domingo, octubre 18, 2020

EL OJO EN EL REFRANERO

 


Paseando esta agradable mañana por el Paseo Marítimo, se me ocurre mencionarle a Zalaabardo un antiguo refrán que afirma que Abrojos abren los ojos. Zalabardo, admirador y conocedor de estas creaciones populares, me hace una exaltación de lo que con él queremos decir, que la experiencia y precaución nos enseñan a evitar el daño, que las dificultades conocidas predisponen el ánimo contra otras futuras o, echando manos de otro refrán, que De escarmentados nacen los avisados. Lo que ya desconoce mi amigo es la redundancia escondida en la expresión, pues abrojo, esa especie de cardo espinoso que crece entre los sembrados y que el segador debe conocer y evitar para no dañarse es un término procedente de la contracción del latín aperi oculos, que no significa más que ‘abre los ojos’.


            Aprovecho para meter una cuña erudita y hago notar a mi amigo que ojo, el órgano de la visión de personas y animales procede de la raíz indoeuropea okw-, que significa, precisamente, ‘ver’. Y, al mismo tiempo, le solicito que observe cuántos significados posee la palabra ojo en nuestra lengua, aparte del ya manifestado: ‘ranura por la que se ensarta en hilo en la aguja’, ‘cada uno de los anillos por los que se introducen los dedos en las tijeras’, ‘agujero en que se introduce una llave en la cerradura’ ‘agujero que atraviesa de parte a parte cualquier cosa’, ‘manantial que surge en un llano’, ‘círculo de color que tienen las plumas del pavo real o las alas de algunos insectos’, ‘cada uno de los vanos entre los pilares de un puente’, ‘gota de una grasa que sobrenada en agua u otro líquido’, ‘mano que se da a la ropa con jabón al lavarla’, ‘cada hueco o burbuja en la masa del pan o el queso’, ‘cuidado que se pone al hacer algo’ y más que podríamos citar.

            Pero como, en latín, la palabra ojo indica no solo el órgano de la visión sino también la ‘capacidad de ver’, ‘ver con el entendimiento’ o ‘fijar los ojos en alguien’, la misma raíz propició la aparición de palabras como atroz, ‘de aspecto oscuro, amenazador’ o feroz, ‘de ojo fiero’, lo que hizo que se asociara el ojo con prácticas maléficas —de ahí lo Hacer un mal de ojo—, cuestión que provocó que algunas lenguas la consideraran palabra tabú y buscaran un eufemismo con la que evitarla. Eso explica que los griegos optaran por ophtalmós y la familia germánica por augo, origen del inglés eye, el alemán y neerlandés oog o el danés øje.


            Pero lo que a mi amigo Zalabardo le interesa es el campo de los refranes. No diré que sabe más que Sancho Panza, aunque puedo asegurar que son numerosos los que conoce y de ellos hablamos. El refrán, coincidimos, no nace de un conocimiento científico ni es producto de una profunda y larga investigación; el refrán surge de la experiencia habitual, en el ámbito del campesino cuyas cosechas dependen de la meteorología y se ajustan a las estaciones, del trabajo de los artesanos, de todo lo que se observa y se reconoce como repetido. El refrán, además, nace en ámbitos populares, entre actividades de la vida diaria. Por desgracia, los refranes pertenecen a una época ya pasada, lo que dificulta que algunos, como el que inicia este apunte, puedan ser fácilmente entendidos.

            Volviendo a los ojos, comenzamos a recordar refranes en los que aparece la palabra. Salen en primer lugar los que destacan el valor de la vista y del cálculo visual en circunstancias en que se carece de otros medios. Así, A ojo de buen cubero o Más vale ojo de herrero que compás de carpintero. El primero, que alaba la pericia del artesano para hacer cubas en las que guardar líquidos cuando no tenía instrumentos para calcular los volúmenes, amplía su campo y enfatiza cómo la experiencia proporciona exactitud sin necesidad de otra medida que la de actuar a ojo. El segundo eleva esta estimación al máximo al considerar más exacto el ojo que cualquier otro instrumento. Esa valoración que se da al ojo sirve para poner de relieve el daño que puede hacernos un suceso inesperado; por eso encontramos refranes que, con muy poca diferencia, dicen lo mismo: Caer algo como pedrada en ojo tuerto, Ser algo como pedrada en ojo del cura o Sentar algo como pedrada en ojo de boticario.


            El ojo, también, es signo del buen resultado de una acción cuando la ejecuta quien tiene interés en ella, como vemos en El ojo del amo engorda al caballo; recomiendan estar siempre prevenidos refranes como Aunque esté echado el cerrojo, duerme con un solo ojo, Al amigo poco cierto, con un ojo cerrado y otro abierto, Con un ojo durmiendo y con el otro velando y viendo o Con un ojo en el plato y el otro en el gato. Porque, como señalan otros refranes, la desatención, interpretación defectuosa de la realidad visible o el descuido conducen a un mal fin: Antes se llena el cuajo que el ojo o Hay ojos que de legañas se enamoran, Después del ojo sacado, no vale santa Lucía, Penseme santiguar y quebreme el ojo o No es nada lo del ojo y lo llevaba en la mano.


            Hay refranes para casi cualquier situación: Cuando pases por tierra de tuertos, cierra un ojo recomienda modestia y no hacerse destacar sobre el conjunto; Lo que veo por los ojos, con el dedo lo señalo nos indica que lo evidente y obvio no requiere demostración para ser aceptado; Los ojos todo lo ven y a sí mismos no se ven advierte de la dificultad para la autocrítica; Llorar con un ojo denuncia la hipocresía; y conducta prudente y moderación al hablar aconsejan Boca cerrada y ojo abierto no hicieron jamás descontento o Las plantas tienen ojos y los muros orejas.

            Zalabardo, que ve cerca un chiringo en el que podemos descansar un poco, me avisa de que tal vez ya hayamos dado muestras excesivas de refranes sobre el ojo y propone cerrar el tema sentados al sol disfrutando de un pequeño tentempié. Eso sí, para conseguir que la charla sea tranquila y amena, recurre a dos refranes más: El vino alegra el ojo, limpia el diente y sana el vientre y El pan con ojos, el queso sin ojos y el vino que salte a los ojos. Aunque sobre este último hay controversias.

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