CASTAÑAS, UREÑA Y PIOJOS MORISCOS
Erizo es el zurrón, de la castaña; así comienza la estrofa once de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora. Dice Dámaso Alonso en su ya clásico estudio del poeta cordobés que es posiblemente uno de los pasajes más complicados de interpretar de toda la obra. La estrofa habla del contenido del morral de Polifemo, el cíclope pastor, principalmente castañas. Su primer verso es una metáfora complicada porque puede ser interpretada de diferentes maneras; en efecto, zurrón es tanto la 'bolsa del pastor', su morral, como la 'cáscara primera y tierna en que están encerrados algunos frutos' y erizo, que en principio es la 'corteza espinosa en que se cría la castaña' pasa a significar después la envoltura de cualquier otro fruto, por ejemplo, de la bellota o del membrillo.
Pero le aclaro pronto a Zalabardo que no quiero hablar de Góngora, ni del Polifemo, ni de las metáforas. Si empiezo por este verso es porque siempre me acude a la cabeza cada vez que, en mis diarios paseos, percibo la proximidad de un puesto de castañas asadas. El verso citado, o mejor, la estrofa completa, es una manifestación del otoño encerrado en el erizo-zurrón del pastor Polifemo: junto a las castañas, leemos que lleva también datilados (por el color) membrillos, rojas manzanas y dulces bellotas.
En mi cabeza y en mis recuerdos, el otoño está identificado desde la niñez con dos imágenes, la de las castañas asadas y la de la visita de los cementerios el día de los difuntos. ¿Habéis observado cómo el olor de las castañas asadas lo invade todo y es posible percibirlo desde bastante distancia? Iba a decir que el humo del fogón en que las castañas se asan se mezcla con la fresca humedad del ambiente y nos envuelve en aromática y cálida caricia. Pero, aquí en Málaga, eso apenas si pasa de ser un mero recurso de estilo, porque el otoño no se nos ha hecho patente más que desde hace unos días. Ya no era el consabido veranillo del Membrillo o de San Miguel, más bien casi ha llegado a ser el de San Martín de Porres, que creo que es el santo de hoy; pero los puestos de castañas llevan montados desde hace un mes, por lo menos.
A lo que iba; en mi pueblo, Osuna, como imagino que sucedería en todos los pueblos (y no digo sucederá, porque hablo de recuerdos), las estaciones venían marcadas por hechos muy puntuales. Al llegar el otoño, Marcial sustituía el caldero de bronce en el que garrapiñaba las almendras por la olla agujereada en su fondo donde asaba las castañas. Marcial tenía su puesto (que no era un quiosco, sino un carretón en el que ofrecía su mercancía de golosinas) situado en la Carrera, justo en la esquina de la plaza de Santo Domingo y cuando, por las tardes, íbamos o volvíamos del instituto, aquella era parada obligatoria para comprar castañas asadas y, de paso, calentarnos las manos acercándolas al fogón. También en casa se asaban castañas y bellotas. A veces, nuestras madres las compraban crudas y no había actividad que más atrajese que la de hacerles un corte con una navaja y ponerlas a asar bajo la mesa camilla en las calientes cenizas del brasero.
Yo no sé ya si será cuestión del cambio climático o que Málaga vive en una eterna primavera, pero estos otoños de ahora son muy diferentes de aquellos otros, fríos y húmedos, que recuerdo en mi pueblo.
Decía que otra imagen, también referida al pueblo, que asocio con el inicio de esta estación es la de la gente caminando arriba y abajo por la calle de Écija para visitar el cementerio el día de los santos y el de los difuntos. Entonces no sabíamos nada de halloween, esa costumbre de origen anglosajón que hemos adquirido de tanto verla en cine y en series de televisión. Para nosotros era suficiente hacer gruesa bolas de piojos moriscos, que cogíamos de los cardos espinosos que crecían en los alrededores del cementerio, y molestar a las niñas tirándoselos en el pelo para que se les enmarañase. En otros lugares, en pueblos de Málaga concretamente, existía la Fiesta de la Ureña. Los niños, la noche del 31 de octubre, iban por las calles cantando y pidiendo un aguinaldo de casa en casa; por lo general, se les daba membrillos o batatas asadas. He leído que algunos pueblos, Cuevas de San Marcos y Fuente Piedra, luchan por recuperar esta costumbre. Ignoro si habrá tenido algo que ver en ello Juan Benítez, que es de por allí y ferviente defensor de las tradiciones y folclore populares. Él fue quien primero me habló de esta fiesta.
