿Pero dónde se dice que Judas fuese pelirrojo? Sin embargo, las
personas de cabello de este color arrastran el estigma de ser malvados y despreciables.
¿Y por qué?
Como no lo sé, no le contesto, y él
se envalentona y continúa: Tú siempre buscas la explicación de las cosas. Pues
hoy lo he hecho yo. Y me encuentro, en primer lugar con que la palabra rufián,
‘persona sin honor, perversa y despreciable’, procede del latín rufus,
‘rojo’. Que se dice que Caín era
pelirrojo, como lo era Esaú, el de
las lentejas, Caifás o María Magdalena. Trato de averiguarlo y
en la Biblia solo encuentro que se hable del color de pelo de Esaú
(rojo, todo él peludo); nada de los
demás. Imagino que lo de María Magdalena
tiene su explicación, pues en Roma, las rameras solían llevar el cabello teñido
de rojo, no sé si por obligación o por
simple costumbre.
Pero es que esa aversión a los
pelirrojos se remonta incluso a la cultura egipcia, y se dice que Seth,
hermano de Osiris, lo era. Y más tarde en la Edad Media, se afirma que
pelirrojos eran Mordred y Ganelón. Si te fijas, todos malos
malísimos: Seth mató a su hermano y Mordred y Ganelón traicionaron,
respectivamente, al rey Arturo y al valiente Roldán.
O sea, a los buenos. ¿Eran de verdad pelirrojos todos estos individuos o es una
invención de alguien? Si quieres averiguar qué hay por debajo de todo esto, puedes
hacerlo, que a mí ya no me apetece.
La verdad es que me ha dejado
apabullado. Y, para no encontrar nada que pudiera desmentir lo que me
argumenta, prefiero dejarlo todo así y aceptar cuanto me dice.
2 comentarios:
Me ha encantado. Muy ilustrativo y divertido.
Docere et Delectare
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