sábado, mayo 22, 2021

LO UNO Y LO DIVERSO

 


            Bajo este título ha reunido el Instituto Cervantes una serie de consideraciones sobre la riqueza de nuestra lengua debidas a un nutrido grupo de escritores de ambas orillas del Atlántico. El fin de esta publicación, le comento a Zalabardo, es demostrar, como dice Carmen Pastor, que el español, a pesar de su gran extensión e internacionalización, es un idioma con un alto nivel de unidad e inteligibilidad mutua entre sus hablantes, una lengua que acoge la diversidad en su unidad. Luis García Montero, director del Cervantes, recuerda las palabras de Fernando Lázaro Carreter: Una lengua natural es el archivo adonde han ido a parar las experiencias, saberes, creencias de una comunidad. Pero este archivo no permanece inerte, sino que está en permanente actividad, parte de la cual es revisionista. Y yo, a mi vez, recuerdo un libro publicado hace cincuenta años, Nuestra lengua en ambos mundos, en el que su autor, el filólogo venezolano Ángel Rosenblat afirmaba: Frente a la diversidad inevitable del habla popular y familiar, el habla culta de Hispanoamérica presente una asombrosa unidad con la de España. Y considera mucho mayor esta unidad que la del inglés americano o el portugués brasileño respecto al de sus metrópolis. O sea, que ya enarbolaba la bandera que se mantiene en el libro actual, la de la unidad dentro de la diversidad.

 


           Zalabardo me avisa de que hace pocas semanas cree que escribí sobre este mismo tema. Puede que sea posible, le respondo, como también le digo que nunca es mal año por mucho trigo y que insistir en este asunto puede servir para que hagamos un ejercicio de humildad y asumamos sin reservas que si bien nuestra lengua es la del Cid y la de Cervantes, la de Unamuno y la de Juan Ramón, la de Pardo Bazán, de cuya muerte se cumplieron hace pocos días cien años, también es la de sor Juana Inés de la Cruz, de Rubén Darío, de Gabriela Mistral, de Alfonsina Storni, de Borges, de Vargas Llosa y García Márquez

 


           Quizá este sea el punto de reflexión más importante de este libro, la necesidad de entender, sobre todo por parte de los hispanohablantes de España, que si nuestra lengua es lo que es no se debe solo a los españoles, que somos minoría, sino a ese inmenso conglomerado de casi quinientos millones de seres que la hablamos en todo el mundo. Y que, pese a todo y aunque a algunos sorprenda, es una lengua que mantiene una unidad ejemplar. Álex Grijelmo cita el dato de que Juan Miguel Lope Blanch, analizando una muestra de 133.000 palabras utilizadas en el área de Madrid, llegó a la conclusión de que el 99% podrían considerarse propias del vocabulario mexicano; en un estudio comparativo similar, Raúl Ávila comprobó que, de 430.000 palabras empleadas en la radio y televisión mexicana, el 98% se correspondían con las del español general.

            Esa variedad queda manifiesta en cada uno de los capítulos del libro. El chileno Pablo Simonetti nos habla, por ejemplo, de la tendencia de su país a lo que él llama superlatividad y pone como muestra de este hablar exagerado que para elogiar algo se utilicen frases del tipo Salvaje lo tremendo que debe ser. Laura Restrepo, colombiana, cuenta cómo su padre, allá por los años cincuenta, seguía llamando chambergo al sombrero y flux al traje masculino de tres piezas. Le confieso a Zalabardo que no he visto casos de uso de esta palabra después de Valle-Inclán, aunque en América está bastante empleada en la lengua popular. Y para mostrarnos que Colombia es uno de los países que mejor conservan el español clásico, nos habla de una cocinera que había en su casa que en lugar de palangana o lavamanos decía aguamanil y en lugar de policía decía alguacil, porque ella, se defendía, solo hablaba castilla.


            Álex Grijelmo hace un breve estudio en el que trata de clasificar las palabras por su uso; así, nos aclara, no debe sorprendernos que, al hablar de palabras propias (las que se emplean en una zona muy concreta, argentinismos, mexicanismos, etc.) tengamos que citar los españolismos (algo que se nos olvida), es decir, aquellas palabras que solo se emplean en España. Por ejemplo, pertenecen a este grupo mascarilla, patata, mechero, o cotillear. Quizá el grupo más divertido sea el de las palabras cuyo significante conocemos, aunque el significado nos resulte extraño. Si en Venezuela, y algunos otros lugares, pedimos un tinto, no debe extrañarnos que nos sirvan un café solo en lugar de vino, como no debe escandalizarnos oír en Chile que alguien se ha sacado la polla, que es como allí llaman a la lotería. En Perú, lo cuenta Carlos Herrera, causa no es el origen de algo, sino un puré de patatas acompañado de ingredientes diversos; del mismo modo que lisura no es solo la igualdad de nivel de una superficie, sino gracia y donaire. Y, le aviso a Zalabardo, si viajamos por Hispanoamérica cuidemos de no abusar del verbo coger, que tiene allí un significado muy diferente al que conocemos nosotros.

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