Por cierto que piojo morisco debe ser una denominación muy localizada en mi pueblo, pues con ese nombre no he encontrado nada en ningún diccionario ni en Internet. Me gustaría saber cuál es el nombre tanto de la planta como de su fruto, este piojo morisco del que hablo. Su forma es oblonga, de no más de un centímetro, con una aguda púa en un extremo y todo él recubierto de unos filamentos terminados en gancho. Tampoco he encontrado el significado de la palabra ureña. Agradecería mucho que alguien me pudiera dar noticia de ambas cosas.
Todo ello queda ya, en fin, muy lejos; pero, ya digo, cada nuevo otoño, cada vez que el aire me acerca el aroma de un asador de castañas, pienso en aquellas cosas que ya no es que nos las quite la edad, que también. Quien más nos las quita, desgraciadamente, es la ciudad, cualquier ciudad, pues todas se uniformizan y deshumanizan a pasos agigantados. Y en ese triste proceso, para nuestro mal, vamos siendo engullidos como si de un agujero negro se tratase.
Zalabardo, tras leer lo que llevo escrito, me dice con bastante retranca si no sería mejor que todos los apuntes siguieran la línea de este, con lo que evitaríamos desagradables conflictos. De paso, me sugiere que salude con cariño a Mari Paz y a sus compañeros estudiantes de periodismo, y les aconseje que lean un artículo que Larra escribió en 1834: Lo que no se puede decir no se debe decir. Le contesto que ya lo habrán leído, aunque nunca estará de más releerlo. Verán que, tras más de ciento cincuenta años, hay cosas que no han cambiado del todo.
3 comentarios:
Estimado profesor:
gracias por acordarse de mi, la verdad es que me hace mucha ilusión. A propósito de Larra, siempre es gratificante leer y releer sus artículos costumbristas, pero fue otra época. Ahora lo que está de moda es el periodismo de investigación, y no importa que vaya a veces contra la corriente políticamente dominante. Lo que importa es que aporte novedad e interés a los ciudadanos y que sea prolongado en el tiempo.
La globalización y las nuevas tecnologías ponen a nuestro alcance todos los medios posibles para desarrollar periodismo de investigación. Se puede hacer desde cualquier remota aldea y llegar a desvelar hechos increibles. En la red hay muchos cursos de este tipo de periodismo y tenemos profesores que nos orientan y nos motivan a practicarlo a partir de cualquier noticia que pueda resultar atractiva.
No me enrollo más, que se me hace tarde. Saludos profesor.
Mari Paz.
El dicho ese de Larra de que lo que no se puede decir no se debe decir es lo mas correcto, pero muchas veces hay quien no se calla como hizo usted, y sin valorar a fondo las reacciones se lanza al ruedo. ¿Cree usted que el escrito que le pongo debia haberse escrito?
CARTAS AL DIRECTOR
SUR, 4-11-08
Cuando las instituciones educativas elaboran planes contra el fracaso escolar consistentes en incentivar económicamente al profesorado para que sus alumnos aprueben más, mal vamos. O no se han enterado de qué va esto, o lo saben pero no ponen los medios necesarios porque no saben cómo hacerlo, que es peor. Además, estos planes de calidad presuponen que el profesor trabaja poco y tiene que trabajar más.
