sábado, octubre 03, 2020

SOBRE CURIOSOS TOPÓNIMOS

 

 


           Comenta Manuel Mañas Núñez, en un artículo publicado en la Revista de Filología Románica, que los nombres de pueblos y lugares, topónimos, pertenecían en su origen al léxico común de sus creadores y, por lo común, tenían que ver con características geomorfológicas o de otro tipo del lugar: su ubicación, alguna planta que abunde en la zona, el propietario de las tierras en que se asienta, fundadores, etc. Le expongo a Zalabardo algunos ejemplos claros: la malagueña Casabermeja debe su nombre a una pequeña alquería pintada de ese color que allí hubo; Gibraltar es nombre de origen árabe, Gebel-Tarik, que significa ‘monte de Tarik’; Monfragüe, en Cáceres, no es otra cosa que ‘monte escarpado, boscoso’ y Olmedo es ‘lugar poblado de olmos’.

            Si los topónimos, según eso, los crea la gente, ¿qué explica la existencia de algunos que provocan el sonrojo y vergüenza de sus moradores, hasta el punto de que los silencian o, incluso, llegan a cambiarlos? Junto con la pregunta, Zalabardo me cita ejemplos muy concretos: el granadino Asquerosa, el burgalés Castrillo Matajudíos o el abulense Bellacos. Le recuerdo a mi amigo lo que Mañas Núñez, en su estudio, sigue diciendo: pasado el tiempo, el nombre de los lugares se va desconectando de las realidades nombradas; se convierten en fósiles que la gente ya no entiende. Eso explica, en algunos casos, este sentimiento de vergüenza de los habitantes del pueblo, o, en otros, la simple extrañeza ante un nombre que no comprenden.

            Y trato de aclararle qué ha llevado a los habitantes de los pueblos citados a cambiar su topónimo. Castrillo Matajudíos nunca fue lugar de exterminio de nadie, sino que, muy al contrario, era una zona en la que habitaban muchos judíos. ¿Cómo se entiende esto? Es muy simple. Un día, alguien dejó de entender Mota y supuso que se quería decir Mata. Si miramos un diccionario, sabremos que mota es una ‘pequeña elevación en un terreno llano’ y topónimo que se repite bastante (Castillo de la Mota, Mota del Cuervo, La Mota del Marqués o La Mota). Por eso, la denominación correcta es la actual, Castrillo Mota de Judíos, que en su origen fue una pequeña fortificación sobre un cerro poblada por judíos.  

            El caso de Asquerosa, hoy Valderrubio, es muy peculiar. Debemos su nombre a los romanos, que la llamaron Aqua Rosae, ‘agua de rosas’. Tan bonito nombre acabó siendo en castellano Acuarosa; cuándo y por qué lo ignoro, pero lo cierto es que se fue imponiendo la pronunciación Asquerosa. Este pequeño pueblo, en el que pasó largas temporadas García Lorca y le inspiró su tragedia La casa de Bernarda Alba, cambió su nombre hacia 1940 por el de Valderrubio.

 


           Y queda Bellacos; en la comarca de La Moraña hay un lugar en que se encuentra la Fuente de San Juan. En la Edad Media fue zona de continuas luchas entre musulmanes y cristianos. Conquistado el lugar definitivamente por estos últimos, se decidió repoblarlo con campesinos a los que, usando un antiguo término de origen celta, bekkallakos, se los llamó bellacos, ‘campesinos’. Pero la palabra pasó a designar también ‘gente zafia, ruin, de mala condición’ Y los bellacos, gentilicio a la vez que topónimo, no lo soportaron y en el siglo XV cambiaron el topónimo por el de Flores de Ávila, que aún perdura.

            Son muchos los topónimos confundidos o reinterpretados; en algunos casos, la explicación puede ser difícil. Por ejemplo, hay topónimos en los que nos aparece una palabra que designa lo que hoy entendemos por un animal, cuando su sentido es otro diferente. Le cito a Zalabardo solo cuatro casos de este tipo. La cacereña Sierra de las Moscas no tiene absolutamente nada que ver con estos insectos dípteros. Cierto que hay dudas sobre su origen exacto, ya que unos hablan del latín muscus, ‘musgo’ mientras que otros se inclinan por una antigua palabra ibérica, masko, que significa ‘pico, cima, risco’. Arroyo del Puerco dicen algunos que se llamaba así por unas piedras próximas con forma de verracos o cerdos; otros mantienen que es por los judíos que allí vivían; ambas interpretaciones son incorrectas. Este Puerco no remite al animal, sino que proceda del latín porcae, que designa una ‘depresión por la que se encauzan las aguas procedentes del deshielo o la lluvia’. Hoy, esta población se llama Arroyo de la Luz. ¿Quién no ha disfrutado de las delicias del Cabo de Gata? Por supuesto, el nombre no tiene ninguna relación con el felino doméstico. El origen hay que buscarlo en una antigua raíz gat- o kat-, ‘cueva, oquedad, roca erosionada, prominencia’, que los árabes convirtieron en Qabta, ‘cabeza, promontorio’. Nos queda el cuarto ejemplo, Cabra, ciudad cordobesa. Nada que ver con bóvidos. Originariamente se llamó Licabrum; los romanos la llamaron Igabrum y los musulmanes Qabra. Los tres nombres se refieren a su situación en alto.

 


           Continuar sería el cuento de nunca acabar. Por eso le digo a Zalabardo que dejemos el tema contando dos únicos casos más: Villanueva del Trabuco y Vía de la Plata, calzada romana que iba desde Augusta Emerita hasta Asturica Emerita. Pero este camino no tenía nada que ver con el transporte de plata ni de ningún otro metal. También aquí hay dos teorías. Una defiende el nombre árabe, al balat, ‘camino empedrado’ y otros el nombre latino Via delapidata, de igual significado. Lo más probable es que se la llamase así por los miliardos, hitos de piedra que jalonaban el camino marcando las distancias. Sea lo que sea, solo una mala pronunciación de via albalata o via delapidata es la que nos ha traído la actual Vía de la Plata. Y el Trabuco que aparece en el topónimo malagueño nada tiene que ver con el arma de fuego en que pensamos, sino con otra muy diferente. Al parecer, en la preparación de la toma de Málaga, los Reyes Católicos establecieron aquí un campamento y de sus montes se extrajo la madera necesaria para construir otras armas, los trabucos de que habla Covarrubias: ‘máquina bélica con que se arrojaba de una parte a otra piedras gruesas con tanto ímpetu y fuerza como agora en su tanto una pieza de artillería’. Es decir, lo que hoy conocemos como catapulta.

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