martes, octubre 02, 2018

¿ROMERÍA O PEREGRINACIÓN?


            Que el rumbo que tome una lengua lo deciden sus hablantes no tiene ninguna duda. No hay Institución ni Academia que pueda imponerle un camino. Esto es lo que hace que, en ocasiones, encontremos palabras que nos plantean un problema a la hora de delimitar sus campos significativos porque, sin que sepamos explicar el porqué, unas invaden el área significativa de otras y acaban confundidas.
            Me preguntaba Zalabardo, ahí nace el conflicto, si es lo mismo una romería que una peregrinación. Si consultamos el DLE, leemos respecto a peregrinar: 1. Dicho de una persona, andar por tierras extrañas. 2. Ir en romería a un santuario por devoción o por voto. Y si buscamos romería, lo que hallamos es: 1. Viaje o peregrinación, especialmente la que se hace por devoción a un santuario. 2. Fiesta popular que con meriendas, bailes, etc., se celebra en el campo inmediato a alguna ermita o santuario el día de la festividad religiosa del lugar.
            Deducimos de lo anterior que debemos considerarlos términos sinónimos. Y, sin embargo, no lo son, o no lo son del todo. Trato de explicárselo brevemente. El Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española nos informa de que peregrino es palabra que procede de la raíz sánscrita agro-, ‘campo’. Unido a la preposición per, en latín significa ‘que va al extranjero’, ‘que recorre tierras’, ‘extranjero’. Por aproximación, pasa a significar también ‘raro’, ‘extraño’. Por eso se habla de decisión o idea peregrinas.

¿De dónde procede, entonces, el matiz ‘que se hace por devoción’? Hay que remontarse muy atrás en la historia. La cultura judía imponía la shalosh regalim (las tres peregrinaciones), obligación para cualquier judío de viajar tres veces al año a Jerusalén. La costumbre existía ya en el siglo XVIII a.C. Entre los musulmanes, Mahoma, actualizando unas ideas que, al parecer, se remontarían hasta Abraham, impuso el hajj, viaje anual a La Meca. Por fin, los cristianos recogieron la costumbre, no estoy seguro si a partir de las Cruzadas, de viajar a Tierra Santa.
            El doble sentido de peregrinación como viaje por tierras extrañas o viaje a un lugar sagrado se ve largamente representado en la literatura, documento fidedigno de cómo evolucionan ideas y lenguaje. Por ejemplo, el cantar de gesta francés del siglo XII Le pelerinage de Charlemagne, cuenta un viaje a Tierra Santa por motivos religiosos; pero otras obras (El peregrino en su patria, de Lope de Vega; La peregrinación de Childe Harold, de Byron; o Peregrinaciones del artista por la tierra, de Goethe) son muestras de historias de viajes de aventuras o de carácter cultural que nada tienen que ver con la religión.
            Un día ocurrió que la caída de Jerusalén tras el asedio de Saladino complicó grandemente los viajes de peregrinación a los Santos Lugares. ¿Y qué hacemos ahora?, se preguntaron los peregrinos. Pues pusieron los ojos en otros lugares que fuesen representativos para la cristiandad. El primero de todos fue Roma, sede del representante de Cristo en la Tierra. Y el que por devoción viajaba a Roma, allí conducían todos los caminos, era romero. También alcanzó gran predicamento Compostela, enterramiento de Santiago. Los romeros, por tanto, eran peregrinos, primero a Roma, poco a poco a muy diferentes lugares.

            Zalabardo, tras oír mi explicación se extraña de que antes haya dicho que no son sinónimos ‘del todo’. Y debo argumentárselo. La peregrinación, desde el origen, puede ser dos cosas, viaje devoto o profano. Sin embargo, la romería ya nació como viaje devoto. Y ahí está el problema, que no siempre lo es.
            Hay dos estudios interesantes sobre la cuestión: Las romerías como hechos sociales, de Tamara Mudarra, y Las romerías, entre lo sagrado y lo profano, de Salvador Rodríguez Becerra. Hay, por supuesto, muchos más, pero me limito a aconsejarle a Zalabardo estos dos porque son fáciles de encontrar. Para darle una idea de por dónde van estos estudios, le expongo a mi amigo algunos de los puntos defendidos en el primero. Se define en él la romería como un fenómeno cultural que aúna aspectos muy diversos: lúdico-festivos, identitarios, económicos, estéticos y, claro está, también religiosos. Esto los convierte en fenómenos de gran complejidad.
            Pero es que, mirándola desde la vertiente religiosa, hay un dato en cierto punto discordante: no pocas veces una romería se nos muestra más como un ritual que opera según la lógica de la reciprocidad que como un acto devoto. O sea, que estamos ante un do ut des, es decir, ‘te doy para que me des’, en que reconocemos tres fases: la obligación de dar, la obligación de recibir y la obligación de devolver. Lo digo más claro: acudo al santo, o la santa, y le pongo una vela para que me haga el favor que solicito; si me lo concede, me comprometo a realizar lo que prometo. Lo malo es que, porcentualmente, son muy escasas las rogativas que permiten que el círculo se complete.
            Pero, para la mayor parte de los romeros, lo principal es la fiesta, el día de asueto y de jolgorio en el que la festividad de la fecha no es sino una excusa. Pensemos, si no, en la mayoría de las romerías actuales. Pensemos, incluso, en el alto número de romerías sin base religiosa. Por brevedad, cito solo los mayos, que se dan en múltiples lugares de toda Europa, o los curros, en Galicia.

            ¿Y las peregrinaciones? También de ellas habría mucho que decir. Al Camino de Santiago, una de las consideradas troncales, le cuesta bastante liberarse de su faceta estética, cultural, aventurera o deportiva. Recuérdese lo que dice Tamara Mudarra o el origen etimológico de la palabra. Pero muchas otras no pasan de ser excursiones organizadas con toda clase de comodidades. Si Aymeric Picaud, aquel monje del siglo XII de quien se dice que redactó la más antigua guía para peregrinos del Camino Jacobeo a instancias del papa Calixto II, leyera hoy los folletos ilustrativos de las peregrinaciones a Roma, a Tierra Santa o a la mayoría de monasterios famosos del mundo, se escandalizaría. Porque, le digo a Zalabardo, parece que es verdad que las peregrinaciones se han convertido en romerías para económicamente solventes y que en estas, o en la mayor parte de ellas, hay bastante de folclore y se echa de menos algo más de devoción.


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