¿Son ciertos todos los refranes? ¿Y verdaderas todas las etimologías? Creo que no hay nadie que no se haya planteado alguna vez estas preguntas. Y, a la hora de hacer recuento de opiniones, obtendríamos, como decía aquel divertido futbolista inglés, Michael Robinson, que acabó su vida deportiva en el C. A. Osasuna y se hizo famoso como comentarista, contratado por Canal+ con la condición de que no hiciera nada por aprender correctamente el español, seis de uno y media docena de otro.
De los refranes, Cervantes
hace decir a don Quijote: «Paréceme, Sancho que no hay refrán que
no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia».
Los diccionarios modernos son más prudentes y se limitan, como el DLE, a
definirlos como «dichos agudos y sentenciosos de uso común». En algunos lugares
se añade la coletilla de que «tienen la finalidad de transmitir una enseñanza».
Sobre las etimologías,
podríamos reproducir las palabras de Enrique Bernárdez en el artículo
que les dedica en la revista Rinconete ―Etimologías. ¿Verdaderas,
falsas?―, del Centro Virtual Cervantes: «Son cosas complejas,
difíciles siempre, muchas veces sorprendentes y siempre apasionantes […] Pero
la etimología no carece de peligros».
De hecho, si pensamos
en esto último, es frecuente encontrarse con muchas falsas etimologías, algunas
de ellas bastantes curiosas. Por ejemplo, se sigue repitiendo en no pocos
lugares que cadáver es un acrónimo de la expresión latina Caro
Data Vermibus, es decir, «carne entregada a los gusanos». La realidad
es que el origen verdadero hay que buscarlo en la raíz indoeuropea kad-,
‘caer’, de donde salió el verbo latino cado y su derivado cadaver,
‘cuerpo caído, muerto’.
¿Y qué tienen que ver los refranes y la etimología? En este caso, bastante, pues Zalabardo me pregunta cuál pudiera ser la razón del refrán Ni gitanos, ni murcianos, ni gente de mal vivir. Conocido es ―me dice― el viejo prejuicio hacia los gitanos; pero no entiende de dónde procede que los murcianos sufran un desprecio semejante. Debo aclararle, entonces, que hoy se entiende mal el refrán, pero que en su origen estaba claro. Suele repetirse que, en unas Reales Ordenanzas de 1786, dictadas por Carlos III, se recogía como deseo del monarca que «ni a gitanos, ni a murcianos, ni a otras gentes de mal vivir se les permitiera ser portadores de la bandera». En otro lugar, un artículo de Dolores Soler Espiauba, veo que se adjudica la frase a Felipe II que, en un edicto para reclutar soldados con destino a la Armada Invencible, dejaba señalado que «no quería en sus ejércitos gitanos, ni murcianos, ni demás gente de mal vivir». Sea quien sea quien tal cosa dijese, ahí están junto a los marginados gitanos, los pobres murcianos, que nada tienen que ver con el origen del refrán.
Aquí es donde
confluyen las dos cuestiones planteadas al comienzo. Le digo a mi amigo que,
aunque poco edificante, se pudiera aceptar como verdadero el refrán. Pero que
se hace preciso dejar claro que cualquier interpretación errónea es
consecuencia de pretender aplicar una falsa etimología. Lo que avisa Bernárdez
sobre el peligro que puede generar. El error está en la interpretación que
demos a murciano, que hoy todos identificamos como un gentilicio,
‘nacido o procedente de Murcia’.
¿De qué murcianos
habla entonces el refrán? ―pregunta, intrigado, Zalabardo―. Le pido que mire en
el DEL la palabra murciar, que significa ‘robar’. ¿Tiene
algo que ver con Murcia? Claramente no. Entonces le cuento que
hubo en Sevilla un tal Cristóbal de Chaves ―fallecido hacia 1602― que, por
trabajar en la Real Audiencia, tuvo oportunidad de conocer todos los bajos
fondos de la ciudad. Con el seudónimo de Juan Hidalgo escribió obras de
tono picaresco al final de las cuales incluyó un Vocabulario de germanía
para que los lectores entendiesen bien las palabras usadas en sus textos.
