Ana Santos Payán, la gaviera |
Como no hay dos sin tres (y a la
tercera va la vencida), le digo a Zalabardo que con este cierro la serie de apuntes
en torno a refranes y locuciones relacionadas con pedir y dar.
Gonzalo de Correas dice que el
refrán del título se utiliza cuando obligan por fuerza a lo que es de gracia.
Parecido es el que reprende a los desagradecidos que, una vez recibido un favor,
se consideran con el derecho a seguir recibiendo otros: al villano, dalde el huevo y
pedirá la sal. Es lo que en nuestros días se indica con dar
la mano y tomarse el brazo.
Le señalo a Zalabardo que no sé si
hemos reparado (por ahí va el apunte de hoy), en la cantidad de solicitudes que,
con más o menos fundamento, se elevan a la Real
Academia Española con motivo del DRAE. En ellas hay de todo: que se supriman
determinadas palabras, que se incluyan otras, que se modifique una definición. Confieso
a mi amigo que en mi crítica hay bastante de autocrítica, pues también yo me he
dejado llevar en no pocas ocasiones por esa fiebre peticionista.
¿Es que la gente no tiene derecho a
hacer eso?, me responde Zalabardo. Debo reconocerle que sí, que ese derecho no
se puede negar a nadie, pero que deberíamos ejercerlo con moderación y
coherencia. Sin ir con la ballesta por delante. Porque hay evitar que nos
apliquen el refrán que ya mencionaba el otro día: pedimos a Dios que nos dé y no
sabemos qué.
Cuando elevamos a la Academia una petición (a veces mostrando
grandes dosis de indignación) olvidamos con frecuencia qué sea un diccionario. Y
es que el diccionario, cualquier diccionario, no es anterior a la lengua (el
uso concreto de nuestra facultad de lenguaje), ni a las palabras (las unidades
más reconocibles para un hablante común), ni a los significados (lo que pretendemos
indicar con las palabras que utilizamos). El diccionario, siempre, va por detrás,
recogiendo las palabras que usamos y lo que decimos con ellas. Tan por detrás
que, en no pocas ocasiones, cuando el diccionario da cabida a una palabra, esta
ya ha dejado de emplearse. También se da que, a veces, una palabra no llega
nunca a ser recogida.
Revista erótica Sicalíptico. Barcelona 1904 |
Pero no olvidemos otra verdad: los
tiempos, las costumbres, las personas y la sociedad cambian. Por eso, pobre de
quien no reconozca que la lengua cambia.
Entonces, ahí sí, el diccionario habrá de cambiar y reflejar la nueva realidad.
Por eso, le digo a Zalabardo, cuando nuestra sociedad sea más igualitaria (de
verdad, no de boquilla), cuando no nos dejemos arrastrar por los prejuicios de
todo tipo y cuando no sucumbamos a ningún afán discriminatorio, nadie acusará
al diccionario de incluir acepciones ofensivas ni de marginar a ningún grupo o
comunidad.
¿Alguien tuvo que pedir que el DRAE
diese entrada a sicalíptico o a estraperlo, por citar solo dos
ejemplos? Cuando se hicieron de uso general, se les dio entrada y punto. La
vida de ambas, sin embargo, fue relativamente corta. Mientras escribía una novela
ambientada en los años de la agonía del Trienio Liberal, encontré en un periódico
de la época la palabra surriguista, que no aparece en
ningún diccionario y desconozco su significado. ¿Debo culpar a los diccionarios
por no recoger términos que no han calado en la sociedad y permanecen casi
olvidados? Aun así, no negaré que a todo diccionario se le pueden encontrar errores.
La tarea de adición, supresión, corrección y revisión, debe ser continua. Eso
es lo que hay que pedir a sus responsables. Aparte de que, faltaría más, no es
necesario que una palabra esté en el diccionario para que hagamos uso de ella.
Quiero terminar con un ejemplo que,
siendo singular, refleja, sin embargo una actitud bastante generalizada (y
sálvese quien pueda). En su último libro, Aurora
Luque incluye un poema titulado La palabra gaviera, que va seguido
de una nota final que da cuenta de que se envía a la RAE junto con la petición de que en el DRAE se incluya el
término gaviera. Esa petición creo que fue iniciativa de Ana Santos Payán (1973-2014), fundadora
de la editorial El gaviero, de Almería. Varias consideraciones me suscitan la
lectura del poema, la nota y la petición. La primera es que gaviera,
femenino de gaviero (que sí está en el DRAE) es en el poema una bella metáfora
contra la que nada debe objetarse. ¿Por qué gaviera no está recogida?
Porque en la época en que existía y tenía sentido el término gaviero
no había mujeres que se dedicaran a tal menester. Como no había médicas,
ni ingenieras,
ni alcaldesas
(pero sí bachilleras). Las modernas técnicas de navegación no requieren
que haya gavieros (ni gavieras), que, según un Diccionario
náutico del siglo xvii, es
el ‘marinero escogido que entre los de la dotación del buque se destina para
dirigir en las cofas y en lo alto de los palos las maniobras que allí se
ofrecen’ y su función es otear el horizonte.
Anuncio en un periódico de Mallorca, 1934 |
Y aun otra más. ¿Por qué muchas
mujeres que escriben poesía prefieren ser llamadas poetas y no poetisas?
Supongo que por la connotación peyorativa que, en tiempos pasados, se dio a ese
femenino, pese a ser una forma muy antigua derivada del latín poetissa.
Frente a tal deseo, escritoras como Lucila
Castro, Ana Rossetti o Rosa Chacel, ninguna de ellas dudosa de
no defender su condición femenina y los derechos de la mujer, se consideran poetisas, mejor que poetas.
¿También la culpa de que no nos pongamos de acuerdo en cuestiones tan simples
es del diccionario?
¿Queda claro lo que indica que no se
puede pedir limosna con ballesta o que no deben pedirse dientes al gallo? Pensemos
primero qué es lo que deseamos y luego, tal vez, se nos conceda. Si no es así,
andaremos siempre por un callejón oscuro.
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