Haciendo honor a nuestra edad,
Zalabardo y yo hablamos bastantes veces más del pasado que del futuro. El
pasado es la nostalgia de lo que fuimos; el presente es un continuo agradecer lo que aún se nos da, casi de prestado; el futuro, en cambio, ya no es la
esperanza que alimentábamos en otros tiempos, sino más bien la certeza de que
la Parca, caprichosa, cortará en
cualquier momento el fino hilo que aún nos mantiene unidos a la vida.
En fin, que ocupamos parte de
nuestros paseos en contarnos “batallitas”: de la niñez, de los guateques de
nuestra juventud, de la mili, de nuestros primeros trabajos… Evocamos los
libros que leíamos, las películas que veíamos, los discos que escuchábamos. Y
nos alegró coincidir en nuestra afición hacia la música italiana de los años 60
y 70. Zalabardo citó un nombre, Gianni
Morandi; yo añadí una canción, In ginocchio da te, De
rodillas ante ti. Como tantas veces, mi deformación profesional, mi afición
por la filología, me forzó a lanzarle una de esas preguntas que él considera pedantes:
“Oye”, le dije, “¿tú sabes por qué decimos rodilla y no hinojo?”
Zalabardo me contestó un tanto desabrido: “¡Y yo qué carajo sé!” Me extrañó su actitud, pues
Zalabardo suele ser muy comedido en sus palabras. Pero fingí no haberlo oído y,
aunque él no quisiera, decidí explicárselo con todo lujo de detalles. Puede que
alguien se plantee qué diantres me lleva a formularle a mi amigo tal pregunta. Aun así, persisto en mi empeño. Resulta que, en latín, rodilla
se dice genu. Esta palabra, o su diminutivo genŭcŭlu, son las que aún
perduran por todo el dominio románico (fr. genou; it. ginocchio; port. joelho;
cat. genoll;
rum. genunchi;
gall. xeonllo). Menos en castellano, que, como si fuésemos la oveja
negra del romanismo, decimos rodilla.
Sin embargo, en un principio, el
castellano siguió igual comportamiento que sus lenguas hermanas y decía hinojo.
Hay ejemplos de sobra: En la edición de 1260 que Alfonso x preparó del Evangelio
de San Lucas leemos: e quando vio
a Ihesu Christo finco los inoios
antel erogol… (cuando vio a
Jesucristo se puso de rodillas ante él y le rogó…); en el capítulo xxv del libro vi de la General Estoria, del mismo Alfonso x,
se lee: et Yo, pues que fue en las
riberas daquel rio, baxosse e finco los ynoios
en la ribera… (e Ío, cuando estuvo en
las orillas de aquel río, se bajó e hincó las rodillas en la orilla…). Y si
nos vamos al Cantar de Mío Cid, nos encontramos: llegó a Santa María, luego
descabalga / fincó los inojos, de
corazón rogaba (vv. 32-33); o en el verso 2034: Hinojos fitos, las manos le besó (Hincado de rodillas, le besó las manos).
No creo que hagan falta más ejemplos. Las variantes hinojo, ynoio,
inojo,
etc., se explican por la inseguridad fonética y la ausencia de regularidad
ortográfica propia de la época.
¿Pero por qué se abandonó hinojo
y se optó por rodilla? Vamos despacio. En el indoeuropeo primitivo se
disponía de una raíz, dhē(i)-, ‘chupar, amamantar’, que
dejó una larga serie de derivados, según se uniese con unos u otros sufijos.
Repasemos solo algunos términos latinos con sus correspondientes españoles: fēmina,
‘que amamanta’, de donde salen femenino y hembra; fētus,
‘parto, cría’, origen de nuestro feto; fēcundus, ‘fértil’, base
de fecundo;
posiblemente haya que incluir filius, que deriva hacia nuestros hijo,
hidalgo
y feligrés;
y, lo que nos interesa, fēnum, ‘que alimenta’, y su
diminutivo fenŭcŭlum, de donde proceden heno e hinojo
(que en las lenguas antes citadas es: fr., fenouil; it., finocchio; port., erva-doce;
cat., fonoll; rum., chimen dulce y gall., herba-doce).
Y ya la tenemos liada, pues tanto el
diminutivo fenŭcŭlum, de fēnum, como genŭcŭlum, de genu, vinieron a
evolucionar, en castellano, hasta hinojo, que significaba tanto la
‘planta umbelífera’ como la ‘unión entre el muslo y la pierna’. Un caso de homonimia
como tantos otros. Solo que esta vez, sin que se sepa cómo, o sin que lo sepa
yo, según le aclaro a Zalabardo, para evitarla, para lo segundo se comenzó a emplear
rotella,
diminutivo de rota, ‘rueda’ en lugar de genŭcŭlum; de ahí viene rodilla,
que, curiosamente, en principio designaba solo la rótula, el hueso de la
parte anterior de la articulación entre tibia y fémur, lo que tuvo como
consecuencia, a su vez, que para este hueso se tuviera que echar mano del cultismo
rotŭla.
¿Y qué pasó con hinojo, ‘rodilla’? Pues
que tuvo mala suerte y se perdió casi del todo. Y digo casi del todo porque,
aunque mucha gente no conozca de hinojo más que el significado que remite
a la planta, son muchos también los que siguen empleando la locución de
hinojos (así, en plural, nunca en singular), ‘de rodillas’, que más
comúnmente aparece en la expresión postrarse de hinojos. Ya menos, pero
muchísimos menos, son los que usan la locución hinojos fitos, ‘puesto de
rodillas’, que es uno de los ejemplos recogidos del Cantar de Mío Cid que
daba antes y a la que, sin que tampoco en este caso sepa por qué, el Diccionario
de la Real Academia sigue acogiendo en sus páginas.
Y para acabar, ofrezcamos una curiosidad.
Del genu
latino nos quedan como recuerdos genuflexión, ‘acción y efecto de
doblar la rodilla’ y genuino, ‘auténtico, legítimo’, que,
según leo, tal vez proceda del rito romano que levantar a un niño y colocarlo
sobre las rodillas como muestra de que se lo reconocía como propio.
Zalabardo me dice que ya, con tanta palabrería,
le van doliendo las rodillas y hasta la cabeza. Y me propone que nos sentemos
en alguna terraza a tomarnos una cerveza fresquita mientras recordamos a Gianni Morandi y su canción.
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