Sendero Rodeo del Cerro Castaño |
Hay enunciados —me insinúa
Zalabardo— que se repiten como verdades tan obvias que nadie pone en duda pese
a la cantidad de argumentos que se les pueden oponer: los tres Reyes Magos, los siete niños de Écija, las cuatro
estaciones del año, los treinta Reyes
Godos… Luego, resulta que un somero análisis nos tira los palos del
sombrajo y nos deja, como vulgarmente se dice, con el culo al aire. Y mi amigo
tiene mucha razón, como vamos a intentar ver.
Empecemos. Creo que muchos de mi
edad no olvidaremos el trauma de tener que memorizar aquella inacabable lista
que empezaba en Ataúlfo y se cerraba
con don Rodrigo; ahora resulta que,
según se mire, los reyes godos pudieron ser treinta, treinta y tres, treinta y
cuatro o treinta y seis. ¿Y los Reyes
Magos de Oriente? Solo el Evangelio de san Mateo dice: unos magos
vinieron de oriente. Ni cuántos, ni cómo se llamaban; en tradiciones posteriores
fluctúan de tres a doce y, para colmo, el propio papa Benedicto xvi, en su
libro sobre la figura de Jesús, insinúa
que pudieron proceder de Tartessos. O sea, que los Reyes Magos, si existieron, fueron andaluces.
Sendero Ribera de Jabugo |
¿Y las estaciones del año? ¿Cuántas son,
cómo se llaman y en qué orden han de ser enunciadas? Porque, si nos atenemos a
nuestras más cercanas tradiciones, nos encontramos que, para los romanos, el
año se dividía en hiems (el invierno) y aestas (el estío).
Parece que tal división se mantuvo durante largo tiempo, o eso se desprende de
la lectura del Tesoro de Covarrubias.
Pero si acudimos a Gonzalo de Correas
(1571-1631) leemos que el vulgo no consideraba sino invierno y verano,
mientras que los astrólogos y los escritores tenían en cuenta el verano
(que empezaba en febrero), el estío, el otoño y el invierno.
Vamos a algunos escritores. El Arcipreste de Hita las divide y ordena de
la siguiente forma: invierno (desde noviembre), verano (desde febrero), estío
(desde mayo) y otoño (desde agosto). En cambio, Cervantes, nada más comenzar el capítulo liii de la segunda parte del Quijote, escribe: la primavera sigue al verano, el verano al estío,
el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera. Por
cierto, este fragmento ha dado pie a múltiples polémicas. Algunos han
considerado error escribir seguir en lugar de anteceder
(unos decían que era error voluntario para crear un efecto cómico),
o no decir, como parecería correcto, a la
primavera sigue el verano, etc. Tales errores no existen (y esto lo vieron
bien otros muchos comentaristas, creo que Clemencín fue el primero), puesto que seguir, lo vemos en el Tesoro
de Covarrubias, ‘vale a veces perseguir,
ir en seguimiento de otro, ir en busca suya’.
De acuerdo con ello, ni había comicidad ni descuidada construcción. Luego Cervantes escribió la primavera busca al verano...
Madroños |
Lo que queda patente es que la
división del año en estaciones, los nombres de las mismas y los meses que las
integraban han variado bastante a través de los siglos. ¿Por qué? Porque a
veces se atendía a cuestiones puramente astrológicas y, a veces, al ritmo de
las faenas puramente agrícolas. A ello, además, podemos unir razones
religiosas, festivas... De todo nos informa bien Julio Caro Baroja.
Cruzando la Ribera de Jabugo |
Pero, ¿y los nombres? Se explican,
igualmente, en función de las faenas agrícolas. Los romanos tenían una palabra,
ver,
veris,
que significaba lo que nosotros entendemos por primavera y que algunos transmutaron en primer verano). Más o menos
correspondía a los meses de enero y febrero, en que se iniciaba el ciclo de las
tareas agrícolas. También tenían lo que llamaban tempus veranus
(literalmente, tiempo primaveral y que ha quedado solo en verano), en que el campo
iba poniéndose en sazón (a partir de marzo). A continuación venía el estío
(entre mayo y julio), momento en que ya apretaba el calor y se recogía el
trigo. A partir de agosto venía el otoño, época de recogida de las
últimas cosechas que colmaban al máximo los graneros de los campesinos (su nombre,
en latín autumnus, derivado de augere, ‘incrementar, aumentar’, lo
explica Covarrubias así: ab augendo, quod eo tempore coactis
fructibus agricolarum opes maxime augeantur. O sea, más o menos, ‘porque en
este tiempo se colman al máximo los almacenes de los campesinos con los frutos
recogidos’. Por fin, pasado ese tiempo, a partir de noviembre, da comienzo el invierno
(que procede de hibernus, que significa ‘tiempo tormentoso’, derivado de hiems).
Alájar desde la Peña de Arias Montano |
Castaño del Robledo al anochecer |
Como final, para darle envidia, le digo que
hemos cogido castañas, madroños y bellotas, que hemos comido buen jamón y que
nos hemos deleitado con sabrosas setas en diferentes formas de preparación: tanas
revueltas o a la plancha con jamón, arroz con setas (boletus y gurumelos),
mero sobre salsa de trompeta negra... Tana es el nombre que en la zona dan
a la amanita
caesarea, la considerada reina de las setas y manjar exquisito; esa que
los no expertos pueden confundir con la amanita phalloides, que es mortal.
Pero, para su tranquilidad, le digo que nunca me expongo a coger setas, porque
no las conozco y solo las consumo en donde me ofrecen garantías.
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