domingo, mayo 05, 2019

PUES VA A SER QUE NO



            Admiro a algunos novelistas tanto por las historias que me cuentan como por la perfección de su lenguaje. Miguel Delibes es uno de ellos. En cualquiera de sus novelas, Las ratas, Diario de un cazador, Los santos inocentes…, la historia, los personajes y los ambientes me enganchan tanto como el acierto en escoger las palabras. Miremos este fragmento:
Volaron tres gallinetas y caí una. Luego se arrancó una cerceta y Melecio la derribó. El campo estaba hermoso con los trigos apuntados. En la coquina de la ribera había ya chiribitas y matacandiles tempranos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guiparnos. Volaba tan reposada que le vi a la perfección el collarrón rojo y las timoneras picudas. En la salina, la gabusia se despegaba del cieno del fondo. Era un espectáculo y le dije a Melecio que atendiera. Sólo se sentían los silbidos de los alcaravanes al recogerse en los pinares. Así, como nosotros, debió de sentirse Dios al terminar de crear el mundo. (Diario de un cazador)
            Delibes sabe de lo que habla y cómo transmitirnos su entusiasmo y amor por la naturaleza; conoce los nombres de las aves, de las plantas silvestres, de los pequeños peces de las charcas. Miro a Lorenzo, al Nini, a Daniel el Mochuelo, a Paco el Bajo como seres reales y no de ficción. Las palabras que el autor les presta son limpias y naturales y remiten a lo que tenemos al lado —aves, plantas silvestres, pequeños peces de charca, accidentes naturales…— aunque no reparemos en ello.

Alcorque
            En uno de mis paseos ciudadanos, vi un panel municipal que anunciaba un plan de limpieza de imbornales y rogaba no aparcar sobre ellos. Por fortuna, digo a Zalabardo, quien lo redactó tuvo la feliz idea de acompañar el aviso con una imagen; tal vez, pensando que, en Málaga, muy poca gente sabe lo que es un imbornal, pues aquí se usa más madrevieja, término que extraña a los foráneos. Imbornales y madreviejas son las comunes alcantarillas. También es muy malagueña casamata para designar la vivienda de una sola planta.
            No sé cómo de grave es el asunto, pero me preocupa que olvidemos tantos nombres de realidades cotidianas, con las que nos rozamos a cada instante: ¿sabemos que ese hueco al pie de un árbol para recoger el agua de lluvia o de riego es un alcorque? ¿O que esas columnas adosadas en las esquinas de las estrechas calles del casco histórico de nuestras ciudades se llaman guardacantones? ¿O que los postes, fijos o móviles, con que se impide el paso o estacionamiento de vehículos son bolardos y, si sirven para el amarre de un buque en el puerto, pasan a llamarse norayes? Cada una de estas palabras tiene su origen y su historia (bolardo es anglicismo; alcorque, arabismo; imbornal, de procedencia náutica, es catalanismo; madrevieja, en otros lugares ‘cauce antiguo de un río’, americanismo; casamata, de origen bélico, es italianismo…), como la tienen sardinel, graílla, poyo y tantas otras.

Guardacantones
            Que haya palabras que caigan en desuso puede entenderse como algo natural; la lengua va cambiando con el tiempo. Lo que sí me parece más preocupante es la facilidad y desinhibición con que acogemos palabras y expresiones que deberían ser desterradas por completo. Le propongo a Zalabardo que nos fijemos en dos: va a ser que no y ser como que.
            Va a ser que no, negación usual, tonta y cursi, nació como recurso humorístico que una plataforma televisiva utilizó para promocionar sus productos. Un marido mostraba a su esposa los pasajes para un crucero por el Nilo, pero ella, tras la alegría inicial, ponía gesto serio y decía: pues va a ser que no, porque recordaba que el día y hora de salida coincidían con el estreno de una película; y se quedó entre nosotros.
            Ser como que es un caso diferente; es una incorrección sin paliativos. El Diccionario Panhispánico de Dudas la explica muy bien. Cuando el adverbio como precede a una expresión de cantidad, tiene sentido aproximativo: Estuve esperando como dos horas (poco más o menos); si se quiere rebajar el grado de certeza, adquiere valor atenuativo: Aquella persona se comportó como temerosa (pareció que lo era). Pero si su empleo resulta superfluo, como debe evitarse: Hoy estoy como muy alterado (afirmo que lo estoy), pues no añade nada al enunciado, ni conceptual ni afectivamente. Por eso me sorprendió, de manera desagradable, que un renombrado escritor, galardonado con el premio de mayor dotación económica de nuestras letras, respondiese en una entrevista: Cuando ves que tanta gente te sigue es como que te estimula.
            Ante una situación de este tipo, meditando sobre la responsabilidad que pesa sobre quien vive de escribir, le digo a Zalabardo que me identifico más con Lorenzo, el bedel aficionado a la caza de la novela de Delibes, que con la Julia de este señor, pese al tan jugoso premio recibido. Y si tuviera que seguir un modelo, me quedo con la exquisita sintaxis y la riqueza léxica que exhiben escritores como Delibes.

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