sábado, octubre 24, 2020

HISTORIAS DE PALABRAS: DEL CARRO AL COCHE

 

 


           Hay palabras que recorren un llamativo camino a lo largo del tiempo. Algunas aparecen y desaparecen luego para, más tarde, reaparecer con un aspecto que, aun sometido a transformaciones de forma o de significado, sigue recordando lo que fueron en sus orígenes. Supongo, le digo a Zalabardo, que conoce la historia de azafate, del árabe safat, ‘cesto o bandeja en que se ponían las joyas o vestidos de la señora’. Por metonimia, el nombre del objeto no tardaría en ser utilizado para nombrar a quien lo portaba; y, así, se llamó azafata a la doncella que sostenía esa bandeja. Mucho tiempo después, ya en el siglo XX, hacia 1950, la compañía aérea Iberia introdujo en sus vuelos una figura semejante a lo que en otras líneas aéreas se llamaba air hostess, por lo general mujer joven que asistía durante el vuelo a los pasajeros. Entre los nombres barajados por la compañía española acabó triunfando azafata, que se recuperaba así de la lengua medieval, aunque con un sentido diferente.

            Al hilo de esta conversación, Zalabardo, curioso de nacimiento, me confiesa una duda que siempre lo ha intrigado: por qué razón, frente a las soluciones adoptadas por otros países de nuestro entorno y gran parte de la América española, nosotros utilizamos para el automóvil la palabra coche. Me veo precisado, entonces, a explicarle qué relaciona a los vocablos carro, carroza y coche e, incluso a estos con otros diferentes.

 


           Tenemos que remontarnos hasta una raíz indoeuropea kers-, ‘correr’. En latín vemos que de ella surgen dos líneas de evolución distintas, pero no tan diferentes en el fondo. Una es la del verbo curro, ‘correr’ y la otra, por influencia celta, la del sustantivo carrus, ‘vehículo o armazón con ruedas que sirve para transporte’. El verbo nos ofrece una historia curiosa, porque de él nace el sustantivo curso, ‘movimiento o recorrido de un río por su cauce’; pero, mediante una metáfora, también ‘tiempo señalado para asistir a unas lecciones’. Y, por supuesto, cursillodiscurso, transcurrir, corredor y otras.

            La historia de la segunda no es menos interesante. Carrus es el origen de carro y de carruaje, ‘cualquier medio de transporte’, carroza, ‘carro para transporte de personas’ o carrera, vía por la que transitan los carros’, de donde también tendremos carretera, carril, etc. Carrera, y en esto se ve la relación con el término originario, pasa a ser también ‘camino que se recorre para conseguir un título, para labrarse un nombre en un campo determinado, etc.’

           Pero vamos a centrarnos en carro, que es el interés de Zalabardo. El carro pareció especializarse como medio de transporte para mercancías, mientras que, para el transporte de personas, el latín formó carruca, la carroza. El tiempo, como es su costumbre, no dejó de correr y, llegados al siglo XIX, alguien inventó un motor que, acoplado a carros y carrozas, permite sustituir la tracción animal por otro de tracción mecánica. Para ese carro, diferente, se busca un nombre que se encuentra en el neologismo automóvil, ‘que genera su propio movimiento’. En este punto, nos encontramos con lo que intriga a mi amigo. Las lenguas germánicas, fieles al término primitivo que designaba al vehículo de transporte, continuaron usando car, en inglés, o karren, en alemán. En cambio, las lenguas románicas rebuscaron en el latín hasta echar mano de vectura, que se refiere también a un tipo de transporte. Eso explica el francés voiture, el italiano vettura o el portugués viatura. El italiano, incluso, emplea macchina.

            ¿Qué sucedió en español? En principio, la mayor parte de los países de Hispanoamérica se decantaron por carro. Sin embargo, en España, carro seguía siendo el vehículo de tracción animal para transporte agrícola, principalmente. Al carro, o carroza, para transporte de personas, se le llamó coche, nombre que adoptaría también el automóvil. ¿Cuál es la razón? Vamos con la historia.


            En Hungría, al menos desde el siglo XIII o XIV, hubo una pequeña ciudad, Kocs, que se hizo famosa por la construcción de diferentes carruajes, tirados por dos o tres caballos, destinados específicamente al transporte de personas: disponían de asientos acolchados en la carlinga, inicialmente hecha de mimbre, que, si se tenía en cuenta también el sistema de suspensión de que dotaron a las ruedas, proporcionaban gran comodidad a los viajeros. Todo el mundo conoció aquel carro como Kocsi szekeret, más o menos ‘la cesta de Kocs’. ¿Cómo llegó esto a España? Le aclaro a Zalabardo que no he hallado un documento acreditativo de su veracidad, pero se cuenta que, en el siglo XVI, Fernando I de Habsburgo, que llegó a ser rey de Hungría, envió como regalo uno de estos lujosos carruajes a Carlos I, de quien era hermano.


            Por un juego metonímico como el explicado para azafata, el Kocsi szekeret acabó siendo simplemente kocsi, que en español se pronunció, y se escribió, como coche, ya que es lo más parecido a la pronunciación húngara. Y esa es la razón por la que, en nuestro país, el vehículo para transporte de personas, tanto si se mueve arrastrado por caballos como si lo hace gracias al motor de combustión, es llamado coche, palabra que se convierte en una isla léxica dentro de los países de nuestro entorno y tradición lingüística.

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