―Paréceme ―respondió Sancho― que
vuesa merced es como lo que dicen: «Dijo la sartén a la caldera. Quítate allá,
ojinegra». Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa
merced de dos en dos.
Don Quijote y su escudero mantienen esta conversación hacia el
final de la novela, en el capítulo XLVII de la segunda parte. No me gusta,
Zalabardo lo sabe, machacar demasiado sobre una misma cuestión y menos en
apuntes consecutivos. Pero hoy, más por desencanto que por otra razón, creo
necesario hacerlo. Otras veces me he ocupado ya en explicar refranes. Recuerdo
ahora que, el 2 de febrero de 2012 traté de aclarar el sentido del segundo de
los que emplea en esta ocasión el caballero y poco después, el 19 de marzo del
mismo año, intenté explicar qué es un ojo de boticario para
comentar el refrán Como pedrada en ojo de boticario. El de hoy
requiere poca explicación.
El refrán, desde sus orígenes, viene siendo un enunciado breve,
basado en la experiencia y de transmisión oral, que encierra un consejo, una
enseñanza o un pensamiento y persigue un objetivo, por lo común, didáctico.
Tiene relación con la fábula, la parábola o el apólogo, aunque estos presentan
una historia de mayor extensión y desarrollo de la que es posible extraer una
enseñanza. Tanto la forma simple, refrán, como la más compleja, parábola o
apólogo, tuvieron su apogeo en periodos en que el acceso a la cultura era
restringido y funcionaban como medios de aprendizaje. Hoy, por suerte, el
analfabetismo parece extinguido y el acceso a la cultura está al alcance de
todos. En consecuencia, deberíamos saber más, estar mejor preparados.
Lamentablemente, son numerosas las ocasiones en que chocamos con una realidad
distinta.
Por eso quiero hoy llamar la atención sobre un refrán de uso frecuente y que, a mi juicio, ofrece pocas dificultades de comprensión. Sus variantes son muchas: Échate allá que me tiznas, dijo la sartén al cazo, ¡Quita de ahí, que me tiznas, ojinegra, La sartén le dice a la olla carasucia. Esa diversidad prueba su antigüedad; Covarrubias lo cita como Dijo la sartén a la caldera, quita allá, negra. Y en el Diálogo de la lengua, de Valdés, aparece como Dijo la sartén a la caldera: ¡Tirá allá, culnegra!, que es la misma forma con que lo recoge Gonzalo de Correas en su Vocabulario de refranes.
A nadie se le escapa su propósito: reprender a quienes acusan a otros
de defectos y vicios que se dan, incluso aumentados, en el mismo amonestador.
Digo que es viejo el refrán, pues incluso en latín existía: Ecce quam
nigra es! Sic dixit caccabus ollae (¡Mira qué negra eres!, dijo la
sartén a la olla). Tan común es que hasta le salieron variantes con otros
protagonistas: Dijo el asno al mulo: Quita de ahí, orejudo o Dijo
la corneja al cuervo: Quítate allá, negro. Y creo, le apunto a
Zalabardo, que a esta hora ya habrá muchos que recuerden las palabras que los
evangelistas Mateo y Lucas ponen en boca de Cristo cuando
amonesta a quienes ven una paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga que en
el propio hay.
No sabría decir si ese recriminar a otros lo que no vemos en nosotros mismos es un vicio español. Es posible que no; ayer mismo, Aurora Luque nos recordaba el asombro de Aristóteles al ver a Cleón gritar e insultar en una tribuna pública. De él dice Aristóteles que fue «el que más dañó al pueblo con sus maneras apasionadas, y el primero que en la tribuna dio gritos y profirió insultos […] cuando los demás habían hablado con decoro». No, no es algo que hayamos inventado nosotros, pero sí observo, le digo a mi amigo, que hemos salido buenos alumnos de esta táctica de Cleón, de quien incluso se afirma que dominaba el sutil arte de encontrar materiales para basar falsas acusaciones. La espiral de violencia lingüística y ética en nuestras más altas instituciones es algo que sobrecoge. En el anterior apunte hacía referencia al incalificable insulto que una ministra recibía en pleno debate parlamentario. Lo de debate, según comprobamos, es algo que se está olvidando. Parece gustar más el rifirrafe, la riña callejera, la provocación; ¿y qué puede provocar más que un insulto?
Lo que a Zalabardo y a mí nos ha sorprendido es que esa persona que
un día fue insultada, públicamente humillada, al siguiente pague con la misma
moneda, caiga en el mezquino y tú más que la sitúa en el mismo
nivel de zafiedad de quien lanzó el primer insulto. Y claro está, así se
dinamita cualquier posibilidad de que el debate entre nuestros representantes
públicos se desarrolle con el aire de decoro reclamado por Aristóteles.
En tal situación, encuentro más que pintiparado nuestro refrán de hoy, Dijo
la sartén al cazo: apártate que me tiznas. ¿Pero quién en esta
situación es sartén y quién cazo? Zalabardo asiente cuando intento darle a
entender que, para mí, las dos partes son sartenes de las que deberíamos
separarnos si queremos no salir tiznados.
Lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando a que el insulto
sea jaleado por unos y otros y a nadie se le ocurra ni por un segundo
disculparse por su incalificable actitud. O poner remedio a quienes se valen de
tal conducta.
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