Cazorla desde la pista forestal de Los Merenderos |
A
mi edad, ya no me planteo viajes largos. Un jubilado goza de la ventaja de no
tener que ajustarse a ningún calendario ni esperar a que lleguen unas ansiadas
vacaciones. Las nuestras ya son permanentes. Mis viajes, ahora, son cortos y,
siempre que ello es posible, huyendo de los fines de semana y puentes, periodos
que obligatoriamente han de coger quienes están atados por el trabajo. Entre
semana, hay más tranquilidad y se diría que todo está hecho solo para disfrute
nuestro, con lo que el placer es mayor.
Nacimiento del Guadalquivir, en la Cañada de las Fuentes |
Si
visito una ciudad, prefiero el ritmo sosegado de las pequeñas al ajetreo de las
grandes. Y, tanto frente a unas como a otras, me apetece más la placidez de la
naturaleza libre y sin límites. Esta semana hemos pasado tres días en la cuna
del Guadalquivir,
el Parque
de Cazorla, Segura y las Villas. La zona no nos es desconocida, por lo
que, en esta ocasión, hemos aprovechado para visitar rincones que nos quedaban
por conocer y transitar por rutas no recorridas antes. Las previsiones
meteorológicas eran inquietantes, pero el tiempo ha sido magnífico. Más sol que
nubes y una temperatura bastante suave. Nos llegaban noticias de otras
provincias y no las podíamos creer. Al caer el día, sin embargo, el frío se
dejaba notar.
El Guadalquivir en el Puente de las Herrerías |
Luego
sí, la vuelta la emprendimos por el Puente de las Herrerías y Vadillo
Castril. En el área recreativa del Puente de las Herrerías solo nos
acompañaban otras dos personas y el cantarino fluir de las cristalinas aguas
del río, que allí ya ofrece algo más de caudal. Buen lugar para sacar los
bocadillos. Otra vez en la carretera, nos dirigimos a Arroyo Frío, donde nos
alojaríamos. Arroyo Frío, en este martes y a la hora que llegamos, poco más
de las siete y media de la tarde, tenía algo de pueblo fantasma. No se oía una
voz y apenas si se veía a alguien por las calles. La temperatura había bajado y
teníamos que buscar un lugar donde cenar. Cena moderada como piden la edad y el
conocido el refrán (de grandes cenas están las sepulturas llenas). Eso sí, junto a
una buena chimenea.
Cerrada del Utrero |
Durante
la noche del martes llovió algo, apenas unas gotas. Sin embargo, una mirada al
limpio cielo de la mañana del miércoles invitaba a la ilusión. Pocas nubes y
bastantes claros. El día, al final, fue increíble de sol (se nubló por la
tarde). El proyecto era recorrer la Ruta de Félix Rodríguez de la Fuente,
por su lugar menos conocido, la pista que, saliendo de Coto Ríos y atravesando
el río Aguamulas, recorre la margen este del embalse del Tranco hasta
llegar a arroyo Montero, donde una barrera impide el paso. La pista está
jalonada de miradores (Mirabueno, Collado del Almendral y Cabeza
de la Viña) que nos ofrecen panoramas sorprendentes. También lugares en
que es posible bajar hasta la misma orilla del embalse y tomar un descanso sentado
en la hierba y gozando del suave sol.
Cascada de Linarejos |
De
regreso, ya que el día se presentaba en condiciones inmejorables, no se podía
desaprovechar recorrer el bellísimo sendero de la Cerrada del Utrero. Dimos
buena cuenta de los bocadillos junto a una caseta de información (que estaba
cerrada) para evitar cargar con el peso de las mochilas. Este sendero, de
escasamente dos kilómetros, es uno de los más bellos del Parque. Va siguiendo
el curso del recién nacido Guadalquivir por una honda garganta
y el ruido del agua nos acompaña durante todo el trayecto. Vale la pena
sentarse en el banco de piedra que hay en un pequeño mirador que nos invita a
extasiarnos viendo cómo se despeña, desde aproximadamente unos sesenta metros
de altura, la cascada de Linarejos, a la que otros llaman de
la Cola
del Caballo.
Fueron
casi ocho horas fuera, en feliz contacto con la naturaleza. Ya en el apartamento,
nos sentamos a descansar un poco y a tomarnos un té. Pusimos la tele y nos
enteramos de que en Málaga, quién lo diría, seguía lloviendo. El jueves
regresaríamos. No sé si traíamos una meta fijada al venir a Cazorla
ni si la habíamos alcanzado. No nos importaba. De lo que sí teníamos seguridad es
de que volvíamos cambiados.
Un gamo nos acecha |
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