sábado, octubre 10, 2020

¡QUÉ NO DARÍA YO…!, EL ACUEDUCTO Y LOS FUNDAMENTALISMOS


 


           Zalabardo siempre ha admirado a Rocío Jurado. Y confieso que yo también. Desde que aquella chiquilla nacida en Chipiona (nació solo once días después que yo) comenzaba a darse a conocer como telonera de otras figuras famosas, ya descubrimos en ella la pasión y fuego que imprimía en sus actuaciones. Nos cuesta, cuando la recordamos, elegir qué canción de las suyas nos gusta más. Pero siempre, en cualquier lista que hagamos, hay dos que no faltan: Punto de partida y ¡Qué no daría yo!

            No voy a hablar hoy de música, pero me viene de perlas el título de la segunda canción citada. ¿Cuántas veces, antes y después de Rocío, habrá sido utilizada esta expresión para manifestar el deseo de conseguir algo que se nos antoja difícil o imposible? Este estar dispuesto a cualquier cosa no se detiene a la hora de sacrificar, a cambio de lo que se desea, lo que uno considera más valioso, el alma, que es como entregarse entero; y el máximo exponente de esa entrega lo encontramos cuando a quien se recurre en la petición es el mismísimo diablo.

            El pacto con el diablo, acto por el que, ante una imperiosa necesidad o cualquier deseo, se acude a Lucifer ofreciendo como garantía de pago por el favor el alma, que parece ser lo único que le interesa, es tema muy repetido en la literatura y en toda clase de leyendas desde el siglo VIII. Quizá la más famosa versión sea la que plasma Goethe en Fausto. Pero le recuerdo a Zalabardo que, sobre todo en las leyendas orales, no faltan versiones en las que se introduce un elemento picaresco, el engaño. Quien ha recibido el favor, se muestra ingrato y falaz a la hora de pagar y busca un resquicio por el que eludir la deuda y dejar al maligno chasqueado. O sea, que quien tan necesitado estaba se convierte en desagradecido y el diablo, a quien tanto poder se le supone, demuestra, además, ser un tonto que no escarmienta.


            Larga es la lista de construcciones que, por su dificultad de ejecución o por otra diferente razón, se atribuyen al diablo. Casi un centenar de Puentes del Diablo hay en todo el mundo, varios de ellos en España. Pero a Zalabardo y a mí no nos interesan ahora esos puentes, sino el Acueducto de Segovia, sobre el que hay también una leyenda que roba su construcción a los romanos y se la atribuye, sin ninguna duda, a este diablo tan aficionado a la albañilería. Consultada una guía oficial de la ciudad, encontramos que comienza a hablar del acueducto con estas palabras: “De todos es conocido que fue el Diablo quien construyó el Acueducto…”

            Porque segovianos y foráneos, le digo a Zalabardo, dan por buena una leyenda cuyas diferentes versiones coinciden en lo principal: Una joven sirvienta de una casa situada en la parte alta de la ciudad, cansada del constante ajetreo de subir y bajar a coger agua del río, musitó un día lo que decimos todos en condiciones similares: “¡Qué no daría yo si…!” Ese si, está claro, era no tener que soportar la agotadora tarea. Dicho, o pensado, esto, se apareció una enigmática figura con la tentadora oferta: “¿Qué me darías si hago que el agua llegue hasta tu casa sin que tengas que bajar a cogerla cubo a cubo?” Y ella, como cualquiera, respondió: “Lo que me pidas”. El diablo, pues no era otro quien negociaba con ella, solo le pidió su alma. La joven, que estaría agotada, pero tenía poco de necia, impuso una condición: “De acuerdo, si lo consigues en el plazo de una noche y antes de que el gallo cante”.


            Llegó la noche y sobre la ciudad comenzó a descargar una fortísima tormenta. La joven comprendió pronto quién era tan misterioso caballero y cómo, en un santiamén, aunque el maligno diría otra cosa, iban elevándose los pilares y arcos del acueducto. Asustada, comenzó a buscar una solución para la temeridad de su pacto. El amanecer estaba cada vez más cerca. Unos dicen que rezó con todo fervor a la Virgen; otros, que encendió una vela y comenzó a moverla violentamente de un lado a otro para que el gallo despertase antes de lo debido. Fuese lo que fuese, el sol asomó por el horizonte cuando ya solo quedaba una piedra que colocar. El diablo y la tormenta se desvanecieron y la joven conservó su alma. Los segovianos se despertaron aquel día asombrados por la obra aparecida en mitad de la ciudad. La joven contó a un sacerdote lo ocurrido y este, considerando que todo era cosa de milagro, decidió que en el lugar de la piedra que faltaba se colocase una imagen, unos dicen que de Nuestra Señora de Fuencisla, y otros que de la Virgen de la Cabeza, pues tampoco en esto hay acuerdo,

            Zalabardo, que no la conocía, encuentra bonita esta leyenda. Pero le aclaro que se la cuento porque, en enero de 2019, un médico jubilado, y además escultor, José Antonio Abella, decidió regalar a la ciudad una figura de un orondo y risueño diablillo, con cara y hechuras de haberse alimentado toda su vida con cochinillo segoviano, que se colocaría en la calle San Juan, sentado sobre un pretil, de espaldas al acueducto y haciéndose un selfi. Un nuevo atractivo para la ciudad: después de siglos, el autor venía a fotografiarse junto a su obra.

            Pero, miren por dónde, una asociación cristiana, San Miguel y San Frutos, denunció el hecho y pidió la inmediata retirada de la escultura, porque “ofendía las convicciones religiosas de los segovianos”. Por eso aparece en el título de este apunte lo de los fundamentalismos. El DLE define fundamentalismo como “exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica”. Por desgracia, cada día abundan más, en todo el mundo, los fundamentalistas, sean religiosos, políticos o sociales. Un fundamentalista, digámoslo claro, es, primero, un intransigente que no acepta que pueda haber una idea distinta a la suya. Pero, además, es un intolerante, por no admitir a quien no comparta su pensamiento; y es fanático, por negar incluso la hipótesis de que la razón pudiera no estar de su parte. Y en el caso de esta asociación segoviana, los fundamentalistas son ignorantes por olvidar la bella legendaria tradición, bien grabada en el corazón de la ciudad


            Después de casi dos años de presentada la denuncia, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León resuelve, con bastante lógica e incluso algo de humor, que “nada hay en esa escultura que signifique ofensa a Dios ni a la religión católica; y más, si pensamos que lo que la leyenda hace es rememorar el triunfo del rezo de la muchacha”. Comentando la anécdota, Zalabardo me dice que no entiende la incapacidad de estos fanáticos intolerantes para ver que su denuncia sí era una ofensa a las convicciones tradicionales de toda una ciudad y que no imagina cómo hubiesen podido convencer a los segovianos de que su acueducto no es obra del diablo. Aunque todos ellos sepan muy bien que los verdaderos artífices fueron los romanos.


(Las fotos corresponden, respectivamente, a Alejandro Castro, diario La Vanguardia, diario El Día, de Segovia y TripAdvisor)

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