sábado, diciembre 31, 2022

¿FELICES FIESTAS O FELIZ NAVIDAD?

La coincidencia de la Nochebuena y la Navidad con el fin de semana motivó el retraso del apunte anterior. Como la situación se repite con la despedida del año, volvemos a estar en fin de semana, Zalabardo, más previsor que yo, me propone ganar tiempo al tiempo para que no nos coja el toro y, aunque no consigamos que amanezca antes, intentemos madrugar un poco.

            En esta temprana hora, hablamos de cómo entendemos estos días y la forma de manifestarlo a los demás. Días pasados, he leído, y he oído, opiniones dispares acerca de si es más correcto decir Felices Fiestas o Feliz Navidad. Los defensores de lo primero argumentan que, siendo estos los días más festivos del año, es la fórmula más aconsejable para transmitir un universal deseo de fraternidad que excluya cualquier otra connotación. Quienes abogan por lo segundo, mantienen que la palabra Navidad defiende la tradición, detiene la paganización de nuestra sociedad y celebra el nacimiento de Cristo. La primera opción se asienta sobre una base laica; la segunda se apoya en una cuestión religiosa.

            Decantarse por cualquiera de ellas, le digo a Zalabardo, puede acarrearnos la animadversión de los partidarios de la otra. Como defensor de la libertad personal que asiste a cada individuo, mi postura ha sido siempre la de respetar las creencias particulares y el derecho a manifestarlas. Por eso admito que cada uno escoja la que crea mejor, lo que no supone, de ningún modo, excusa para sortear un posible debate. Así que, en un intento de ser objetivo, procuraré demostrar que hacer confrontación y conflicto entre las fórmulas es dejarse guiar por el desconocimiento de la verdadera raíz de estas fiestas y, como suele decirse, mear fuera del tiesto, ya que significa defender ideas desacertadas y confundir las cosas por falta de ideas claras.

           Eso es lo que le ha pasado, en mi opinión, a la portavoz del PP en el Parlamento Europeo, Dolors Montserrat, cuando al pedir que se coloque un nacimiento en la sede de dicho Parlamento, petición concedida, su defensa se ha basado en estas palabras: «Estamos aquí para celebrar el nacimiento de la cristiandad, nuestras tradiciones y también reivindicar el legado histórico de Europa y las raíces cristianas de la Unión Europea». Con todos mis respetos, esa señora se equivoca, pues ni la UE es una organización religiosa ni sus fines son los que ella pretende hacer ver. Pero debatir eso me llevaría por otro camino.

            Las raíces de que yo hablo a Zalabardo hay que situarlas en los primitivos cultos a la naturaleza y tienen que ver con la celebración del solsticio de invierno, momento en que los días comienzan a alargarse lentamente por el triunfo del sol, que supone la renovación, el re-nacimiento de la naturaleza, hecho que todas las culturas han celebrado desde tiempo inmemorial. Alguien dirá que el solsticio tiene lugar el 21 de diciembre. A eso respondo que tal cosa se explica por la imposición a finales del siglo XVI del calendario gregoriano, que sustituyó al calendario juliano, que venía rigiendo desde el 43 a.C. En este último, el solsticio tenía lugar el 25 de diciembre.

            La Navidad, vamos primero a eso, toma su nombre del latín nativitas, ‘nacimiento’; pero debe saberse que este nacimiento se refería al nacimiento del Sol Invicto o Triunfante, es decir, la celebración del Dies Natalis Solis Invicti, el solsticio. En estas fechas, entre los días 17 y 25 de diciembre, celebraban los romanos las Brumalia y las Saturnalia, festividades dedicadas al sol y que se parecían en muchos aspectos a nuestras navidades actuales.

           Atendamos ahora a otra cuestión, no menos importante: ¿en qué fecha nació Cristo? No hay documento fiable que nos concrete el año, como no lo hay para fijar el nacimiento de otros grandes personajes de la antigüedad. Los evangelios no lo aclaran; al contrario, presentan datos confusos. Por ejemplo, Lucas habla de que el nacimiento de Cristo coincidió con el censo que mandó hacer el emperador Augusto, que, según el historiador Flavio Josefo, se realizó 37 años después de la batalla de Accio. Como esta batalla tuvo lugar en el 31 a.C., el nacimiento debió producirse sobre el 6 d.C., es decir, cinco o seis años después de lo que se dice ahora. Cuestión diferente es el día del natalicio. Aquí sí que no hay modo posible de datación porque, dato relevante, a nadie pareció preocuparle esta cuestión en los primeros años del cristianismo.

            Tuvieron que pasar 300 años para plantear el asunto. El emperador Constantino, que había sido educado en el culto al Sol Triunfante, no solo se convirtió al cristianismo, sino que en el 313 declaró esta religión como la oficial del imperio aconsejado, entre otros, por el obispo cordobés Osio. A Zalabardo, que no deja de mirarme con el gesto estupefacto del alumno que empieza a perderse en mitad de una explicación, le digo, anticipándome a los hechos, que no hay cultura ni religión que se libre del sincretismo, es decir, de conjuntar líneas de pensamiento diferentes e ideas opuestas para facilitar el proselitismo y conseguir seguidores. El cristianismo no es una excepción. Tras la conversión de Constantino, que había sido adorador del sol y se apoyó en los cristianos por conveniencia, se creyó pertinente adaptar las nuevas creencias a lo que ya se tenía. Cristo, se dijo, era el verdadero Sol Triunfante del que hablaban las antiguas religiones y se difundió, de manera intencionada, la tesis de que su nacimiento se produjo el 25 de diciembre, día del solsticio de invierno. Al identificar lo nuevo con lo viejo, se conseguía que muchos que antes adoraban al sol pasasen sin problemas a adorar a Cristo. La Navidad cristiana se imponía, pues, revestida con los ropajes de la Nativitas pagana.

            Zalabardo, me parece, anda un poco mareado. Así que corto y le digo que, en función de lo expuesto, quienes se sientan cristianos tienen todo su derecho a celebrar en estos días el nacimiento de Cristo y desear Feliz Navidad; pero que, quienes no lo sean, o siéndolo quieran ampliar el número de felicitados, pueden perfectamente desear Felices Fiestas y proceder a una celebración más profana. Nadie podrá esgrimir razón alguna que impida el derecho de los otros, pues eso significaría intolerancia y fanatismo.

            Así que, con nuestra mejor intención, Zalabardo y yo deseamos Feliz Navidad (con retraso) a unos y Felices Fiestas para todos. Y, de paso, que el año que entra esté libre de los sobresaltos de los que dejamos atrás. 

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