Miren ustedes, señores gestores educativos:
a) Llevan años haciendo reformas encargando las mismas a funcionarios que nunca han pisado un aula.
b) Han alargado la educación básica hasta los 16 años, que, en principio, parece un logro social, pero que en la práctica no lo es. Me explico: como un niño con 14 años diga que no quiere estudiar más, no estudia más. ¿Y qué es lo que le queda por delante? Pues dos años prisionero en un instituto en huelga de brazos caídos y boicoteando clases y recreos.
c) Han reducido las ratios, aunque poco, reconózcanlo. Cuando no es tanto problema de ratios sino de los trastornos graves de conducta de muchos de los niños que llegan a las aulas de Secundaria. Llevamos ya muchos años en los que les decimos a los profesores que llegan a los institutos: «Tengan ustedes, quince niños para educarlos y diez que le van a estar dando morcilla todo el año». Que, curiosamente, son los niños que más atenciones tienen por ley (atención a la diversidad, adaptaciones curriculares, etc.). ¿Dónde quedan los derechos de los alumnos sin trastornos graves de conducta, bien educados y que quieren estudiar? ¿Por qué deben éstos aguantar que les den cogotazos o que un niño maleducado abra una ventana en medio de una clase de historia, por ejemplo, y se ponga a gritar sin ton ni son? Déjense de ratios de 20 y den a los profesores grupos de 30 niños con comportamientos normales, ya verán cómo los institutos erradican el fracaso escolar.
Déjense ustedes de planes inútiles y dénnos una solución para esos cinco o diez niños que hay en cada aula, que no dejan dar clase y que nos hacen gastar tiempo y energías cuando sabemos que en cuanto cumplan los 16 se van a ir con todas las asignaturas de primero y segundo suspensas.
Porque la solución no es darles los libros gratis pagados con los impuestos de todos y que se dedican a pintarrajear y romper. Gástense el dinero en poner un educador (que no profesor) para ellos, en grupos de tres como máximo. Porque un niño sin educación, no está preparado para aprender Lengua o Matemáticas. Pero eso vale dinero ¿verdad?
Fco Gómez Escribano, Jefe de Estudios IES Ventura Morón. Algeciras.
¡Hola, Anastasio!
Tengo que decirte que en mi pueblo, Paradas (Sevilla), próximo a Osuna, también se le llama piojo morisco a una planta con frutos espinosos que se pegan a todo lo que tenga textura fibrosa, como la ropa o el pelo, seguramente la inspiración natural del inventor del velcro. Probablemente hablemos de la misma planta, pero hay por lo menos dos que dan un fruto parecido:
Xanthium spinosum, también llamado abrojo -y con muchos más apelativos vernáculos-, que es una especie de cardo con hojas alargadas -lanceoladas, se dice en botánica- con el nervio central blanco y muchas espinas de tres puntas; y otra planta que creo que es alguna especie de Ricinus, con hojas más parecidas a las de las vides o la del escudo de Canadá, palmeada, y los "piojos" en racimos apretados al final de los tallos. Estoy tratando de determinarla.
Bueno, soy también profesor de secundaria y bachillerato, y he llegado a tu blog poniendo "piojo morisco" en el Google.
Respecto de la frase de Larra, tengo que decir que sí, como en todo lo que hacemos, tenemos que prever y sopesar las consecuencias, porque eso nos diferencia de los animales, y para decidir, ya nos dejo Kant el imperativo categórico, que no es más que una versión de la regla de oro de la ley y los profetas, que dice la Biblia: trata a los demás como quieras ser tratado tú.
Y del ejemplo que pone uno de los anteriores comentaristas, yo opino que no sólo se puede, sino que se debe decir, ¿o es que hay que engañar a la gente haciendo ver que vivimos en los mundos de Yupi? Creo que ese jefe de estudios describe la realidad de la educación que yo conozco. Alguien tiene que hacer el papel del rústico que desmontó el retablo de las maravillas de Maese Pedro diciendo que podrían ponerlo verde, de perro judio o de hereje, pero que él sólo veía una sábana blanca (Cervantes).
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