Canta Mercedes Sosa: Cambia lo
superficial / Cambia también lo profundo / Cambia el modo de pensar / Cambia
todo en este mundo. Es una bella canción (¿cuál de las suyas no lo es?). Si
todo cambia, ¿cómo iba a ser menos la lengua? Aparecen nuevas palabras, otras envejecen
y desaparecen; cambian los significados, las estructuras sintácticas, los
sonidos. Todo, claro está, de forma imperceptible, lentamente. Han de transcurrir
muchos años (hay excepciones) para que un cambio se haga efectivo y los
hablantes lo asuman con naturalidad. Que los hispanohablantes actuales tengan dificultades
para entender en su forma original el Poema de Mío Cid demuestra lo dicho.
Le aclaro a Zalabardo que las causas
de estos cambios son múltiples y renuncio enumerarlas. Solo le cuento algunos
casos. Estando aún en activo, les contaba a los alumnos la historia de retrete
para explicar el cambio semántico. Les divertía, creo, y entendían la teoría. Retrete,
de probable origen provenzal o catalán, designaba en sus inicios una pieza de
la casa donde recogerse para disponer de tranquilidad y sosiego. Covarrubias, en su Tesoro… (1611) dice:
‘aposento pequeño, y recogido en la parte más secreta de la casa y más
apartada’. Lorenzo Franciosini,
autor de un Vocabulario español-italiano (1620) es quizá el más explícito: ‘camerino,
o stanzina nella parte più segreta della casa, dove uno si ritira a scrivere, a
far i suoi studi’ (pequeña estancia en la
parte más escondida de la casa donde uno se retira para escribir o dedicarse al
estudio). Digamos que, aparte esto, las señoras solían recibir allí a sus
más íntimas amigas. Nuestro teatro clásico abunda en referencias al retrete.
El Diccionario
de Autoridades (1737) lo define: ‘Cuarto pequeño de la casa o habitación,
destinado a retirarse’.
¿Qué provocó que este aposento
cambiase su función y significado? Simplemente, un cambio de hábitos
sociales. A alguien se le ocurrió que era poco higiénico el empleo de orinales
o bacinicas
para las necesidades fisiológicas, uso relacionado, además, con la no menos
graciosa historia del aviso: ¡Agua va! con que se prevenía a los
viandantes sobre lo que se iba a arrojar por las ventanas.
Por tanto, se consideró que podían
construirse letrinas en el interior de las viviendas (dotándolas de un
sistema de canalizaciones subterráneas que las comunicase con las cloacas). ¿Y
qué lugar más a propósito para ello que el retrete, que ofrecía la particularidad
de no ocupar demasiado espacio y de quedar suficientemente separado del resto
de las dependencias? Ya tenemos un cambio semántico debido a causas sociales. El
año 1788, Terreros y Pando, en su Diccionario
castellano con las voces de ciencias y artes…, definía así retrete:
‘lugar o cuarto separado para hacer las necesidades comunes’. El Diccionario
de la RAE no lo haría hasta su
edición de 1803: ‘cuarto retirado donde se tienen los vasos para exonerar el
vientre’.
Otras historias de cambios podrían
considerarse incluso chuscas. La importante editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, una de las
más prestigiosas de la América de habla española, debió llamarse (si la versión
que circula por ahí no es falsa) Fondo
de Cultura Ecuménica. Pero parece que un tipógrafo o un cajista
(¿existen aún esas profesiones?) se confundió. El caso es que aquella
equivocación fue bien acogida y se decidió no corregir nada.
Este último ejemplo no muestra en
verdad un cambio de la lengua, pero lo quiero aprovechar para indicar que, en
no pocas ocasiones, los cambios son productos de errores que pudieron
corregirse sin que nadie pusiera los medios para ello.
De un tiempo a esta parte, le digo a
Zalabardo, me encuentro con un empleo cada vez más frecuente de la construcción
arrasar
con. La última vez, el martes pasado, en un texto periodístico: La
irrupción de Podemos arrasa con IU. Confieso que el giro me chirría
cada vez que lo leo u oigo. Yo hubiese escrito arrasa (sin preposición) o arrambla con.
Arrasar es un verbo transitivo según
todas las acepciones que recoge el DRAE, aunque, dicho del cielo, es intransitivo y significa ‘quedar despejado de nubes’. En ningún
caso se citan usos que requieran un complemento precedido de con. Es un verbo similar a asolar, destruir o devastar,
todos transitivos y no necesitados de tal complemento. El Diccionario de uso de María Moliner así lo trata. Solo el
Diccionario
del español actual, de Manuel
Seco, recoge un significado, ‘acabar con algo’, que requiere esa
preposición.
¿Qué pasa entonces? Mi interpretación
es que todo nace de una confusión con arramblar, o su forma más coloquial arramplar,
que es intransitivo y significa ‘llevarse algo por la fuerza’, ‘apropiarse’ o
‘acabar con’ y siempre presenta un complemento precedido de con.
Esta confusión es muy moderna. Me alegra comprobar que Fernando Lázaro, en El nuevo dardo en la palabra (2003),
también lo cree así. Incluso considera el giro nacido en América y trasplantado
a España: tiene orígenes americanos […] y
viaja últimamente por España en prensa y algo, casi nada, en libros.
Además, aclara, y esto yo lo desconocía, que arramblar pudo tener una
historia similar.
Ni el Nuevo Diccionario Histórico del
Español ni el Diccionario de Autoridades incluyen
un solo caso. El CREA (Corpus de Referencia del Español Actual),
base de datos que abarca de 1975 a 2004, presenta 57 casos de arrasar
con, de los que suprimo dos porque creo que, en ellos, lo que hace con
es introducir un complemento diferente: …puede arrasar con ese cinismo secreto…
y …quien
va a arrasar con “Ella cantaba boleros” es Cabrera Infante…
En el CORDE (Corpus
Diacrónico del Español), cuyos datos van desde los orígenes de nuestra
lengua hasta 1975, los ejemplos que aparecen son solamente 6, de los que
nuevamente suprimo dos, por idénticas razones: …el mercado que la municipalidad
manda arrasar con buldóseres… y …[el torrente] arrasa con sus ondas la tranquila
campiña… Nos quedan, pues, cuatro casos.
Que el uso es reciente lo muestra que
el ejemplo más antiguo documentado, según el CREA, se diese en 1983,
en una novela del cubano Lisandro Otero.
De los cuatro casos recogidos por el CORDE, el más remoto es de 1932 y
aparece en una novela del uruguayo Enrique
Amarím. Don Fernando Lázaro cita al venezolano Rómulo Gallegos. Su teoría del origen americano parece probada.
No obstante lo dicho, en el Diccionario
Panhispánico de Dudas leemos: puede
ser intransitivo con un complemento introducido por con. Y Fundéu, a una consulta que se le hace, responde: La
construcción normal en el español general es “arrasar todo”, pero el Diccionario
Panhispánico de Dudas considera también correcto “arrasar con”.
O sea, le digo finalmente a
Zalabardo, que aquí viene bien aquella frase atribuida a San Agustín: Roma locuta, causa finita (Roma ha hablado, caso terminado). Dicho más llanamente, donde manda patrón no manda marinero. Arrasar con, me figuro, se seguirá
extendiendo como otros muchos giros que los medios suelen emplear y que los
demás imitan. Incluso la RAE parece
concederle su visto bueno. Por supuesto, que a mí no me guste importa un
pimiento. Como es lógico.
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