En este Vocabulario encontramos murciar, ‘hurtar’, murcio, ‘ladrón’ y murciglero, ‘hurtar a los que duermen’. En 1734, el Diccionario de Autoridades ya recoge murciar, señalando como fuente el Vocabulario de Juan Hidalgo. En cuanto a la posible etimología, murciglero permite relacionar el término con murciégalo (forma antigua de murciélago), procedente de mus, muris, ‘ratón’ y caeculo, ‘ciego’. Todo esto nos lleva a pensar que alguien desconocedor de que ya existe murcio, ‘ladrón’, procedente de murciar y este de mur, ‘ratón’, creyó natural llamar murciano a quien roba, sin que ello tuviera nada que ver con Murcia.
Si esta etimología
parece quedar resuelta, le digo a Zalabardo, hay otras que no lo están tanto. «Sí
―me contesta mi amigo―, porque aún no has dicho nada de los conejos». Y tiene
razón, porque, vamos a ver, ¿cuántas veces se nos ha dicho, y se continúa
diciendo, que España significa ‘tierra de conejos’? En este punto
estamos no solo ante una posible falsa etimología; estamos ante un caso aún no
resuelto, porque nada hay seguro acerca de cuál sea el origen de la palabra con
que designamos la tierra que habitamos. Vuelvo a recordar lo que afirmaba Bernárdez
sobre que, a veces, el terreno de las etimologías es complejo, sorprendente e
incluso apasionante.
En un principio,
nuestra tierra fue conocida como Iberia. Hasta que los romanos
comenzaron a llamarla Hispania. Y ahí surge el conflicto, cómo Iberia
acaba siendo España. Las teorías son múltiples. Como sería realmente
complicada una detallada explicación, me limito a contarle a mi amigo un
resumen. En la Biblia aparecen dos denominaciones que,
posiblemente, podrían referirse a España: Tarsis, en el
libro de Jonás, y Sefarad, en el de Abdías. Tarsis,
de donde se exportaban metales, está claro que nos remite a Tartesos.
Sefarad, nombre que dan los judíos a la antigua Iberia,
parece ser una evolución de la forma fenicia span (en hebreo sphan),
‘tierra del norte’, que evolucionó hacia Sphard. Span,
pues, estaría en el origen de España.
Nebrija y San Isidoro defendían un origen autóctono. La ciudad
íbera de Hispalis, la antigua Sevilla, serviría a
los romanos para designar toda la región. Pero, de una u otra forma, siempre se
acaba regresando a esa forma span fenicia, que se interpreta de
diferentes maneras. Para unos, el término fenicio span podría
leerse como ‘conejo’, de donde I-span-ya significaría ‘tierra de
conejos’. Pero hay otros, y es la hipótesis más aceptada en la actualidad, defendida
por José Luis Cunchillos y José Ángel Zamora ―expertos filólogos
del CSIC―, que opinan que la forma span fenicia procede de
la raíz indoeuropea spe-, ‘expandirse, batir (metales)’, por lo
que I-span-ya significaría ‘la tierra donde se forjan metales’.
Esta tesis se avendría bien con que Tarsis exportaba metales y
con la palabra española espada.
Aparte de estas hay,
por si fuera poco, otras teorías. La mítica, que hace derivar España
de Hispan, nombre de un descendiente de Hércules;
la teoría euskera, que hace derivar el nombre de Izpania, ‘tierra
que divide el mar’; y la griega, que defiende un origen basado en la evolución
de Hesperia, ‘lugar de riquezas, paraíso’. Pero creo que ya está
bien por hoy.
1 comentario:
Completo, instructivo y enriquecedor. Gracias
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