domingo, abril 02, 2017

¿POR QUÉ “POSVERDAD” EN LUGAR DE “MENTIRA”?




            Se vive más de oídas que de lo que vemos. Vivimos de la fe ajena. El oído es la segunda puerta de la verdad y la principal de la mentira. De ordinario la verdad se ve y excepcionalmente se oye. (Baltasar Gracián)

            El título, no lo niego, me lo ha sugerido un texto del periodista Javier Gallego. Y no creo que se moleste, ya que acepto y defiendo su misma tesis. Le digo a Zalabardo que ya Fernando Savater se refirió al envés del lenguaje y escribió: El lenguaje no sirve para revelar el pensamiento, sino para ocultarlo. También pienso que podría empezar recordando aquello de que los árboles no nos dejan ver el bosque, pues no son pocas las veces en que nos preocupamos de las palabras no para serles fieles, sino para convertirlas en envoltorio vistoso de lo que queremos ocultar. Por ello, si resultan falaces, la culpa no es suya, sino de quien las emplea de modo torcido.
            Desde hace un tiempo, como si se tratase de películas, canciones, libros o programas de televisión sujetos a las modas del momento, se organizan certámenes para elegir “la palabra del año”. Fundéu hacía una relación de las diez merecedoras de este honor para 2016. Algunas, en efecto, han sido ampliamente usadas: youtuber, abstencionismo, cuñadismo, populismo, videoarbitraje o sorpaso. Gana terreno bizarro, que, aunque italianismo antiguo que significa ‘valiente, esforzado, arriesgado, generoso, espléndido’, se nos va imponiendo con el sentido que tiene en determinados países americanos: ‘extraño, insólito, raro’. Encuentro dos que, así se lo digo a Zalabardo, no había oído nunca: una,  phubbing, ‘actitud de quien concede mayor atención a su móvil que al entorno en que se encuentra, incluidas las personas’ y para la que Fundéu propone ningufoneo; y otra, elegetebefobia (o LGTBfobia), ‘rechazo al colectivo de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales’. 

            Y llegamos a posverdad. La gran palabra del 2016. Incluso el Diccionario Oxford le ha concedido esa gloria. No hay articulista, crítico, presentador, entrevistador, columnista, tertuliano que no la emplee. Se diría que les pagan un plus por cada vez que lo hacen. Sobre todo, a partir de la victoria de Donald Trump y la aparición de su consejera Kelly Conway aduciendo “hechos alternativos” para demostrar que la investidura de su jefe había congregado más público que la de Obama.
            ¿Pero qué es la posverdad? Conviene comenzar aclarando algunas cosas. Primero, que no es palabra tan nueva, pues se documenta en 1992 en un artículo sobre el caso Watergate. Segundo, que el prefijo pos- tiene un significado temporal, ‘lo que sigue’, pero también espacial, ‘lo que está detrás’ y por eso no se ve. Este matiz lleva a que Javier Gallego la considere sinónima de mentira y de simulación. También pudiera ser un eufemismo, como aquellos de cese temporal de convivencia para no decir separación; línea de crédito, para evitar rescate; desaceleración para esconder crisis; o derecho a decidir, para ocultar independencia. Y tercero, que lo que con ella se expresa tiene siglos de existencia. El profesor de la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado, en un reciente artículo, recordaba que ya Maquiavelo consideraba virtud de los gobernantes la deslealtad con lo prometido, por lo que escribió: Pero esta naturaleza hay que saberla disfrazar bien, y ser gran simulador y disimulador, pues como los hombres son tan simples […] quien engaña encontrará siempre a alguien que se deje engañar. (El príncipe, cap. xviii). 

¿Por qué, entonces, este repunte de posverdad, de reminiscencias tan orwellianas? Simplemente porque en estos días la han traído a primer plano una acumulación de acontecimientos políticos (el triunfo de Trump, el Brexit, el proceso independentista de Cataluña, entre otros muchos). Y ya podemos encarar su sentido: Arias Maldonado dice que con ella indicamos que la propia noción de verdad, y más concretamente de verdad pública, ha dejado de tener sentido. Fundéu sostiene que describe que, a la hora de modelar la opinión pública, los hechos objetivos influyen menos que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. Alguien la ha llamado verdad emotiva, pues nace de una apelación a las emociones en lugar de a las realidades objetivas. Javier Gallego es el más claro, pues se deja de rodeos y zarandajas y afirma que posverdad es lo que constantemente hacen la política, la propaganda, la publicidad y cierto tipo de periodismo que no merece ese nombre: apelar más a los sentimientos que a la verdad. Pero eso, continúa, tiene ya un nombre: mentira y manipulación.
            Simulación hay cuando nos quieren hacer creer que con una simple píldora de ingredientes más que dudosos perderemos la grasa y ganaremos una esbelta figura. Manipulación, cuando de un reloj, un detergente, un coche, un televisor que aparecen en la tele se nos afirma que es el mejor producto que podemos comprar, y se emplea un lenguaje que nos incita a desearlo escamoteándonos la opción de plantearnos si objetivamente lo necesitamos.

            Quien más rédito pretende sacar de las posverdades es el mundo de la política. No hay más que hacer un breve repaso de los medios. Se nos ha hecho creer que Pedro Sánchez fue una víctima del IBEX 35 sin que haya una realidad que lo demuestre; se adjudicó a Mariano Rajoy una naturaleza eterna de plasma cuando lo cierto es que solo una vez lo utilizó; se enardece el espíritu nacionalista catalán con el eslogan España nos roba siendo la única verdad hasta ahora contrastada que quienes han esquilmado Cataluña son los que con mayor tenacidad defienden el soberanismo; un diputado poco escrupuloso, Cañamero, luce una camiseta con la frase Yo no voté a ningún Rey con el nada noble propósito de deslegitimar que el 87% de los españoles que refrendaron la Constitución de 1978 sí lo hicieron; o, en fin, ante el actual conflicto venezolano, Pablo Iglesias pontifica sin rubor que un flagrante golpe de estado no es sino un simple choque entre instituciones democráticas.
            Por esto, le digo a Zalabardo, creo que haríamos mejor si en lugar de hablar de posverdades hablamos de mentiras.

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